Prosa 1944
La Soledad
Nadie en la vida está completamente solo. No te lamentes de tu abandono; piensa en la ineficacia de tus pensamientos si pretendes que las cosas insensibles no son más que simples motivos para llenar la vida. Piensa en toda la cooperación obtenida para llenar una sola página de este libro.
¿Has pensado en el fabricante de papel, el tipógrafo, el encuadernador, el expendedor, etc., para lograr que tus ojos leyesen este pequeño capítulo?
Aún más, el que miró su título en la vitrina y paso sin comprarle, ha contribuido a fortalecer su propia existencia; porque las cosas son y viven desde que empieza a existir en la mente del hombre.
Ahora, yo he puesto en él vibraciones de paz y amor para que tú las trasmitas a todos los que se creen desamparados en la vida.
No hables de soledad cuando el sol brilla, el pájaro canta y el agua cae para todos.
No hables de soledad, porque ni en la palabra «¡adiós!» existe la soledad.
La Carreta
Esta mañana, sorprendí a un pobre niño que lloraba por una carreta vieja que bajo el sol, iba sembrando con su ritmo lento y pesado la polvorienta franja del camino.
El hombre que la conducía gritóle al chico que lloraba desconsoladamente: «Venga, pequeño barrigón; pa ver si Ud. puede o lo estripa la carreta».
El muchacho, lleno de gozo fué hasta donde estaba la carreta y empezó a guiarla con una fuerza de gigante para su pequeño cuerpo.
El viejo que conducía la carreta, sin impacientarse se sentó a la sombra de un árbol a esperar que el niño regresara.
Y yo me alejé pensando: si este hombre pudiese dar, ¿cuánto no daría?
Los Niños
Los niños, saben tan poco y enseñan tanto, que bastaría observarlos un rato para comprender muchas lecciones de la vida.
Anoche, estando de visita en casa de una amiga, contemplé un grupo de chiquillos que se divertía proyectando sombras chinescas en el blanco tapiz de la pared.
¡Aquí va el ratón! –dijo uno- dando a sus deditos un ligero movimiento de animal perseguido. Todos rieron. Entonces dijo otro: -Yo voy a formar un león-. El grupo inmediatamente se disolvió asombrado, porque los niños, temían ser devorados por la soberbia figura del animal que ya empezaba a proyectarse en la pared.
A mi lado, la señora X que también encontrábase allí de visita, hacia trizas la reputación de una familia bien acogida en la sociedad. Alguien, -sin pretender imitar a los niños-, se retiró del círculo donde se destrozaba el honor ajeno.
Pocos quedamos escuchando los comentarios del corrillo; pues desde el primer momento, debimos –como los niños que proyectaban sombras chinescas en la pared-, abandonar el lugar de la malicia y la intriga.
El Silencio
El silencio es un tesoro inapreciable que pocos saben guardar. Los grandes trabajadores del mundo han hecho su obra en silencio; y en silencio, elabora su miel la abeja que va de flor en flor por los jardines y el campo.
A mi lado, vive un zapatero que abastece varias casas de comercio. Y como observara que trabaja solo en una pieza de la fábrica, respondióme cuando le interrogué al respecto:
-Solo, tendré que estar siempre callado; y el silencio es mi operario más experto en el trabajo.
Yo visitaba con frecuencia la fábrica con ocasión de encargar varios trabajos para mi uso, y pude enterarme de que mientras a los otros les hacían reclamos por uno u otro motivo, el amigo que trabajaba solo en la pieza, confeccionaba nuevos modelos y extendía cada vez más su ramo en el comercio.
Y a propósito del silencio, hoy asistí a una tertulia de amigas que celebraban su cumpleaños. Todas, jóvenes y alegres, comentaban con frivolidad y crudeza la conducta de X y Z.
Alguien, como observara que Francisquita permanecía callada, pidióle su opinión con cierta ironía. Ella, con la serenidad que la caracteriza, respondió que permanecía callada, porque en el silencio no se zahiere a nadie ni se lastima el ajeno vivir.
El Roble
Aquel abuelo que un día se lo llevó la muerte, plantó un roble en el patio limpio y extenso de la casa; después, vinieron los otros abuelos a cuidarlo, viendo su tronco ancho y macizo que hundía sus raíces en el corazón profundo de la tierra.
Una reliquia en su fino estuche de marfil, tal vez, no hubiera simbolizado tanto para nosotros como aquel hermoso roble; además, era ejemplo y acicate para toda la generación que lo contemplaba desafiante ante el otoño y lo admiraba cubierto de hojas nuevas en cada primavera.
Si alguien se quejaba de algún vago dolor, el abuelo se apresuraba a decirle: «tienes que ser como el roble, fuerte y mudo para sufrir con calma los dolores de la vida». El día que Juanito se corto un dedo quitándole la corteza a una fruta, prorrumpió en llanto hasta que el abuelo llegó a decirle: «Chiquillo mío, ayer cuando paso el vendaval por nuestro huerto, partió y arrastró lejos un brazo o gajo florido del hermoso roble, y apenas un leve ¡ay! se escapo de su angustia; en cambio, tú, después del primer ¡ay! has botado lágrimas como para rebosar el mar…» Y el chico callaba, callaba como el que se avergüenza de llorar sin dolor.
Cuando la primavera matizaba y refrescaba el paisaje, el abuelo abría ventanas y puertas y llamaba a los paseantes para que viesen el roble cargado de bellotas y hojas nuevas.
Y el abuelo refería, que era como un amigo o algo viviente, que nos brindaba frescura en su sombra, música en sus hojas que acariciaba el viento, y abrigo en el ramaje espeso de sus brazos.
Refiero la historia del viejo roble por estar ligada al curso de nuestra existencia. Un día tormentoso y obscuro, el viento furioso empezó a azotar todos los árboles que crecían en el huerto; los troncos viejos y rugosos caían estrepitosamente sobre la tierra que los cubría con nubes grises de polvo. Los débiles y tupidos arbustos también eran arrastrados sin piedad por aquel viento huracanado que lo envolvía todo.
En la casa, nadie pensó en los animales que corrían despavoridos de un lugar a otro, ni en la ropa blanca y recién lavada que estaba tendida en la cuerda, Todos, en extraña expectativa de temor y asombro, permanecíamos parados en la puerta, mirando nuestro viejo y corpulento roble que se mecía impulsado por el viento. Una gran nube de polvo llegó a nuestros ojos como para impedir que presenciáramos la destrucción de los elementos. Inmediatamente, un ruido colosal que parecía arrastrar todas las aguas del Universo, nos hizo retroceder llenos de espanto al fondo de la pieza: ¡el roble había caído como un centinela herido!
Ahora sus raíces vivas y fuera de la tierra, parecían implorar al firmamento.
Nuestro roble, sin vida ya sobre la tierra, nos clavó muy hondo su última lección; porque el abuelo, cuando observaba que pretendíamos revelarnos contra las circunstancias adversas de la vida, nos llevaba allí, donde estaba el tronco sin color y sin savia para decirnos: «Todo pasa en la vida, éste fue nuestro compañero; compañero de tantas generaciones que admiraron su fuerza, solidez y aplomo sobre la tierra; sin embargo, parecía invencible y también cayó. También pasó, como pasan todos los dolores y las cosas en la vida».
Plenitud
Todos los dones del Universo, no bastarían para llenar la existencia de esta maravillosa palabra. Sin embargo, sentirla en algo, no importa el motivo que sea; es ya, lograr que su esencia pura y cierta llegue a nuestro mundo interior.
¡Plenitud! palabra sin tiempo ni forma, que sólo será desconocida para los que marchan de espaldas a la luz.
¡Plenitud! fiesta maravillosa para el espíritu sano y fuerte de la raza. Rocío tenue y brillante en los jardines del alma, y romance perenne en las fibras vivas y ardientes del corazón.
¡Plenitud! vaso colmado para la hora del triunfo y ventana de ensueño para mirar la vida.
¡Plenitud! toda la fuerza mágica de esa divina palabra, descansa en el borde misterioso de tu optimismo y en la llama milagrosa de tu fe.
La Estrella
Para alcanzar una estrella, ¡cuánto espacio habría que atravesar! ¡Qué sensación de vacío produce esa palabra que abarca toda la intensidad del Cosmos!
La noche era clara, plena y fragante como un sueño. El rocío brillaba sobre las hojas pálidas de luna; y el camino infinito como una sierpe de plata, perdíase más allá del horizonte.
En el pintoresco paraje había pocas casas de sencilla y artística arquitectura. Diseminadas aquí y allá, amparábanse fraternalmente bajo el gesto cordial de los árboles.
-Yo quisiera ir a buscar una estrella, -dijo el niño con la mirada perdida en el vacío-; pero tengo miedo al camino solitario de la altura, y es tan grande el espacio que vacilo cuando pienso en ella.
Arriba, los astros tachonaban el regio terciopelo de la noche; y la madre, temerosa de un pensamiento funesto por el loco deseo de su hijo, díjole señalando por la ventana abierta el camino solitario de la altura.
-Mira la luna, ¡qué pálida y redonda está en el cielo! Una inmensa distancia nos separa. Mira más allá, la estrellita que a ti te gusta, guiña un ojo y parece que te llama desde el cielo. Pero no podrás ir hasta allá, el camino del espacio causa vértigo. Hay nubarrones y tormentas que arrollarían tu cuerpecito de lirio; todo está lleno de hilos invisibles que se buscan y repelen; grandes corrientes magnéticas cortarían el impulso pequeñito de tu fuerza y desviarían el rumbo fatigado de tus plantas.
¿Cuándo llegarías a la estrella de tus sueños? En cada llamita azul te detendrías, y cada copito de movible espuma te llamaría para jugar contigo.
¡Quédate hijo mío! El espacio está lleno de hilos invisibles para impedir tu marcha. Piensa en las cosas de aquí, en las cosas de la tierra que están al alcance de tus manos…
-Pero madre –interrumpióle el niño con la mirada perdida en el vacío-, en la tierra sólo hay espinas y guijarros. Yo jamás he visto brillar una estrellita sobre la arena rubia.
Ella quiso decirle: la luna remoja sus madejas de plata en el lago, y las estrellas también bajan y se adormecen en el cristal rizado de sus ondas… pero; pensó que era más ilusorio y trágico que su niño se hundiera en el lago en pos de la estrellita lejana que brillaba en el alto firmamento; y estrechándolo contra su corazón, dejo escapar de sus labios un arrullo trémulo y rendido que subía por lo desconocido en la fuerza de su oración.
Los Arboles
¿No os parece que donde hay árboles hay siempre paz y alegría? Estos amigos del hombre, han humanizado tanto su vida que éste, busca diariamente su sombra para meditar y su frescor para serenarse el espíritu.
¿Qué poeta al hablar de los árboles, no sintió un profundo deseo de hacer comprender, que ellos saben interpretar el motivo de nuestras alegrías y tristezas?
Filósofo o artista, pastor o labriego, han sentido en el grado que corresponde a las pulidas facetas del espíritu, la excelsitud del árbol sobre la tierra.
¿Qué tesoro más grande puede desearse en la vida, que una franja de tierra húmeda y fragante?
Ellos, nuestros hermanos mudos y elocuentes; son los únicos que tienen la gracia de elevarse a los cielos por encima de todas las cosas materiales.
Hundidos en la tierra y abiertos en el espacio, parece que tienen la misión de proteger eternamente al hombre. Viven sobre nosotros; nos dan esencia, miel y abrigo. Y un día cualquiera cuando bajamos a la tumba, con sus raíces blancas y salobres de horadar la tierra, nos envuelven silenciosamente, y nos sorben poco a poco en un abrazo lento de química fusión. Entonces; comprendemos que somos savia de una misma fibra y formas de un mismo destino que se traduce en Dios.
La Fuerza
¿Quién no desea ser fuerte como un roble o encina?
La fuerza es el gran fenómeno que coordina todas las manifestaciones del Universo. En el rayo de sol que atraviesa el espacio recóndito y en el vuelo de la luciérnaga que se pierde en el follaje, hay una forma abstracta de poder absoluto que se llama fuerza.
Si nada deseas porque eres fuerte, has logrado el más alto don de la vida y puedes considerarte verdaderamente feliz.
Dos caminantes avanzan un día por la espesura de un bosque solitario. Cuando el cansancio físico parecía vencerles y la sombra les sumergía poco a poco como los árboles y las piedras de su clámide espesa, dijo el que daba muestras de verdadera fatiga a su compañero de andanzas:
-Regresemos, el pueblo está lejos y nuestra tarea debe quedar concluida muy temprano.
-No, -respondió el otro- yo no me siento con fuerzas para regresar a la casa. Pasaré la noche debajo de este árbol y mañana muy temprano emprenderé la marcha.
El primero regreso solo y pudo concluir a tiempo su trabajo en la sementera. El otro despertó cuando el sol con sus latigazos de fuego le encendía el rostro; y perdió su día, el gran día que nadie debe perder.
¿Te das cuenta de que para avanzar en la vida sólo se necesita un poco de fuerza? ¡Es la palabra mágica que todo lo mueve en el Universo!
¡Nada más necesitamos para luchar y vencer… Fuerza es el gran puente que une la esperanza a la realidad!
¡Fuerza es la gran fuente de vida que entraña todo el misterio de la creación!
Armonía
¡No te imaginas toda la luz y la fuerza que encierra esta divina palabra! De ella está lleno el Universo y nada escapa a su celeste vibración.
Recuerdo tanto y visualizo de una manera tan clara la escena de aquella tarde luminosa, que difícilmente podré olvidarla en el curso de mi vida. El ciego vivía retirado del mundanal bullicio al pie de una colina que había cerca de la ciudad. Un día, acerté a pasar por el frente de su casita semiescondida entre los verdes pinos que decoraban el paisaje con la pintura fresca de sus hojas nuevas y brillantes.
«Buenas tardes» –le dije- pasándome de largo y casi sin preocuparme. Más viendo que estaba como una estatua en su banco de piedra, al regreso le repetí con una entonación más fuerte en la voz:
«¡Buenas tardes, amigo!» Incontinenti volviéndose a mí y respondió:
-Escucho tantas y tantas voces en el ala sonora de la brisa, que la voz humana no es más que un débil murmullo que viene a sumarse a las vibraciones que emiten estas cosas que me rodean y aquellas que están más allá de los límites de la imaginación del hombre.
Si atendiésemos nuestro sexto sentido o mente subjetiva, jamás nos haría falta un concierto de música clásica o moderna, para apreciar todo el deleite que pudiera sentir el espíritu ante esas manifestaciones que pueblan el espacio.
Música es todo en el mundo que habitamos: la caída de una hoja, la risa del niño, el vuelo de un pájaro, etc.
¡Qué vibración tan sutil encierra un rayo de luz cuando se escapa a nuestra captación material de sonido! –Y concluyo diciendo: Toda vibración tiene su luz, y toda luz su vibración.
Hoy, después de haber pasado mucho tiempo y haber meditado varia veces en la lección del ciego, exclamo como el que halla la solución a un problema difícil: ¡Qué feliz el ciego de la colina; jamás escuchó una voz humana tan dulce y armoniosa, como las voces que le llegaban en el ala sonora de la brisa desde no sé qué mundos misteriosos y lejanos!
Un Día…
Un día avanzarás silencioso, ¡tan silencioso! Que será indefinido e ilímite ese frío silencio del camino.
Ni la mirada podrás volverla hacia atrás un solo instante. En esa tarde densa y única de crespones y rosas enlutadas, escucharás el llanto de los hijos, el clamor de los hermanos y la angustia del padre que te nombra; pero nada logrará detenerte en la marcha silente de esa tarde. Todas las cosas se tornarán dada vez más densas… hasta que la noche, la gran noche del misterio, te abra la puerta de su estancia.
…
Desde la ventana de mi casa, veo pasar todos los días a un hombre. Este hombre, tan inteligente y versado en religión, o cultos diversos, va asiduamente al cementerio; pues hace poco, tuvo la desgracia de perder a uno de sus seres más queridos.
Y a este hombre que tanto me preocupa, porque prácticamente no obra de acuerdo con su avanzada ideología, yo le preguntaría si pudiese hacerlo: ¿Cuál es el propósito de sus visitas al cementerio, si no implican para Ud. el sentido alegórico del rito?
Los Libros
Cuando quieras halagar a un niño, llévale dulces y juguetes. Cuando quieras halagar a un adolescente de esta nueva generación tan preocupada, llévale libros que dejen huellas de perfección en su alma.
Todos necesitamos una señal que nos indique el camino. Sé tú el de la señal para los que se encuentran en el primer peldaño de la vida. Enrumba la nave para que llegue al puerto con el lastre infinito de tu esfuerzo. ¡Qué dolor! Si por falta de un timonel experto, llega rota e indefensa por el choque formidable de las olas.
Hay millones de seres buscando el camino de la luz, y aún tarde la mano bienhechora que rasgue el velo de tinieblas y encienda la antorcha para alumbrar el camino.
Sé tú, el puente que une la noche al alba para que llegue el día. Y cuando pongas ese gran tesoro o vehículo de cultura en sus manos, dile: -Este será tu mejor amigo. Si su lenguaje no está al alcance de tu escasa preparación, busca su hermano menor o instructor que adecuadamente corresponda a su capacidad intelectiva; pues sólo los hombres que tienen la mente de piedra y el alma en tinieblas, son capaces de aborrecer y mirar con indiferencia los libros.
Regala un libro con la devoción del que practica un rito, pues su función es mucho más grande y útil que la de todos los ritos del mundo. No será necesario advertir, que me refiero al libro constructivo que edificará atalayas de moral y justicia para el progreso de la humanidad.
Vivir sin pan es menos triste que vivir sin libros. El pan calma el hambre, los libros la quitan… y eternamente, sentirás un hilo de luz que dignificará tu existencia y te revelará por qué hay muchas bocas sin pan, mostrándole al que pasa la protesta callada del harapo.
A propósito de libros, quiero referiros lo que hubo de ocurrirme cierta vez que visite un Asilo. Paso a paso observaba y deteníame a escuchar de los recluidos, retazos de existencia y punzantes dolores de aquellas vidas grises.
Los suelos brillaban, y el sol caía a raudales sobre las paredes del jardín que perfumaba el ambiente. Más allá, cerca de la verja, ví una cara triste y marchita que creí reconocer. Era una maestra vieja, quien conocí en cierta ocasión en una de las Convenciones anuales del magisterio venezolano; y –como ocurre muchas veces-, sin familia ni una prolongación de su existencia; ignorada y olvidados sus largos años de labor por el engrandecimiento de la patria, fué a refugiarse y a morder el pan amargo de su soledad en las paredes blancas de aquel piadoso Asilo.
Por sus dedos descarnados y marchitos, deslizábanse las cuentas de un rosario; y cuando le pregunté si deseaba realizar algo en aquella última etapa de su existencia, me respondió con voz temblorosa y llena de emoción:
-Sólo quisiera, que antes de bajar mis restos a la fosa, en vez de flores y lágrimas, un coro de niños entonaran un himno luminoso. Un himno de amor al libro; porque los libros y niños fueron siempre los compañeros de mi vida. ¿Crees tú que los maestros deben morir sin una canción de despedida? Tú puedes hacerlo, porque también eres soldado de esa gran legión; y así, los maestros no partiríamos tan tristes y olvidados como presiento que muy pronto partiré.
Algo debió advertir en mis ojos, porque de los suyos, -ya casi apagados por la muerte-, cayeron dos perlas sobre el dorso de mis manos que en señal de despedida, habíanse posado en las manos temblorosas y descarnadas que sostenían un rosario para entibiarlas con un profundo ¡adiós!
Fuegos Fatuos
En el tren iba la elegante viajera, perfumada y llena de toda de una singular coquetería femenina. Recuerdo su traje vaporoso como para los rigores de nuestro clima, sus manos finas y los breves pendientes de sus orejas pequeñas y rosadas. Sobre su falda, descansaba un rico bolso de piel con dos iniciales en dorado relieve.
Cuando el tren deteníase en las alcabalas del camino, ella abría un libro que extraía del bolso –tal vez una novela romántica-, y enfrascábase en la lectura de tal manera, que no advertía los muchachos harapientos y descalzos, que pedían una moneda o vendían baratijas o conservas a los pasajeros que asomaban la cabeza por las ventanillas del tren.
Esta muchacha iba acompañada de una señora que la atendía con gran esmero: dábale galletas y dulces finos, de esos que admiramos en las vitrinas lujosas de las tiendas y confiterías.
Estas compañeras de compartimiento no osaron mirarme ni una sola vez, y si lo hicieron, fue con la impresión de que contemplaban un objeto cualquiera; pues parece que su mundo de comodidad y lujo, no les permitía sentir interés por las cosas que las rodeaban en aquel viaje pintoresco y largo.
Cuando llegamos al punto de destino, las ví perderse entre la apretada multitud que iba de un lugar a otro; tal vez, tomaron un automóvil que las llevó al hotel. Pero lo cierto fue que jamás se desvaneció de mi mente, el regio porte de la muchacha que un día fue compañera de viaje hacia la capital.
Ocho o diez años han pasado desde entonces. El tiempo es un gran modificador; y yo, he bajado varias cuestas en la vida y subido otras tantas. Un día, llenando las funciones correspondientes a mi trabajo social, penetré en una choza obscura y llena de miseria.
Sobre una cama destartalada, yacía la paciente con un acceso de tos que hacía pensar en las flores pálidas de Evaristo Carriego, el poeta de la muerte que ronda en los hospitales y en las casas pobres de los barrios. Bastóme respirar el aire de la pequeña vivienda para saber que de aquellos pulmones destrozados se escapaba la vida hilo a hilo.
Ella se agitó nerviosamente como para explicar algo; pero yo, con un gesto de comprensión, me llevé el índice a la boca en señal de absoluto silencio. Encontrábame en el centro de la pieza pensando en la gravedad del caso, cuando mis ojos tropezaron con algo que brillaba en un rincón obscuro de la choza.
No tuve necesidad de preguntar a los vecinos por la historia de aquella infeliz. Dos iniciales como los fuegos fatuos de leyenda, me revelaron el trance de aquella vida, cuando una vez hube de contemplar aquel rico bolso que hoy colgaba de la pared –desteñido y viejo-, en las manos suaves y perfumadas de la excéntrica viajera.
La Llama
Los místicos de la antigüedad admiraban la llama. El hombre primitivo, cuando descubrió el fuego en el roce continúo de las piedras; debió sentir en su mente una chispa infinita que le puso en contacto con algo superior a él.
El hombre adora la llama, porque en el Universo, todas las cosas surgen de un fuego intenso; tan dúctil en su forma, que se torna pasión y amor en el corazón humano.
En el inmenso altar de la naturaleza hay siempre lumbre: de día nos ilumina el sol y de noche las estrellas. Y por medio de esa llama, el hombre ha podido comprender que el espacio no está vacío. El gran espectáculo de un camino desconocido y luminoso se abre ante sus ojos, pequeños para mirar lo grande, y grandes para posarse en lo pequeño.
¡Adoremos la llama, porque todo lo devasta, porque todo lo purifica, porque todo lo enciende…!
La llama vive en la altura. Zigzaguéa en el rayo que alumbra la noche tormentosa; baja al fondo de la tierra, agita las moléculas incansables y penetra en el corazón del hombre llenándole de infinitas esperanzas.
¡Adoremos la llama, porque es el imán más puro que nos acerca a Dios!
Miedo
Le encontré sobre una piedra del camino. Una vaga penumbra rodeaba su silueta de muchacho fuerte y ágil.
El follaje arrastraba indolente la sombra parda de su espeso regazo; diríase, que algo ascendía o bajaba en el sortilegio de la hora imprecisa, cuando él levanto la cabeza para responderme que no era fatiga ni cansancio lo que le había postrado allí.
-Tengo miedo, miedo de avanzar –repitió-, hay sombras fatídicas que se mueven en la espesura; hay obstáculos que se levantan por doquier; hay voces que se quiebran en el viento y pasos que se apagan en el silencio.
Yo vine por el camino que tú debes recorrer. Mis plantas no están heridas, ni mi mente ofuscada por las visiones que rondan en la sombra.
-Pero, ¿qué visiones son esas? –interrogó nuevamente más alarmado que nunca.
-¡Mira, están allí: son arboles que extienden sus brazos protectores al que pasa; las piedras lisas y musgosas donde apoya su frente el peregrino; la red finísima del viento que baila y canta en la espesura…!
-¿Y esos son los fantasmas que me esperan en el camino?
-Sí; no hay peor fantasma que el miedo, él te ha inmovilizado sobre la piedra de tu cobardía.
La noche que bajaba lenta y densa, fue cubriéndolo todo con su manto. Y envuelto en la sombra, seguro de sí mismo, ágil y fuerte como una afirmación de valor y esperanza, le ví perderse por el camino que yo había dejado atrás.
Rosas
Para sentirme plena, he pedido –sin saber por qué-, algo muy grande a las fuertes potencias de la altura.
Una racha de aire perfumado, llegó a mi estancia y saturó el ambiente claro y tibio de mi cuarto…
Sumida en un profundo sueño de hipnótico embeleso, dialogué largamente con el alma de las rosas…
Detrás de mi ventana, y al beso de la luna, empinábanse los lirios para tocar mi frente…
¡Cuántas cosas me fueron reveladas! ¡Qué mensaje tan puro recibí –hasta sentirme plena-, en el alma fragante de las rosas!…
La Noche
Muchos temen la noche sin saber por qué. Pocos son los que se despojan de las miserias del día para entrar en el arcano de la sombra. ¡Hasta para dormir necesitamos paz y alegría! Tenemos que ser como los niños cuando tienen un juguete nuevo, que se acuestan locos de contento y esperan con ansiedad «que sea mañana» para jugar con los soldaditos de plomo o el caballito de cartón que dejaron el jardín.
Cuánto más alegre sea nuestra última hora de vigilia, más clara será nuestra risa del día siguiente, más franco el gesto y más pura la palabra. Y hay razón para pensarlo así, pues el alma sin tormentas, logra en la misma proporción los placeres del día en relación a la última hora de percepción subjetiva.
¡Esta es tu página, maestro! Penetra en tu alcoba con la alegría ingenua de los niños que te rodean en el aula. Después sé como éllos, que cuando llega el día, marchan presurosos y radiantes a la glorieta del jardín donde esperan sus soldaditos de plomo o el caballito de cartón.
Esta es tu página, maestro. ¡El que siembra claridad tiene que vivir en la luz!
La Alegría
De las muchas posesiones que puede disfrutar el hombre, la más grande e intensa de todas es la alegría.
Si alguien preguntase: ¿Cuál es el camino que conduce a la felicidad? Sin duda, algunos responderían: la conformidad. Más, yo con menos razón pero con más fe le diría: el verdadero camino es la alegría.
Tal vez objetarás: la alegría tiene que venir de adentro para que sea sincera. Lo que implica que no bastará un ambiente alegre o una noticia agradable si el alma se encuentra triste.
Bien puedes pensarlo; pero recuerda, que si el alma constituye la esencia, el ambiente y la forma exterior constituyen el motivo que tú debes buscar.
Alégrate de todo; pues si permaneces impasible ante los hechos que se suceden para llenar tu espíritu, sería imposible el encadenamiento de la felicidad en el mundo.
¿Crees que el artista siéntese más satisfecho solo, que cuando el auditorio le escucha y aplaude sus maravillosas interpretaciones? No hubiese yo escrito este libro si fuese a quedar sin eco en un mundo indiferente y vacío.
¡Vamos al camino! No iremos muy lejos cuando te sentirás alegre; porque cada grano de arena, cada piedra, y cada tronco viejo, nos contarán su historia. Y regresarás con la dicha de saber algo nuevo.
Los jardines son más bellos en la primavera.
Las noches so más bellas, cuando una carcajada de astros rutilantes iluminan las lobregueces del cielo.
El ave es más feliz cuando de rama en rama, desgrana sus trinos para deleite de que pasa.
El hombre es el más feliz de todos los seres, porque puede esbozar perennemente una sonrisa.
Si el mendigo hablase risueñamente de la esperanza de curarse en vez de repetir en cada puerta su triste historia; quizás nadie en el mundo le negaría una limosna.
Hoy conocí una muchacha joven y rica; pero note que mientras hablábamos de todo y hasta habiendo motivo para ello, jamás llego a sonreír ni una sola vez. ¡Pobre pájaro –pensé- en su jaula dorada, no se escuchará nunca el arpegio sonoro de la risa!
¿Para qué el dinero y la juventud sin alegría? Has objetado que es una fuente secreta, ¿verdad? Pero el «ábrete sésamo» principia en el sentido de apreciación que sepamos darle a las cosas que nos rodean, porque si estos no hicieres, ¿cómo pretendes cosechar el fruto de la felicidad? Y te repito: ¡el camino hacia la verdadera felicidad es la alegría!
La Paciencia
Jamás, nadie ha sacado ventaja alguna de la impaciencia; ya que la paciencia, es la mejor aliada de las grandes obras. Servirá de ejemplo, un detalle aislado de mi propia vida. Si el jardinero llegaba tarde o yo perdía mi aguja de bordar, me impacientaba de tal manera que el resto del día lo trocaba en un infierno e furia y desasosiego.
Una mañana, abrumada de fastidio en mi propia casa tan lleno de todo, salí con el propósito de dar un corto paseo por los alrededores. Como pasara por la puerta donde vivía Isabel la paralítica, entre a su casita estrecha y limpia como un caracol.
Cerca de la pared donde élla estaba en su silla de inválida, había una ventana de madera toscamente labrada que daba al patio. Cuando me acerqué, le dije unas palabras de compasión en forma inexperta y brusca; y élla, señalando por la ventana hacia el patio matizado de clavellinas y nardos, respondióme muy acertadamente.
-Así es el curso de todas las cosas en la vida. Esos pequeños seres que se alimentan de agua, aire y sol; eran unos pobres bejucos negros pegados a la tierra árida; pero, vuestro jardinero llegó un día silencioso y decidido a limpiar la tierra y a regar los troncos cubiertos de polvo y olvido.
Desde entonces, no ha faltado con su canción de agua fresca una sola mañana. Y ya ves, hay rosas y hojas verdes que alegran el ambiente de esta casita vacía.
Avergonzada me retiré del lugar, y cuando pretendo impacientarme, recuerdo la justificada tardanza de mi jardinero y la lección inolvidable de Isabel.
Hoy he visitado de nuevo a Isabel. Una circunstancia imprevista me llevo a su casa; pero esta vez, mis palabras fueron de esperanza y optimismo.
En el jardín había ramilletes hermosos y fragantes. Ella vendía flores, y con el producto había cambiado totalmente el aspecto de su casita humilde y limpia. Todo era fresco y poético, los retratos que colgaban de la pared, tenían marcos nuevos y brillantes. Isabel vivía de sus recuerdos, frente a su jardín alegre y ebrio de sol.
Yo pensé mirándole los ojos claros y llenos de esperanza: -¿Qué será de esas pobres flores si mi jardinero no viene pronto con su canción de agua fresca regar el jardín? Si él está enfermo, enfermarán ellas también y morirán de tristeza y sed. Y tomando un cántaro que había cerca, dije a Isabel que iba a regar su rosal, porque mi jardinero se encontraba en un lugar distante y tal vez tardaría en llegar.
Ella protestó, pero al fin, terminó por aceptar cuando le expliqué que la tarea era grata y beneficiosa. Mañana, con algún pretexto, volveré a la casa de Isabel si mi jardinero no puede ir con su canción de agua fresca a regar el rosal.
El Pozo
Él era como el pozo que había al lado de la casa: claro, generoso, pleno; y con las manos siempre prontas a dar. Todo el que tenía sed iba al pozo; por eso, él cuidaba de que estuviese limpio, sin alimañas ni bruscas amargas.
Un día, detúvose frente al pozo un lujoso automóvil, y el dueño –con voz de patrón intransigente-, pidió un poco de agua para sofocar el calor de la máquina.
Cuando el automóvil avanzó de nuevo por el camino arenoso y desigual, un pobre hombre que iba delante con una lata de agua al hombro, turbóse de tal manera, que la lata rodó al suelo empapándole las piernas.
El conductor del vehículo, volvióse rápidamente y gritóle que era un imbécil por obstruir el paso y pone poca atención en su marcha. Yo estaba en el brocal del pozo, y pensé que mientras el pobre campesino no podía caminar por el peso de la lata colmada, el rico propietario hubiera tenido que detenerse allí por falta de agua para el buen servicio de la máquina.
Tal vez, este mismo hombre hubiese dado agua de su lata, si el despótico conductor no se hubiera fijado en el pozo que se empinaba detrás de la cerca como para llamar a todos los sedientos del camino. Sin embargo, lejos de aliviarle la carga y llevarle de un lugar a otro, llenólo de improperios y burlóse de sus pocas fuerzas.
El aire mordiente y travieso que venía de la espesura, seguía agitando con sus manos transparentes el cabello suelto y liso de las campesinas que llegaban jubilosas y cantarinas a llenar sus cántaros.
Después se marcharon cantando por diferentes caminos. Yo también me alejé, pero iba pensando que todos en la vida vivimos de limosnas. El mismo conductor del automóvil recibió su limosna de agua clara; pero él se creyó merecedor de tal servicio, porque provenía de un hombre inferior a él. Y en este pequeño mundo, los superiores creen que deben ser servidos por los inferiores.
Pocas son las cosas que merecemos y muchas las que negamos; pero en las leyes de la compensación y la justicia, el bien con la maldad nunca se paga.
El Remanso
En otra oportunidad hube de hablar de los ríos; y como amo los ríos, amo todas las cosas que contienen una gota de agua, ya sea cristalina o turbia, porque el agua es el gran sostén del Universo. Y brota, desde el primer llanto hasta la última despedida hacia la tumba.
A considerable distancia de mi casa, hay un remanso que decora el paisaje, profundamente azul y divinamente claro.
Mientras las muchachas prietas de sol y blancas de espuma, tienden la ropa sobre los bejucos verdes y las piedras grises; los chiquillos rompen el cristal del agua con inusitado regocijo, y hunden las manecitas traviesas para perseguir los pececitos de colores que se ocultan entre las guijas rumorosas.
A la orilla de este remanso, he escuchado muchas historias de amor e infortunio, de pasión y de celos… Muchas veces, mientras Luisa entona una canción de esperanza cuando enjabona la ropa, Regina se torna taciturna y grave para rogarme, casi con llanto en los ojos, que no se lo cuente a nadie. Prometo ser discreta; pero más allá, empieza el hilo de otra y otra historia que no me importará revelar; porque la humanidad está llena de prejuicios absurdos que es necesario llevarlos al conocimiento de la misma humanidad para su propia evolución.
Por eso, creo que el agua es parte y esencia de mi propia vida. Esta vida mía, que al compás de su música suave y acariciadora, arrancó una página vivida de cada corazón que fue al remanso.
La Verdad
Dicen las Ciencias Herméticas: «Como es arriba así es abajo». Axioma este, que encierra acaso, toda la Gran Verdad del Universo.
En la ignorancia del sentido oculto de estas palabras, es común oír decir a la gente: «Siento grandes deseos de abandonar este mundo para descansar eternamente». Tal idea, demuestra un desconocimiento absoluto del proceso vital o conciencia evolutiva del ser humano, ya como componente físico o fuerza psíquica.
Aún los más recalcitrantes materialistas que así pensasen, correrían el riesgo de volver a la duda; por que como punto positivo, deberían aceptar que toda descomposición evidencia una transformación. Y si todo es inestable y nada se estaciona, ¿cómo impedir, entonces, la perpetua transmutación de nuestros átomos?
Si todo vuelve a animar a otra forma o cuerpo, -no importa la finalidad-, ¿podemos desear con verdadera certeza el gran paso hacia la Nada como punto concluyente de nuestro destino?
Si nada existe que no vibre y persista hacia la evolución; entonces, ¿por qué no repetir?: «Como es arriba así es abajo» y continuar conscientemente la ley del progreso hacia la Gran Verdad.
Los Días
Los días, ¿qué son los días? Eslabones de una cadena inmensa que nos llevará –tal vez-, al final de un nuevo principio.
Los días, ¿qué son los días? Cuentas de un valioso collar que romperá su hilo sutíl al impulso de un soplo invisible. Soplo cruel o piadoso, que no tomará en cuenta nobleza de cuna, ni edad ni posición monetaria.
El hilo maravilloso de la vida quedará roto irremediablemente; y las cuentas traslúcidas y serenas, o turbias y negras de tu existencia, quedarán en la humanidad para enaltecer tus hechos o ensombrece tu marcha.
He aquí, que debes pulir tu inteligencia y animar tu voluntad; para que esas cuentas, que un día quedarán en depósito para siempre; sirvan de talismán estímulo a los otros que habitarán el plano.
Deja tu obra, -perlas de tu collar-, la obra pequeña de sembrar una semilla o la obra grande de educar un pueblo; pues en la progresión incesante del mundo cósmico, no hay cosa pequeña ni superflua. Y en esta forma, el collar valioso de tu existencia, seguirá prolongándose en el supremo esfuerzo de los otros; que harán siglos de tus días; porque lo que perdura en obra de bien para la humanidad, es obra de tiempo eterno.
En la Bahía
Muchas de las personas que me leen, han permanecido horas y horas frente al mar; contemplando sobre la línea azul del horizonte, el vuelo de los pájaros marinos.
Velas blancas y rizadas de sol, surgían del espejo líquido y transparente de las aguas. La bahía pintoresca y risueña, era una evocación de encuentros y de rutas ignoradas.
El viento salobre y yodado de la costa, batía las cabelleras hirsutas de los hombres rudos y sencillos que se ocupaban de descargar los barcos. Pocos había en la rada, tal vez por estos tiempos de guerra; pero la afluencia de gente es siempre igual. ¿Qué atracción tan poderosa tiene el mar para el hombre, que sin poseer un barco o proyectar un viaje, viene a su encuentro atraído por el espejismo de sus olas? ¿Será que cada barco lleva o trae una nueva ilusión?
Mientras el sol cabrilleaba sobre las ondas, yo me daba a la tarea de pensar que el hombre es un eterno explorador; primero abrió los caminos en la tierra, después surcó los mares; y ahora, abre rutas en la estratosfera, algún día –tal vez-, descubrirá algún sistema que le permita visitar a Marte. ¡Ah! –me dije- deteniendo el curso de mis propios pensamientos: todos buscamos los puertos para soñar.
Impulsada por la emotividad del paisaje, miré a mí alrededor para exteriorizar mis propias ideas; y a mi lado, estaba el muchacho de aspecto soñador que pasaba horas enteras contemplando el mar.
Al principio, creí que se trataba de un aventurero que esperaba el momento oportuno para emigrar; pero los barcos anclaban y zarpaban nuevamente; y él, permanecía con una llama de inquietud en los ojos devorando el horizonte.
Al fin le interrogué:
-¿Espera Ud. noticias de algún familiar lejano, o viene a respirar el aire puro de la bahía?
-Ni lo uno ni lo otro –me respondió con algo de brisa y ola en su voz-. Yo vengo a este puerto, a admirar las banderas de los barcos. Le sorprende mi respuesta, ¿verdad? Pero la visión inmensa y lejana de la patria que un día abandonamos, se plasma íntegra y pura, en la gracia de una bandera ondulante y risueña. Cada vez que las contemplo en el mástil de un barco, imagino que es un saludo de paz que nos envían los países distantes.
¡Ah, si pudiera hacer de todas una gran bandera! Entonces, no habría guerra en la tierra; porque esa enseña de la Unión Universal, representaría el grande y único destino de los hombres de la tierra…
Él continuaba hablando; pero el viento que venía de la costa azul e imprecisa, recortaba sus palabras y se las llevaba muy lejos. Mientras que el sol, cada vez más alto, prendía en sus ojos una inquietud extraña. Así lo deje esa mañana, estático y soñador contemplando una bandera que se perdía en lontananza.
Antes de Partir
Te impacientas y quieres volar como los pichones recién nacidos, porque piensan que los árboles y el espacio son unos brazos inmensos que les llaman.
Espera un momento antes de partir. Nada significarián tus afanes y tus desvelos en la vida, si lo que has podido hacer antes de irte, lo dejas como una carga sobre los otros que ocuparán tu morada.
Antes de partir: abre todas las puertas de tu casa, limpia el jardín, quita el polvo de los vidrios y todo lo que pueda causar una impresión desagradable en el ánimo de los futuros moradores.
Cuando todo esté dispuesto en esa forma, entonces podrás decir con íntimo regocijo: ¡Ha llegado la hora de emprender el viaje!
No te impacientes por estos pequeños problemas que llenan tanto la vida de los otros; considera, que el que llega fatigado del camino polvoriento a ocupar tu morada, sentirá una satisfacción muy honda al ver la casa limpia, el jardín con rosas y los cristales claros para mirar la senda y el paisaje que se pierden en lontananza.
Y sin conocerte pensará: el viajero que abandonó esta morada, irá hacia un lugar más limpio o en busca siempre de algo que limpiar.
Los Ríos
Mi deseo más profundo ha sido el de vivir siempre a la orilla de los ríos. Los amo con una ternura inmensa porque son como las personas: rebeldes, tristes, cantarinos, inquietos, bulliciosos, claros, turbios, etc., según el viento que les acaricia y el paisaje que les rodea.
Los ríos son más humanos y tienen más potencia anímica que los arboles y las piedras, porque jamás se detienen y siempre arrastran o dejan algo a su paso.
Cuando un libro me satura el alma con la belleza de sus imágenes literarias, y encuentro toda la luz del universo cautiva en sus páginas elocuentes y plenas de optimismo para llenar la vida, pienso inmediatamente qué escrito a la orilla de un río bullicioso y alegre.
En el corazón de la selva, hay una extraña música que adormece los sentidos del caminante perdido. Al pie de la montaña, corre un hilo azul de agua purísima para los que bajan rendidos por la jornada del día. El rebaño se detiene al borde de los ríos; bebe cielo y agua, y decora los paisajes de Miguel Ángel, el Ticiano y Goya.
Las ciudades sin ríos son como los cuerpos sin brazos; jamás tocarán el cielo, ni saludarán el alba; por eso, compadezco a todos los lisiados de los brazos; pues como pueden dar, tampoco podrán recibir nada en la vida.
Si te sientes triste, fatigado y sin ánimo para la lucha; vete a la orilla de los ríos, dialoga con sus ondas claras y rizadas. Toma de ellos, la transparencia, inquietud y alegría; pues nada conforta tanto el espíritu como la lección de sus aguas que marchan sin detenerse ni retroceder jamás.
Piensa en la fuerza arrolladora de los ríos ante los obstáculos del camino, en la diafanidad de sus cristales y en el curso invariable y firme de su destino hacia la meta. Sé tú como los ríos que refrescan la tierra: luminoso, claro, fuerte, ¡sin detenerse jamás en el camino de la vida!
Otros Mendigos
Además de los que no tienen pan ni lecho, hay otros mendigos que piden con la voz del alma porque son ciegos de entendimiento.
La ignorancia es una venda espesa que les enturbia la existencia, no ven ni piensan más allá del estrecho círculo material que les rodea. Si no saben leer, jamás se irán por los anchos caminos de la tierra a contemplar las maravillas del mundo. No existe para ellos ni Europa ni América, ni cielo ni tierra; las cosas viven como muertas porque las estrellas no se llaman ni Sirio ni Venus.
En cierta ocasión, yo le decía a uno de mis alumnos: -Cuando sepas leer y escribir conocerás Francia, México y todos los países del mundo. Y él, vino a decirme después de haber transcurrido algún tiempo:
-He pasado los límites de la tierra. Conozco todo el Universo y el diámetro de todos los planetas. He viajado a través de los sesenta millones de kilómetros que nos separan de Marte; conozco sus polos cubiertos de nieve y los satélites que giran a su alrededor.
El ignorante jamás podrá apreciar el valor de las cosas. Y la mejor moneda para estos ciegos que trafican la noche de su ignorancia, es arrancarles la venda espesa que les veda el mundo.
El Juego
Los niños se sienten verdaderamente felices cuando juegan, y su pequeño mundo se reduce a balones, trompos, aros.
Frente a mi casa, a la luz que sostiene un poste que ilumina la calle recta y limpia, acuden todas las noches –como mariposas en torno a la llama-, un grupo de chiquillos que juegan, cantan y cuentan historietas o aventuras de viajes aprendidas durante el recreo.
Algunas veces, he tenido que suspender la preparación de estas cuartillas; porque la risa clara y las voces altas de los chicos, se cuelan por mi ventana y desvanecen el hilo de mis pensamientos.
Jamás he protestado por esto, pues el único tesoro de los niños es el juego. Y después de todo, si prolongásemos la infancia, la humanidad sería menos cruel y frívola. Cuando aún éramos niños que poseímos un ferrocarril de cuerda, nos divertíamos viéndolo rodar y admirando sus bellos colores; después, cuando fuimos grandes y llegamos a dominar una empresa ferroviaria, nos sentimos dueños del mundo y capaces de retirar al maquinista o a cualquier empleado, porque se retrasó unos minutos comprándole un pequeño juguete a su hijo para los días de Navidad.
Los niños pobres, en las piezas estrechas y obscuras, están esperando la caricia de un juguete para alegrar su infancia; mientras que allá en la taberna, los hombres hacen pequeños montones de monedas que pierden al correr de los dados.
Si para los niños el juego es un tesoro, para los grandes es la perdición o degeneración completa. El hombre que juega arruina su vida y su hogar. Y como puede observarse, esta es la ley de los contrastes en el mundo: los chicos lo hacen para complementar su vida, los grandes para destruirla; porque lo que se quedó en la mesa de la taberna, se trocó en hambre y llanto para el hogar ensombrecido.
Los hombres que se llaman líderes y que se dedican a guiar a la humanidad con la fuerza sutil y arrolladora de la palabra, debían ir a las grandes casas de juego, donde los hombres con la mirada llena de codicia y el ademán nervioso, quitan y dejan las piezas de plata que restarán el pan moreno a la mesa humilde.
Esos hombres que abren caminos en la humanidad, debían aproximarse y pedirles que les acompañaran al sitio del mitin para explicarles lo que sería la patria si todos fuesen a parar a las mesas de juego: los limpios no necesitan lavarse las manos para recibir el pan de la justicia y la verdad; son éstos los que necesitan la limpieza del espíritu y la rectitud en la práctica para ennoblecer su existencia y engrandecer la Patria.
La Lluvia
Del cielo, desciende rítmica y pausadamente la lluvia transparente y fina. Ni el surtidor, con su canción blanca y rumorosa, se adentra tanto en el alma como este collar de agua clara que humedece los caminos.
El campesino, cuando mira caer la lluvia desde la puerta de su rancho, sorprende todo el divino misterio que anima la creación. Por eso, la ama intensamente como ama al sol y los vientos que maduran los frutos de su huerto.
¡La lluvia es paz, alegría y esperanza! Desciende de lo alto en forma pródiga y elocuente como un mensaje de Dios.
El hombre, doblado sobre el surco, traduce el símbolo más alto de lo divinamente natural; porque todo cuanto le rodea en ese momento es Naturaleza: tierra, cielo, viento y sol Todo es Naturaleza, y la Naturaleza es Dios.
Los Misterios
Hoy tuve la oportunidad de hablar con un joven que se mostraba verdaderamente preocupado por los problemas e la vida y el Más Allá. Poseía una gran agilidad mental para expresar y defender tan intrincados asuntos; alrededor de los cuales, hubo de exponer razonamientos e hipótesis que nos llevaron por diversos caminos a investigar la ley de causa y efecto en todas las manifestaciones de la Naturaleza.
Cuando llegamos al punto de origen del hombre y su función como ser pensante, pareció perder el equilibrio de su razonamiento y exclamó: «La verdad es que eso es un profundo misterio que desconcierta al hombre. Ni el Génesis, ni Darwin, ni los más conspicuos investigadores, han logrado dar la clave exacta del impenetrable misterio que rodea el origen de la vida».
-¿Y eso lo llamas tu misterio? –me apresuré a interrogarlo-. Los científicos hablarían del protoplasma o capas celulosas que engendraron la vida en la gravitación evolutiva de los agentes psicofísicos. Sin embargo, esta composición de forma y esencia, escapa en su estado primario a la imaginación del hombre; pero, ¿crees que tal desconocimiento del principio vital o átomo-simiente debe llamarse misterio por el hecho de pasar ignorado por el hombre?
Si éste desde un principio hubiese estado capacitado para expresarse gráficamente por medio de un sistema invariable y único; tal vez, nadie hubiérase considerado impotente ante la extraña pictografía que usó el hombre primitivo para recordar los hechos y cosas que le rodeaban.
Si hubiera conservado el recuerdo de su formación y desarrollo, jamás habríase inventado la palabra misterio; porque en las leyes de la Naturaleza no hay misterios. Todo está sujeto a un ritmo determinado que –aun el hombre de la actualidad- no ha podido delimitar por su escasa evolución en el planeta.
Una Noche
La brisa viene de lejos y riza las aguas del fulgurante lago. Un murmullo de verdes palmeras y alas trémulas, embriaga la tarde que declina mansa y lenta sobre las hondas moribundas.
En el horizonte, se perfila ya, el fulgor vacilante de una estrella…
¡Algo penetra en el alma y nos aleja de toda sensación humana!
Es la hora de la marcha. El camino inescrutable de la sombra, se ha tornado ancho y claro para incitarnos al viaje. Deja el peso de tus inquietudes y entorna los párpados. Una mano de seda nos llevará al quimérico encuentro del lejano paraíso.
¡Qué emoción tan inmensa la del viaje!
En la punta luminosa de una estrella, enredóse el último jirón de nuestro traje; y cruzamos por la senda abierta, sin el peso de un hilo en nuestra marcha.
Y ahora, que hemos llegado a la cúspide de la real idealidad, dime ¿cómo describirías esta mágica visión del divino paraíso que una noche cruzamos en silencio?
La Luna
¡Cuán bella y pálida está en el cielo! Es u simple satélite de nuestro planeta, y casi lo envuelve con la gracia plateada de su lumbre.
Preguntad al Poeta: ¿Cuál es el influjo más poderoso de vuestra inspiración en el espacio?
Parece que en nuestro sistema planetario, fuera de este cuerpo de condiciones completamente negativas para la adaptación del hombre, el imán más atrayente que enrumba sus sensaciones por los senderos del ensueño y la belleza.
¿Habéis contemplado la luna llena sobre el mar? ¿No os parece que su fulgor es el más tenue de todos los fulgores…?
¿No habéis admirado el oro de sus rizos en los jardines de la noche?… ¿Y no os parece que es más fino y puro que el mismo polen de las flores recién abiertas…?
Esto es muy romántico, ¿verdad? Y hasta dirías que cosas tan tontas no debieran escribirse nunca… Pero yo he ido a los barrios miserables, y he visto un círculo de niños haraposos y mugrientos, pidiéndole pan a la luna.
¡Lejano e imposible juguete de los niños pobres que cantan a la orilla luminosa del camino!
Una vocecita trémula se levanta de la ronda pidiéndole más pan; y ella, plena y rubia en el espacio, como una hostia inmensa sostenida por manos invisibles, poco a poco se ha perdido en la noche; mientras que abajo, la ronda sigue cantando… la ronda sigue esperando, ¡que pase cerquita un día para irse con la luna!
La Dádiva
Al finalizar el día, ¿Puedes enumerar tus cosas malas y buenas? Todos podemos hacerlo, porque se trata de un pequeño esfuerzo mental. ¿Podaste los árboles de tu jardín, peinaste la blonda cabellera de un niño, admiraste una obra de arte en el museo más cercano, saludaste al cruzar la calle a la amiga de la esquina…?
Todo encuadra bien en el plan de tus actividades diarias. Pero, ¿has sentido verdadera satisfacción al hacer una de estas cosas?
Has visitado un hospicio de niños y dejaste un juguete de bellos colores, o llevaste una moneda a la pobre mujer que muere en el barrio miserable por falta de recursos. Pero, de nuevo vuelvo a interrogarte: ¿has sentido verdadera satisfacción al hacer una de estas cosas?
¡Pobre dádiva si no te ilumino por dentro cuando alargaste la mano! «La alegría más grande es la de dar», pero cuando se dá con la moneda o el mendrugo, un pedazo de alma y una sonrisa de satisfacción.
Si partieses tu pan con el hambriento, tu ración se mermaría. Pero, ¿se mermaría tu manantial de fe o tu fuente de sonrisas si llegasen a las puertas de tu alma todos los mendigos del mundo? ¡No! Por eso te repito: aprende a dar con verdadera satisfacción, y tu dádiva será la verdadera misericordia que piden los hambrientos de la tierra.
Cuando Vaciles…
Muchas personas a quienes he creído con verdadera entereza de carácter y extraordinario dominio de sí mismas; me han preguntado con profunda consternación en determinadas circunstancias: «¿Cómo haré para librarme de esto o aquello? ¿Qué camino tomaré?»
Si buscas algo que te guíe, si quieres una voz amiga y anhelas un brazo fuerte que te sostenga en la marcha; acude a tu propia conciencia. Ella es la voz misteriosa, capaz de darte el verdadero consejo que necesitas en tan difíciles momentos.
Pero, si cierras los oídos a esa vibración sobrenatural que viene de adentro, tu paso será siempre débil y seguirás dando tumbos por los zarzales de la vida.
Cuando vaciles, no te precipites al primer consejo ni retrocedas un paso, ¡párate un momento a escuchar la voz amiga, que si aún no se ha contaminado con el odio de tu corazón y las amarguras de tu existencia; saldrá pura, clara y fresca, a poblar de luz la ofuscada tiniebla de tu mente!
Los Dos Caminos
Solo hay dos caminos en la vida: Bien y Mal. No tienes porque atormentarte pensando en la desgracia y el dolor; porque nadie te empuja hacia éste o aquél lado de la senda. Solo tú, eres el dueño de tu destino y responsable de tu fracaso.
La oportunidad está delante de ti en cada minuto de, hora y día. En todo cuanto emprendas, encontrarás que l senda se bifurca en bien y mal, noche y día, felicidad o desgracia.
Nadie te engaña ni dice: «¡Toma de esta agua que es dulce y quita la sed!» Y el agua que era impura, te amargó los labios e hizo blasfemar: «estaba escrito». Solo los musulmanes en su obscura tradición, se inclinan ante la fatalidad y la aceptan como algo irremediable.
Nadie dice a la rosa: envío una fuerte racha para que destroce tus pétalos; ni las arenas del mar al niño; rompe el cristal del agua para que bajes a jugar conmigo; ni una voz misteriosa al hombre que pasa: ¡mata para que se cumpla tu destino!
Si la ley de la evolución, – y la evolución solo cabe dentro del propio dominio o libre albedrío- entonces, no se deben aceptar tales designios como leyes escritas.
En la vida, hay dos caminos para que tú puedas elegir: ¡la sobra o la luz!
Cuando Tu Duermes…
Cuando tú duermes en la mullida espuma de tu lecho, mil estrellas descienden del espacio infinito para besar tu frente –y en tu sueño-, la realidad de lo incierto, te hace millonaria de astros temblorosos y distantes…
Cuando tú duermes, la lluvia menuda de la noche baja silenciosa hasta el jardín y despierta los capullos que adornarán tu pecho…
Cuando tú duermes, las arañas incansables de la noche, tejen soles de oro en tu ventana para que te sorprendas en la mañana inmensa que e envolverá con las gasas flotantes de su luz…
Cuando tú duermes, una ráfaga de aire penetra en la estancia y juega con tu blonda cabellera…
Mientras tú duermes, la luna grande en el cielo, alumbra los caminos de tu sueño y llena de visiones tu esperanza…
Mientras tú duermes en el suave y blanco lecho de tu estancia, un niño huérfano y hambriento, se acurruca temblando de frío en el zaguán de tu casa…
Mientras tú duermes… hay seres que lloran la orfandad de su destino y estrellas que caen para alumbrar tu camino…
Comparte Tu Alegría
Cuando regresaba del parque, ví una muchacha que radiante de felicidad, saludaba de una manera efusiva y amplia a todos los amigos que encontraba al paso. Su acento era una canción de primavera; y sus rubios rizos, flotaban sobre los hombros al compás de su marcha rápida y precisa.
La muchacha penetró en una tienda de modas, midióse varios sombreros y charló largo rato con las empleadas de la casa. Cuando salió con su paquete, encontró un mendigo en la puerta que le extendió el brazo. Casi me pareció que lo atropellaba con la alegría de su sombrero nuevo; cuando de pronto, advertí que se paraba dejando caer algo sobre la mano escuálida del mendigo. Después, la ví perderse en el tumulto de la gente que llenaba las avenidas claras y limpias.
Pocas personas comparten su alegría con los hambrientos del camino. Llevan las manos llenas y no son capaces de arrojar una semilla en el surco crispado de sed.
El mendigo ignorará siempre su nombre; pero jamás olvidará, que una mano de seda perfumada, dejo en las suyas el pan del día que alivió su jornada.
Los Buenos Días
¡Cuantos afanes en un solo día de tu existencia! ¡Cuánto temor y consternación por aquello de la noticia inesperada y el trágico suceso del chico que se fue de bruces fracturándose un brazo…!
Y recuerdas esto diciendo: «En tal día y tal fecha ocurrió este serio percance en mi casa…»
¡Pobre barro, que se lamenta cuando los batracios mueven el pantano; pero jamás se estremece de alegría cuando desciende y lo besa una estrella! Pocas personas dicen: » El día más feliz de mi vida fué éste o aquél porque hube de realizar táles o cuáles cosas…»
Muchas personas anotan en una libreta que siempre conservan en lugar de preferencia, la fecha de nacimientos de sus hijos; pero si muere uno de ellos, no lo anotan porque tienen la seguridad de recordarlo siempre… siempre…
Aprende a recordar tus días buenos sin necesidad de acudir a tu diario o memorias. Y cuando sobrevenga algún percance doloroso, piensa en tus días de felicidad y dicha; e inmediatamente, tu angustia desaparecerá; porque en la vida, las proporciones mayores vencen a las menores.
Nunca digas como en cierta ocasión que un ciego se lamentó: «Jamás he sido feliz un solo día en mi vida porque nací ciego». Pues a su lado, un hombre que moral y físicamente padecía mucho se apresuró a responder: «Además de ciego, yo quisiera ser sordo e insensible como una piedra para librarme de este dolor que me devora por dentro».
Enumera tus días felices, porque todo grato recuerdo, es ya una prolongación de felicidad.
Palabras del Ritmo Interno
Alguien se anuncia a tu puerta. No vaciles ni digas cavilando: «¿Será la quimera?» ¿Por qué no piensas? «¿Será la primavera?»
***
Clásico o Poeta, Profeta o Vidente; hay un ritmo interno en cada ser pensante que puebla el mundo. Enseña tú esa música para que la humanidad no perezca ni se deje arrastrar por los bélicos sones de la guerra.
***
¿Dónde está, -dices- la esperanza que me acompañaba? Yo te respondería: Entonces, ¿tienes muerta el alma para negar toda posibilidad de reconquista?
***
En clase de filosofía o problemas metafísicos, ¿ha logrado tu maestro una certera visión para demostrarte lo que es el Alma? ¡Esencia, fluido, chispa, éter, todo y nada…! ¿Bastaría acaso la mejor explicación del mundo si persistes en decir que nunca la has sentido?
***
¿Qué harías tú si las cosas tardaran de tal manera que nunca llegaras a poseerlas? Adivino tu respuesta; pero yo te diría: ¡Sigue deseándolas!
***
Con frecuencia escucho decir: «Voy al cine, a la playa, al campo, etc.» Pero jamás solemos decir: iré al encuentro de mi propio Yo.
La primavera
«Cuando llegue la Primavera…» decían los campesinos, mirando desde las puertas de sus ranchos, la extensión calcitrante de la tierra reseca. Y yo, visionaria y niña aún, soñaba que la Primavera era una reina de carne y hueso; ataviada de gasas y lirios, con una diadema rutilante sobre la rubia cascada de sus rizos. Y pensaba que llegaría con su varita mágica, reverdeciendo los campos y regando violetas a su paso.
En las mañanas blancas y luminosas, yo la esperaba sobre un tronco rugoso del camino, e interrogaba al viento que pasaba: ¿vendrá por este o aquel sendero? Y vanamente oteaba el horizonte y buscaba sus huellas perfumadas por todos los recodos el camino.
¡Oh, Primavera! ¿Cómo será la Primavera?
-Es la hija más hermosa del tiempo- respondióme una vez el hortelano.
Y el tiempo manso y lento, matizó de capullos la pradera. Doráronse los frutos y hubo frescor y aroma en las laderas; pero yo, la soñaba tan humana, que un día enrumbé mis pasos hacia el punto más alto de la tierra en pos de la anhelada Primavera. Más allá del valle y la hondonada estaba la meseta solitaria; y más lejos aún, sobre un tajo saliente del cerro milenario, el rancho abandonado y semiderruido ofrecióle refugio a mi cansancio.
En la parte superior de la puerta, y ya casi apagado por el tiempo leíase este nombre: «La Quimera». Cuando mis ojos descifraron el enigma, parecióme despertar de un sueño amargo y sombrío. Un sol radiante y nuevo ardía en mis venas; miré en torno del rancho, y el paraje solitario y triste sin una flor ni un nido, se me antojaba un desierto donde no flotase ni un hálito de vida.
Entonces, desde el picacho helado de la cumbre miré hacia atrás. El campo verde me llamaba: rosas, campánulas, lirios, y violetas adornaban el paisaje y embriagaban el ambiente. Naturaleza toda sonreía; y yo, hechizada y sensitiva ante el regio conjunto de la vida, descendí de la cima a la pradera para estrechar en mis brazos a la dulce Primavera.
¡Ah, ésta es! –me dije- formando un búcaro con las flores azules del camino. En mis manos quedó para siempre un perfume grato y fresco que iluminará mi existencia. Y desde entonces, cada vez que contemplo una simple y menuda florecilla a la orilla del camino, me repito radiante de esperanza: ¡Ah, ésta es la Primavera, mi dulce Primavera!
La Guerra
¿Todavía los hombres se odian? Se odian y se matan como chacales hambrientos. ¡Qué conmoción tan honda sufre la humanidad cuando la ambición ilímite destierra la piedad y el amor del corazón de los hombres, y los lanza a una lucha sangrienta de hermanos contra hermanos!
Juan era feliz y vivía con su madre y hermanas en una casita que era todo primor y encanto. El era joven, sano y fuerte como un torbellino de esperanza. Poseía una franja de tierra a la cual mimaba con sus canciones mañaneras y llenas de sol.
Juan soñaba con la dicha de la humanidad entera cuando las flores de su jardín decíanle en plática de amor:
-Fíjate en nuestro destino: perfumamos el ambiente porque somos esencia y belleza de la vida. Después nuestros pétalos rodarán de aquí para allá al impulso del viento para constituir la vida de otras plantas. Somos parte de todos los jardines y esencia de todas las esencias.
Y Juan, interpretando a cabalidad el sentido de este evangelio agreste, solía responder a las flores:
-Yo también multiplicaré la esencia de mi espíritu y esta tierra será pan de hambrientos cuando doren los frutos…
…
Pasó el tiempo…
Un día sonó el clarín de guerra y Juan se agazapó contra la empalizada de su jardín para librarse del atropello; pero los hombres armados de fusiles se lo llevaron en nombre de la Ley.
…
Allá en el horizonte se levantaba una densa cortina de humo rojizo. Las ametralladoras funcionaban sin cesar en el ambiente convulso y trágico del campo de batalla; los aparatos de bombardeo cruzaban rápidos y violentos el cielo impasible y terso. Los hombres caían fulminados como hormigas y era un solo clamor la tierra hirviente.
Y en medio de estos horrores, Juan luchaba como una fiera destrozando pechos, atropellando niños e incendiando hogares.
…
Ahora presenciamos el regreso.
Aún hay sangre y lodo en la piel tostada de los hombres que vienen maltrechos de esperanza; pero ¡oh, destino! Juan encontró la casa vacía; y entonces, un desgarramiento fatal se apoderó de su alma, gritando con toda la fuerza de su esperanza herida, al tiempo que agarraba algo que brillaba en su pecho:
-¡Esto es el pago de tantas y tantas vidas, y dicen que la vida no tiene precio!
Y riendo y llorando como un endemoniado, arrancó las medallas de su pecho y las arrojó al suelo. Después, trataba de herir a los que pasaban con pedazos de hojalata, piedras y trozos de madera…
De nuevo intervino la ley, asegurando las puertas con soportes de hierro para que sirviese de manicomio su propia casa.
Yo he pasado muchas veces cerca, y cuando le grito desde el camino:
-¡Adiós Juan! El inclina la cabeza, llora por un momento y después rompe a reír estrepitosamente.
La Fuerza Oculta
¿Sabes que además de todas las fuerzas, hay una fuerza mayor que vive oculta dentro de ti?
Pero, ¿sabes a la puerta que has de llamar para encontrar esa fuerza…?
Yo no podría revelarte el secreto, porque fue algo creado exclusivamente para ti.
Yo no podría decirte: ¡esta es la puerta! Porque hay almas cuya puerta de hierro es impenetrable a todas las llamadas del mundo.
Otras puertas son tan frágiles, que una leve ráfaga las quebraría.
Almas hay, de puertas tan estrechas, que una hormiguita con su diminuto tamaño, no las pasaría nunca.
Busca tu mismo el camino, no esperes que un extraño trate de conducirte a tu propia morada, porque estarías perdido irremediablemente.
Ya seas ciego y sordo como una estatua de bronce, busca ese tesoro oculto con tus propias manos; pues tú mismo encontrarás el camino que conduce a esa divina puerta, donde está oculta la fuerza mayor que tú y solo tú, puedes y deberás buscar.
La Montaña Imprevista
¡Qué magnífico espectáculo! Cuando contemplamos una montaña inmensa. Creo que nuestros ojos no podrán admirar nada más majestuoso en la vida. Pero si tuviése que pasar esa gran montaña, ¡qué reacción tan fuerte sufriría nuestro espíritu! Entonces, la desearíamos pequeñita, sin guijarros ni ráfagas heladas.
El sol pasa todos los días en su punto más alto y sin detenerse jamás. El día de mañana es también una montaña pequeñita que pasaremos en un puñado de horas luminosas. Jamás hemos dejado de pasarla un solo día; pero con frecuencia nos detenemos en el árbol más frondoso, sorbemos de la fuente más clara y alargamos el brazo hacia la fruta madura. Sin embargo, sentimos una brusca turbación en el alma cuando el alba descorre su cortina de topacio y nos alumbra el día. Y pensamos con pasmosa indolencia: ¡quién hace esto o aquello, qué ruda la vida y estrecho el camino!
Piensa ahora, si el agua fuese amarga, el pan duro y la fruta ácida, ¿hubieras pasado una sola vez en tu vida esa imprevista montaña que se llama día?
Calza tus ligeras sandalias, baña tu alma en la gracia de la aurora y emprende la marcha hacia la meta azul de la montaña. Y cuando arribes a la orilla del nocturno puerto, di como el sol que siempre la cruza: mi verdadera tarea empezará mañana; porque hoy pase la montaña imprevista tan confiado y alegre, que fue un sueño mi viaje del oriente hasta el occidente de la tierra.
La Puerta Abierta
Abre de par en par las puertas de tu casa. El mendigo que recorre la calle en demanda de pan, llegará a tu puerta con plena confianza. El niño que pase, volverá su inquieta cabecita y sus azules ojos hacia el interior de tu casa. El sol y la brisa, entrarán iluminando y perfumando todo. Y cada día, un visitante inesperado llegará a tu puerta y se llevará o te dejará algo para engrandecer tu existencia.
Si alguien tuviese sed y marchase fatigado en pos de agua; sin duda, llegaría a la última casa si esta fuese la única que permanece abierta. Los presidios y los manicomios están siempre cerrados. En las casas cerradas, parece que se retiene algo o se niega la entrada a alguien. La felicidad jamás toca la puerta ni llama a grandes voces. Llega donde la esperan y donde hay confianza plena. Entra sin llamar ni saltar tapias; y con mucho sigilo, acaricia los niños y despierta los botones en los rosales.
Si en tu lugar se incuban las sombras; se entumecen los cuerpos y se mustian las rosas porque tu puerta permanece cerrada; entonces, no esperes nada de la vida, ya que el ensueño, la felicidad y el amor, son dones maravillosos que no llaman ni esperan para entrar.
Abre tu puerta, para que todo aquel que la mire sin ir a pedir ni a darte algo, diga siquiera al pasar: ¡Aquí vive la Esperanza!
No Busques Más Allá…
¿Por qué pierdes el tiempo y torturas tu mente tratando de pasar los límites de tus propias posibilidades…?
Entre los deseos y las realizaciones no existe ninguna muralla que te impida pasar; sin embargo, un hilo invisible corta tu paso y no sabes por qué. Entonces, maldices e increpas contra el destino, como si éste fuese algo que no puedes evadir. Caes impotente y te quedas allí limitado por las circunstancias; y si no resultase así, ¿cómo podrías saber de amarguras, deseos y esperanzas…?
La vida nos parecería un sueño y las cosas fútiles e irreales si todo nos llegara al primer esfuerzo mental. Y he aquí, que la gran satisfacción de haber llegado a la meta, se presenta en proporción a las heridas recibidas en el camino de la lucha.
¿Cuál sentirá más sed, el que llega por la sabana abierta sin refugio de sombra y azotado por el viento mordiente del mismo día; o el que se demoró bajo los árboles del camino y escucho el trino del pájaro que vuela entre la fronda? Ahora, preguntad a los dos:
-¿Cuál de estas dos aguas será más clara y dulce siendo del mismo manantial?
En el Universo todas las cosas se compensan de una manera u otra. Los ciegos somos nosotros, que pretendemos ir más allá cuando debemos detenernos; y nos quedamos rezagados cuando hay una sabana ríspida y ardiente que atravesar. Por ello, no maldigas ni increpes contra el Destino; tú mismo eres el camino y algún día tendrás que llegar.
Historias a la Orilla del Remanso
I
Carmen Lucía, estaba alegre y cantarina enjuagando la ropa de su nene. De pronto, sacó las manos del agua y se las llevó a los ojos para secarse las lágrimas. Extrañando tal actitud, le pregunte la causa de tan inesperado llanto.
-Es triste –me dijo-, el destino de ese pequeño ser que me alienta y llena de esperanza. Nació inválido ¿sabes? Va para cinco años y jamás ha dado un paso para alcanzar un dulce. Lleno de tristeza, mira saltar y correr a los otros chicos alrededor de la casa. Nunca se han burlado de él; pero si vieras tú cómo permanece callado y solo en un rincón de la pieza.
-¿Y por qué cantabas? –Le pregunté cuando advertí que las lágrimas de nuevo afluían a sus ojos-.
-¡Ah, porque es mi única esperanza y alivio en este mundo! No tengo a nadie más que viva ligado a mi existencia. El no camina. Vive como un árbol o una piedra, pegado siempre al mismo pedazo de tierra; pero sé; que alguien me espera cuando regreso del remanso, tornando su tristeza en alegría cuando me ve llegar.
Y sacando la ropita blanca del agua, la abrió sobre unas piedras grises y luego partió, hacía donde aguardaba su esperanza como un punto débil de su propia vida.
El viento de la mañana pasó sobre el remanso, estremeciendo la fronda y despeinando los pinos. Las huellas de las lavanderas volvieron a cubrirse con la arena dorada que volaba de un lugar a otro; y las hojitas verdes de los bejucos tiernos, se doblaron lentamente hasta tocar las aguas que se mezclaron esa mañana con las lágrimas de Carmen Lucía.
II
Elena, ¿cuántas docenas de piezas lavas en la semana?
-¡Jesús! Señorita, estas manos que Ud. ve, las tengo y desechas de tanta enjabonadura, que hasta el alma me sube la lavaza prieta y agria como el mismo dolor.
-Elena, tú hablas cosas muy bonitas e interesantes. Si esa lavaza en vez de fregarte el corazón te puliera la inteligencia, entonces…
-Entonces… ya lo creo, señorita. Ud. viene a distraerme en este remanso y no ve más que las burbujitas que hace la espuma al correr el agua, cuando todas las penas se arremolinan en el alma.
-Dudo que tu alma abra sus puertas al dolor; porque tú eres de esas personas que cantan con el agua la canción leve y blanca de la espuma.
-¡Vaya! Que al fin anda muy cerquita de esas cosas del corazón, que unas veces son turbias y otras veces claras como el agua. La verdad fue que, una tarde cálida y llena de alas, yo abandoné ese mismito lugar con la esperanza de verlo regresar después de tanto tiempo de ausencia y olvido. Yo me decía mientras cruzaba el sendero: todas las aves tienen nido y él volverá porque lo espero. Este pensamiento me consolaba en la soledad del camino. Y adornando mi cabello con las florecitas azules que encontraba al paso, llegue cantando a mi casa. ¡Ni para qué contarle mi entusiasmo, señorita! Sólo le diré que esperé y esperé en vano todo el tiempo. Sin embargo, siempre lo espero como si nunca hubiese partido. Ahora, ya lo demás lo sabe, ¿verdad?
-Comprendo, Elena; la prieta lavaza de una esperanza absurda anega tu corazón. Despliega las alas de tus sueños porque la sombra anuncia la luz, y ¿sabes cuáles son las aves que entonan con más armonía las notas de sus trinos? ¡Son las aves que no tiene nido! ¡Las que esperan como tú, a la lumbre misteriosa del camino!
III
Lindo traje, ¿verdad? ¿no sientes verdaderos deseos de tener sobre tu piel la suavidad de tantos encajes níveos y vaporosos como las alas de los arcángeles?
-No, Carlina –respondió la interrogada-. Yo fuí una vez muy considerada y verdaderamente solicitada en los centros sociales, lo que no dejaba de costarme algunos sacrificios de orden material o monetario. Y a propósito, te lo contaré todo para que veas si hay sinceridad en mi respuesta. Pues bien, en el baile de esa noche, lucía y un traje como éste: alegre, diáfano, y brillante como un tul enjoyado de luceros. Manos ágiles y expertas, habían confeccionado detalle a detalle el precioso modelo que tanta admiración y asombro causó en la selecta concurrencia. Cuando yo desfilé, en franca disputa por obtener el premio al mejor traje de baile; él, constituido en miembro del jurado, alargó hasta mí, el búcaro fragante de rosas recién cortadas, declarando ante la concurrencia, que era yo la dama mejor ataviada de la fiesta.
Lo confieso, un gran rubor coloreó mis mejillas y estremeció mis manos. Ya lo comprenderás, toda la noche fue mi pareja de baile y yo la insubstituible triunfadora, triunfadora del corazón, ¿entiendes?
Con joyas de fantasía y artículos importados, yo alardeaba de holgada posición monetaria; aunque tuviese que caer en manos de prestamistas y usureros. Un día nos casamos y fuimos felices al principio. Como él era apuesto y fuerte, todas las amigas se estrecharon en torno nuestro y nos daban pic-nic y fiestas lujosamente preparadas en la orilla del mar o los campos. Y cuando él, convencido ya de mi inestable posición social me abandonó, todos me abandonaron también…
Ya ves, ¿no me hubiese convenido más esa noche llevar sobre mi cuerpo el humilde traje de una aldeana? Ahora, ya no dudarás de la sinceridad de mis palabras; pues he llegado al triste estado de tener que lavar ricos y bellos trajes de acomodadas señoritas para poder cubrir mis propias necesidades. Decía esto, exprimiendo con extraordinario cuidado, los finos y blancos encajes del vestido; mientras que el sol, allá en el horizonte, seguía el rumbo cierto de su carrera ascendente.
IV
-Nunca has llegado tan temprano como hoy. A ver, ¡cuéntame! Pues tengo la seguridad de que algo inesperado está sucediendo en tu casa.
-Pues sí, la señora dio a luz un hermoso niño esta madrugada, y he venido a toda prisa a lavar estas piezas.
-Y ¿qué harán con el niño que levantaron de chico; le seguirán queriendo con el mismo cuidado y cariño?
-La señora había peleado varias veces con su esposo antes de encerrarse en su cuarto; pues ella dice que su hijo será muy feliz, porque antes de nacer, ya su estrella le había deparado un pequeño servidor para que le cuide, limpie y entretenga.
-¿Y el señor que dice?
-Que no debe considerar las cosas así; pues a pesar de ser un niño recogido en un Asilo, debe considerarlo como hermano mayor que lo guíe y acompañe en todas sus andanzas por la vida.
-¿Y cuál de las dos opiniones crees que dominará?
-Es triste ver cómo la señora manda y regaña al pequeño niño huérfano cuando su esposo está fuera del hogar.
-¿Y tú qué piensas de todo lo que pasa?
-¡Líbreme Dios! ¿Una triste sirvienta como yo pensar algo? Pues sabe Ud., yo no he pensado nada; pero sí tengo el propósito de hacer algo. Por eso he venido muy temprano, ya que después de arreglada la ropa se la llevaré a la señora y me iré con el niño a otra parte; y no quiero que llegue el momento de escuchar que le digan delante de rosado chiquitín: «Este es el rey de la casa, y debes obedecerle hasta en sus fútiles deseos. Cuando su mano caiga sobre tu cuerpo, recuerda que eres un agregado en esta casa y tienes que aguantar como cualquier hijo de vecina.
-Me dijiste que no pensabas nada.
-No lo pienso; pero si lo haré tal como se lo estoy diciendo, y por eso me despido de una vez, rogándole que guarde el secreto.
V
-Hace tiempo que no venía Ud. por estos lados, señora Inés. ¿Estaba tal vez en la ciudad?
-¡No, mi hijita! Estaba dispuesta a dejarme morir de abandono en medio de mi propio infortunio.
-Y ¿habrá un dolor tan grande que la empuje a tales extremos en la vida?
-¡Oh! Si estuvieras en mi caso, quién sabe cómo pensarías; pues hace unos meses que mi hijo fue arrebatado por la corriente impetuosa de los vicios; y estas manos arrugadas y torpes, ya no saben ni dónde encontrarlo para hecharle la bendición y ampararlo. Llega todos los días ebrio y sale como un loco de la casa a continuar su cadena de horrores en el prostíbulo o casa de jugadas clandestinas.
Antes solía decirme: «Apúrate con el flux, viejita; mira que tengo una cita con la muchacha más linda de este lugar». Y aquí, como tantas veces tú me has visto, yo he lavado con gran esmero su ropa, pensando en lo apuesto que se vería con todo bien lavado de su viejita.
Hoy no hace eso, y se enfurruña conmigo cada vez que le pregunto por la ropa que le he de arreglar; porque ya y que no es un patiquín para andar siempre como un cigarrillo de blanco y estirado. Además, todas sus mejores prendas de vestir las ha vendido a precios irrisorios para dejar esas monedas en las casas de prostitución.
Ahora, ¿dime, cómo habré de consolarme de este dolor?
-No piense Ud. en cosas irremediables, amiga mía –le dije con el alma llena de compasión-, todo tiene su término en este mundo lleno de abrojos. Consuélese pensando en las muchas veces que sus manos extenuadas y bienhechoras, lo encontraron limpio para bendecirlo y ampararlo. No sume su dolor y desesperación al extravío de su hijo; pues en vez de una vida, serán do las que se verán arrastradas por la tempestuosa corriente de la desgracia y el dolor.
Salga Ud. de nuevo para que vuelva a ser lo que antes era; pues en esta salida, ha ganado el oxigeno puro y vivificante de la mañana y mi modesta contribución de esperanza por la vuelta del hijo pródigo al hogar triste y sin luz.
Al día siguiente volvió con la ropa al remanso; pero esta vez, advertí en sus ojos, una chispa luminosa y clara que hacía pensar de la fe en su hijo hacia el camino de la regeneración.
VI
-Graciela, ¿cómo es posible que tú marchites así esas lindas manos; dignas acaso, de llevar finas joyas y guantes exquisitamente perfumados?
-Ya ve, señorita; estas lindas manos como Ud. dice, han nacido para mendigar el pan de puerta en puerta. Bueno, me explicaré mejor: no han nacido para eso; pero, en merecimiento de lo que han hecho –si es que existe la justicia divina-, debían sangrar dolorosamente como las manos de un leproso.
-Tus palabras envuelven un misterio, y no sé a qué atribuyes la desgracia de tu existencia.
-¡Manos como para llevar joyas!, ¿verdad? –y diciendo esto-, levantó del agua cristalina y mansa, las dos manos finas y perfectas, que parecían níveas palomas en actitud de vuelo.
-¡Joyas y guantes…! –repitió- e inmediatamente, como presa de un repentino ataque de locura, las llevó a su boca mordiéndolas desesperadamente hasta hacerlas sangrar.
Trabajo me costó serenarla y lograr que olvidara tan inesperada reacción de su tragedia oculta.
Después nos vimos muchas veces. Jamás llegó a revelarme nada, y cuando solíamos encontrarnos frente a frente; un denso velo de infinito silencio, parecía cubrir la perfecta forma de sus manos liliales.
VII
-La jornada de hoy debe haber sido muy larga María Luisa; porque a pesar del viento fresco y puro de la mañana, advierto en tu rostro huellas de un profundo y largo quebranto. El cansancio de tu voz y lasitud de tus brazos, traducen todo el rigor del áspero camino.
-Quizás, no será la jornada del camino peñascoso y rudo. Los desvelos de tantas noches largas, han trenzado en mi alma la red tormentosa de la desesperanza y la duda. Un hilo tibio y salobre, corre sin cesar por mis mejillas cada vez que comparo mi triste situación de estos momentos con los años cortos y dichosos que pasamos en la ciudad.
-No veo necesidad la necesidad de establecer comparaciones para llegar a conclusiones tan fatales y dolorosas. Y creo que tu mejor medicina será salir todas las mañanas a recorrer las cabañas de los pastores y departir con ellos, ese residuo de esperanza que nos reserva la vida en un rincón oculto del camino.
-¡No, no es eso lo que quiero! Necesito quedar ciega e insensible como las piedras para no sentir el dolor que repica en mi corazón.
-Eres la antítesis de la razón y la justicia. Todos quieren la luz y tú la sombra. Todos la amplitud sensitiva de la vida para poder extenderse hacia el gran todo, y tú deseas ser un vago jirón de tinieblas para perderte en la nada. ¿Es que no esperas nada de la vida?
-¡No, no espero nada! Vinimos a este pueblo para ocultar nuestra miseria. Pero un mal día, se apagó la lumbre y no hubo ya pan ni agua en el hogar. Era preciso que mis hijos buscaran otro destino para no morirse e hambre entre las cuatro paredes de la casa; y no sé si los dos, cobardes ante la miseria, han tomado la senda sin regreso…
-¿Y tú también vienes con ese propósito a este remanso? –le pregunté- cuando advertí que buscaba con la mirada aquella parte lejana y ancha, donde se desbordaban tempestuosamente las aguas bullangueras y cristalinas.
-No, en este momento puedo decirte que no. Si tuviera un cántaro, llevaría un poco de agua para mitigar la sed de ellos cuando regresen, ya que me has hecho creer que regresarán algún día.
-María Luisa, ¿conoces la historia de la fuente de Jacob cuando Jesús pidió agua a la Samaritana?
-No. –me respondió-. Y cuando hube concluido el relato, regresó con el alma desbordada de esperanza, creyendo –tal vez- que aún hay aguas milagrosas que curan las heridas de la vida.
La Vida Es Sueño
Un notable poeta dijo: «la vida es sueño»; y díjolo, tal vez, por la verdad de esta frase que encierra todo el encanto de una parábola romántica y divina.
Muchos dicen que no se puede ni se debe ser iluso en medio de la aspereza y el desconcierto de la vida; y agregan, que para orientar nuestra existencia, hay que tomar por norma la realidad y distinguir lo falso como falso.
Esos seres que tienen el pensamiento en el estómago, jamás se elevarán un milímetro de la tierra que pisan, ya que la región del ensueño les está vedada por la crudeza de sus pasos.
Y dicen los que no saben del oculto paraíso: «Soñando no se puede llegar a las estrellas, ni se alcanzará nada que no sea ficticio y vano».
Los que así piensan, llevan en el alma un pesado lastre de piedra, que no les permite remontarse a las regiones del ensueño. Y viven detrás de un muro punzante y frío, mordiendo la aspereza de su propio destierro.
La vida es sueño, y el sueño nos impulsa hacia lo noble y lo bello. ¿Quién no se ha sentido feliz, soñando con encajes de espuma y riberas de lotos? ¿Quién no ha pensado en los paisajes luminosos de las ciudades distantes? ¿Quién no se ha transportado hacia el país glorioso y lejano, cuya epopeya amamos desde el colegio cuando engalanamos nuestro álbum con vistas de plazas, jardines y hombres célebres?
¡Idealizar, soñar y transportarse, es ya, amar la vida con el perfecto sentido de las cosas divinas!
Idealizarlo todo, transformarlo todo, sentirlo todo, es percibir total y profundamente, la fuerza anímica que integra la evolución del Cosmos. Los seres que no sueñan, viven como Prometeo, atados a la roca brava y áspera del humano vivir; porque para ellos, la tierra es una vasta extensión de granito que les desgarra las plantas. El hombre u no sueña, jamás contemplará el horizonte y las estrellas, porque vive a ras del suelo como los pobres gusanos de la tierra.
¿No fue un sueño la «República Ideal» de Platón? ¿No soñó Jesús que su doctrina de amor y esperanza uniría a todos los hombres de la tierra? ¿No soñó Colón que la ruta azul del océano era el camino de un nuevo destino para el mundo? Y todos los maravillosos inventos de la ciencia, ¿no han sido primero un sueño en la mente del hombre?
Si has soñado alguna vez, ¡alégrate! porque un poder oculto te ha revelado la senda del ideal perfecto.
Un hombre de acento profético y alma inmensa, soñó un día con la libertad de los pueblos oprimidos; y entonces, desde el Monte Aventino hasta San Pedro Alejandrino, hizo de sus sueños la realidad más grandiosa de la historia.
…Y una tarde, en el páramo desierto de su agonía, plasmó en el corazón de todos la última esperanza de su sueño al decirles, que enterraba su corazón para que se consolidara la unión en los pueblos que libertó su espada. ¡Sublime ensueño: sacrificarlo todo por la visión de una patria libre, unida y fuerte!
¡Sueño inmenso y glorioso el de Bolívar!
La Música
Dice Thoreau: «podría, según pienso, escribir un poema que titularía: Concordia. Y serían sus capítulos: el Río, los Bosques, los Lagos, las Colinas, los Campos, las Lagunas y las Praderas…»
¿No os parece que cada uno de estos capítulos evoca un ritmo en tono suave, ya dulce, ora infinito y recóndito, que se adentra en el alma y la llena de armonía?
Yo os diría: con silencio y más silencio podría lograrse las notas inauditas que atraviesan las capas fluídicas del Universo, para sumergir nuestro sensorio-luz, en un éxtasis de profundo arrobamiento.
Los colores, ¿quién diría que los colores emiten sonidos armoniosos y extraños? Pues bien, los emiten en forma tan sutil y vaga, que bastaría contemplar –en divino trance de percepción anímica- el verde delirante de la montaña enhiesta para sentir la música celeste de la altura.
El viento, el arroyo y las olas plañideras, dan música a los senderos del ensueño. Ensueño: divina escala para traspasar los límites de lo burdo y material.
¡Alma, tú también eres música! Pliega tus alas hacia el sideral encuentro. ¡Alma, tu vuelo silencioso, será un oasis de ternura! ¡Alma, prepárate para el encuentro con la gran armonía de la Muerte!
Límite
Es muy lamentable, que todo en la vida tenga un fin, límite, o destino; a pesar de que ese límite implique o reste un beneficio a la colectividad.
Fuera de nuestra percepción objetiva, ¿existen o no el tiempo y el espacio? Necesariamente, el hombre ha tenido que limitar todo lo concerniente a su existencia para ordenar su vida conforme a las circunstancias de su medio.
Yo hubiera querido prolongar esta obra a todo lo largo de mi existencia; pero el tiempo no se debe a un solo fin, y el espacio –por razones de orden económico-, es limitado para llenar de motivos todos los claros de la vida.
He olvidado la arista, el gusano, la nube, el granito de arena, etc. Pero alguien vendrá después a concluir mi tarea; por eso, no diré que ésta es la última página. En la humanidad, continuamente y hasta con precisión matemática, los hechos y las cosas se repiten de una manera u otra. Por ello, precisa el encadenamiento de todas las fuerzas o mentes que hoy, mañana y después, seguirán abriendo e iluminando el sendero para el nuevo destino de la humanidad.