Rosavirginiamartinez's Blog

septiembre 1, 2009

Signo

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Signo
Poemas

Con alto aprecio dedico al Dr. José Antonio Campos Delgado, Mecenas de este libro.
R. V. M.

Desnudo el corazón

¡Oh, si todos fuésemos
por la vida con el corazón desnudo!
si el pecho fuera de cristal,
tan claro y tan fino,
que nada en el mundo
pudiera cubrirlo:
ni la seda,
ni la noche,
ni las montañas,
ni los mares,
ni la muerte.

Si pudiéramos ver
todos los corazones
a través del pecho:
¡Cuán luminosos unos,
cuán tenebrosos otros!
Corazones cantando,
corazones llorando.
Corazones llagados
y encadenados
a los odios
y a la sombra
de la avaricia y del mal.

Cuántos corazones
turbios
como el de Midas y Judas.
Cuántos corazones negros
como aquel de Torquemada,
que viven siempre deseando
la terrible inquisición.

Si todos llevásemos
el corazón a flor de piel
para reír y cantar:
cuántos hombres
como niños,
y niños como ángeles:
alegres de claridad.

Vamos a pedirle a Dios
que nos deje el corazón
desnudo.
Vamos todos los hombres
y las mujeres de la tierra.
Pero nadie se mueve.
¡Nadie!
Tal vez Jesús y Gandhi,
y otro puñado de hombres
en cada ciudad del mundo,
se hubiesen movido
para pedirle a Dios
que nos deje el corazón
¡Desnudo!

La palabra inicial

Al amigo Dr. Carlos Gil Rincón,
Afanoso investigador del mundo de la mente.

¿Quién pronunció la
primera palabra en el mundo?
¿Fue de amor o de dolor?
¿Quién?
¡Tal vez el agua, el viento
o la lejana estrella!

¿Quién enseño al hombre,
a llorar y a reír como los ángeles?

Es tan difícil saber
quién caminó con la primera aurora.
Cada siglo del pasado
es una puerta de extraviadas
llaves;

a la cual,
muchos sabios como Darwin
han llamado.
Y aún cuando pudiésemos
mirar hasta la Edad de Piedra
o más allá
por la vieja cerradura;
n sabemos si fue de
amor o de dolor
la palabra inicial.

No sabemos nada ¡nada!
del hombre UNO que apareció
en la tierra.
Después:
diez, cien, mil, un millón,
más un millón, más un millón,
más un millón…
Y se agotan los números,
pero los hombres
siguen llegando a la tierra
incesantemente;
e incesantemente,
nos preguntamos unos a otros;
pero nadie sabe nada:
ni yo, ni tú, ni ellos…

Acaso, y acertadamente
¿responderán los hombres
que llegarán después?

¡Es tan breve la vida!

Caminamos todos los
días,
hacia los meses y los años;
hacia la aurora
de un nuevo
amanecer…
Hacia las estrellas,
hacia lo eterno,
hacia el MAS ALLA.

¡Cuántos cardos
en el camino.
Cuántos guijarros
y sinsabores;
pero llegaremos
para que se cumpla el:
“nacer, morir,
volver a nacer,
tal es la ley”!

Muchas veces
he deseado,
quedarme un siglo
o más,
descansando a la sombra
de un ciprés;
pero este árbol
también se va y regresa,
en cada semilla
que cubre la tierra.

Nadie ha logrado
aferrarse a la vida,
hasta ver encanecer
a las estrellas.

Nadie ha visto secar
un océano,
ni el lento diluir
de una montaña.

¡Es tan breve la vida!

Caminar.
Caminar de este mundo
a otros.
Ir y volver,
-como del trabajo a la casa-
pero cada vez
más cerca de la cima,
más cerca de la luz
y de lo Increado.
Cada vez,
más cerca de la
Verdad.

Sed

Al Dr. Ramón Soto Matos

Todos tenemos sed.
La piedra se calcina de sed.
y el pajarillo
inútilmente vuela
para alcanzar la nube.
El pozo tiene sed
de estrellas;
y el salobre mar,
de la gota de lluvia
para endulzar su pena.

¿Quién no tuvo sed
alguna vez en la vida:
sed de amor, de vino,
de triunfo o de placeres?
¿Quién no tuvo sed de
oro,
de grandeza o de
poder?

Jesús que nada ambicionaba,
y que todo lo daba,
tuvo una vez sed,
¡mucha sed!
Una sed espantosa
de agua,
¡simplemente de agua!
Y le dieron hiel
¡pobre humanidad!
que le negó a un Hermano Mayor,
lo que Dios nos dio a todos
sin medida
desde el Alfa al Omega:
el llanto y en la lluvia,
en los ríos y en los mares,
en los lagos y en las nubes.
¡Pobre humanidad!

¿….?

¿Cuánto, cuánto he caminado
por los mismos senderos
de la tierra?

¿Cuántas veces…
con las plantas del mendigo,
con los piececitos blancos,
con los piececitos negros
de algún niñito africano?

¿Cuántos siglos he mirado
la misma luna en la altura?
¡Lucerito de miel fresca,
lucerito de ternura!
¿quién me dará la respuesta?

¿Sabe el árbol
que ha cambiado
su vestido de hojas verdes
muchas veces?

¡Zumba la abeja en la rama!
¿De alegría abre la flor?

¿Quién me dará la respuesta?
¿Quién?

No quebrantes la ley

No hagas prisioneros
a los pajaritos,
que vuelan y cantan
en las ramas verdes
de los limoneros.

Tanto a ti como a ellos
Dios les ama,
y les dio libertad;
para que ascendieran
en pos de claridad.

No quebrantes la ley:
Si el mundo entero
es cosa ya pequeña
para el hombre
que pretende llegar
a otros planetas,
¿cómo quieres que el ave
viva feliz en la dorada jaula?
¿Acaso dijo Dios que había
un límite,
para el inquieto remo
de sus alas?

No quebrantes la ley.
Pájaros y nubes,
son los banderines
que agitan muy alto,
manos invisibles
de azules querubes.

La gotita de rocío

¡Cuán poca cosa
es la gotita de rocío!
Mas,
ella brilla,
tiembla y sueña sobre
la rosa.
Ella es vibración,
color
y alegría,
en la escala infinita
de la creación.

¡Cómo será de humilde
y de poeta,
ese Dios de grandes y
pequeños;
de mansos y soberbios,
que no olvido en su
Plan Divino,
de hacer a la gotita
de rocío!

La gotita de rocío,
se evapora silenciosa
como el alma
de las rosas.

La gotita de rocío:
¿se transmutará en conciencia
en la ronda de los siglos?

Ese Dios
sencillo y fuerte,
sabiamente en sus
arcanos,
guarda todas las
RESPUESTAS.

La oración

“Tanto la intención cruel
sólo a este fin enderezan,
que si el Padrenuestro rezan,
es porque piden con él”
Ruiz de Alarcón

Si quieres
orar,
vete como Jesús
a la montaña:
donde la brisa
canta,
y es más clara
la luz.

Camina hacía los
valles y las colinas
donde la vida
es agua mansa
y cristalina.

Vete
al huerto solitario
del propio corazón,
donde solo se escucha
la voz de la razón.

La multitud
es para cantar himnos,
para romper cadenas,
para pedir el pan…

Cuando el Maestro
sintió deseos de orar,
pidió a sus discípulos
que lo dejaran solo
¡solo!
en el fragante olivar.

Si todos orasen así…
Pero no,
la gente va a los
templos,
para exhibir sus prendas
y para que digan:
¡está orando!
aunque saben que Dios no los
escucha.

¡Pobre mujer!

Pobre mujer desconocida,
pobre hermana de otras
vidas:
Yo la vi tendida
en el lecho,
enferma, desnuda
y hambrienta.

¡Pobre mujer sedienta
de caminos,
de agua, de luz
y de amor!

¡Yo le di unas monedas;
pero eso no calmaba
su dolor…!
La herida estaba
más allá de la carne;
tal vez en el pasado
o más allá de otras
vidas
vividas en la sombra…

Yo reí y le dije:
Dios es bueno y alegre.
Entonces,
se estremeció en el lecho
y me pidió que abriera
la ventana para verlo.
Entró el sol,
la brisa y el rumor
de los campos.

Ella sonrió,
y se durmió tranquilamente,
tranquilamente…
para no despertar.

La cruz

¿Por qué tenemos
que amar
lo que es símbolo
de tristeza
y de dolor?

Acaso,
¿no es Dios alegre
como los pájaros del bosque?
¿Quién le ha visto
llorar en sus cosas
más puras y hermosas,
como las estrellas
y las flores?

Es mejor no amar
la cruz,
porque allí murió
Jesús.
Y con ella nos engañan,
y la llevan prisionera
los malvados sobre el pecho,
para hacernos creer
que llevan a Dios.

Pero Dios
anda con los pájaros,
las nubes,
las flores
y las mariposas…
¡Libremente!
No en una cruz de oro
o de zafiros,
que el hombre hiciera
para venderlo.

Dios está más allá
de todas las gemas
y el oro del mundo.
Más allá de todo
ruin propósito.
Dios anda libre
en el viento,
en la luz de las estrellas,
y en todas las cosas bellas
que sabiamente formó.
Dios anda libre,
Libre,
Libre…

Luz

Dios mío:
yo te amo en la luz.
Y te suplico,
que dejes a mi lado
una gota de claridad
para sentirte cerca.
Nadie sabe
que te arrebujas
en la intimidad
del rocío,
y en el polvillo
de oro
de las mariposas.
A veces lloro,
para tocarte
en la luz diminuta
de una lágrima.

Mi Dios:
¿qué puedes ser
si no eres la luz?

No conozco nada
más puro para envolver
la tierra;
ni nada mejor
para entibiar los nidos
cuando los pichones
quedan huérfanos.
No sé de nada más claro
para mirar la vida
y la risa de los niños.

¡Oh Dios mío!
si algún día
quedasen todas las estrellas
oscuras
como las casas vacías;
y muriese la claridad
sobre la tierra;
entonces,
sabré que

no eres la luz.

Canto a la muerte

A todos los que creen
en la Reencarnación

Te llaman Muerte, ¡hermana mía!
pero nadie sabe tu nombre;
tu nombre de racimo transparente
y claridad marina.
¡Dulce nombre
de pájaro en el viento,
y de fruta
que nadie ha inventado
todavía.
Nombre de miel,
de rumor en el bosque
y pétalo de aroma
en la distancia!
¡Oh Muerte:
caminas por la tierra
con el paso fluyente
de un lucero;
y va tu luz extraña,
por los campos de trigo,
hacia lejanos yermos,
a ranchos y palacios,
mares de espuma y besos…!

Te llaman Muerte,
y sacudes al viento
tus burbujas vitales.
Clavel de llama viva
florece en tu silencio,
y un soplo de esperanza
navega en tus raíces.

¡Nadie sabe
por qué eres tan profunda
y tan sola,
tan callada y tan plena
de invisible presencia!
¡Nadie alcanza el enigma
de tu raíz nocturna,
ni el polen de tus manos
que siegan
en esta tierra mía,
para sembrar acaso,
en otra tierra incógnita!

¿Por cuál razón nos atas
a tu leve cintura
de melodioso junco?
Quizás,
porque eres más que hermana,
más que madre,
más que la Verdad,
el Bien
y el Sueño…!

Yo te amo, Muerte,
porque te sueño
saturada de esencias
como la primavera.
Y amo,
el jazmín ilusorio de tu frente,
y tu boca sellada
de palabras ausentes;
tus cabellos eternos,
tus ojos de remanso,
y tus manos tan claras
como la lluvia fina.

¿Quién sabe
del frufrú de tu falda,
y tu vaga sonrisa
que retoña en el viento?
Sin embargo,
cuando llamas,
no hay pasos rezagados,
ni dedos que hagan signos
de espera en la distancia.
¿Quién dijo que eres lúgubre?
si los niños
abandonan sus juguetes
para ir como racimos
prendidos de tu falda.

¡Oh Muerte:
he soñado tantas veces

con tu alado horizonte
de sonámbulas
rosas!
con el movible mar de tu ternura,
que lentamente
nos arrulla y duerme,
que nos sella los labios,
y apaga el corazón
con el soplo desnudo de algún signo impreciso.

¡Oh Muerte, hermana mía:
qué reposo de piedra
aguarda en tus fronteras;
zumo de tantas noches
en los párpados rotos…!
-Eso cree la gente-.
Más,
yo sé que eres el día
sin aurora ni ocaso:
que hay savia milagrosa
en tus ramas tendidas;
que te cantan alondras
en las manos dormidas;
que eres azul y tierna
como un cuento de la infancia;
que vienes despacito,
como una buena madre
Hacia el hijito
enfermo;
y al besarnos la frente,
nos dices la palabra
de la conquista eterna:
la mágica palabra,
la terrible palabra,
que en nuestro idioma es
¡MUERTE!
pero acaso en el tuyo
no será más que duerme.
¡Duerme!
Y todos dormiremos
para volver un día,
a sembrar en los vientos
canciones de alegría.

Teosófica

A Ovelio Riera, que conoce
El Sendero

Ya no hay caminos tristes ni oscuros en mi vida.
Ya las rudas espinas no me hieren los pies;
al fin logré la senda de la fuente escondida,
donde Dios se hace sombra, de un humilde ciprés.

Yo no sé si otras veces fue bálsamo en mi herida,
si un día la hallé al paso o la perdí una vez;
pero en su claro espejo me veo confundida,
con la nube que pasa y la dorada mies.

Igual que Dios en todo: yo daré mi alegría,
multiplicada en voces de lumbre y poesía,
porque soy viento y agua, igual a Dios también.

¡Ser pródiga, ser pródiga! Aunque jamás comprendan
que el pan viene del árbol, para que no sorprendan
el inmenso derroche, que hace el Supremo Bien.

Tránsito

¡Qué reposo tan hondo
embargará mi cuerpo,
de mis negras pupilas
se fugará
la luz!

El racimo maduro que
endulzara mis labios
no volverá a posarse
con divino temblor.
Y estas manos mías
que acariciaron tanto,
la cabellera oscura,
el pájaro
y la flor:
se quedarán inmóviles
como lirios de cera,
sin sentir la brisa
el beso perfumado,
que llegará en silencio
de las frondas
y el mar.

Y después del tránsito,
¿habrá una zona fría,
un cuerpo astral y…?
¡Dios mío!
¿Qué mirarán mis ojos,
los ojos de mi espíritu
abiertos a otra luz?

Mientras tanto, mi arcilla,
(allá abajo, muy hondo)
disgregada en mil átomos
volverá a flor de tierra
y tornará por leyes
de evolución eterna,
a ser perfume
y brisa,
piedra, torrente,
flor…

¿Será dual mi Destino:
transformación arriba,
transformación abajo,
y en la marcha,
animada
de un destello divino?
¡Qué se cumpla mi
Karma
hacia el lodo
o la estrella;
pero quiero en la marcha,
-consciente de mí misma-
eternizar la huella!
Quiero dejar la esencia
de mi alma en un grito,
abierto, como escala,
de luz a lo infinito.

El nombre

Dedico al Dr.
J. R. Silva Cedeño

Yo no sé cómo te llamo.
Si alguien preguntase
mi verdadero nombre,
haría un signo de vuelo,
de lumbre
y de ternura.
Tal vez,
diría el nombre
del Orinoco niño,
cuando apenas era una astilla
de agua cristalina,
bajo el viento deleitoso
de lejana estación.

El nombre de la hormiga,
¡tan grande para ella!
Los nombres primitivos
del halcón
y la rosa;
que duermen hace siglos
en los misteriosos archivos
del Prana universal,
o en la memoria yerta
de las piedras lemurianas.

Yo no sé cómo me llamo.
Pero sé que tengo savia
de algún árbol
que cantaba y reía
en el paraíso terrenal.
Entonces,
era el tiempo dorado
de la leyenda mágica,
cuando la serpiente
sonaba sus crótalos
para despertar a la mujer.

Eran los nuevos astros,
las nubes y los mares:
todo tenía la primera
fragancia
de las manos de Dios,
cuando hablaba a los vientos,
y creaba la ternura
de los pájaros,
y la flor menudita
de los prados.

Entonces,
yo miraba el mundo recién nacido
desde las verdes hojas;
o tal vez,
era chispa que dormía
en el duro pedernal.

Yo no sé cómo me llamo.
Este nombre de ahora,
es como el repetido nombre
de la hoja;
pero la savia,
es de todo un bosque que viene
desde los primeros días
de la creación.

¡Ah, si se pudiera regresar
hasta la Edad de Piedra!
o más allá,
para encontrar
mi verdadero nombre…
Pero es inútil,
nadie desando tantos siglos
para hallar una cosa tan simple
como el nombre.
¡Nadie, nadie,
ni acaso el mismo Dios!

La Ley

Hermano:
Vibran las campanas.
Tu hogar está triste
por la madre que
perdiste.
Gime la tarde,
llora la estrella,
llora tu alma…
¡pero es la Ley!

Hermano:
eres dulce y bueno
como la miel.
Das alegría, dinero, pan…
I sin embargo,
el envidioso te hiere
y da a beber su hiel.
Pero no te quejes,
porque eso,
también es la Ley.

Hermano mendigo.
Hermano de la miseria
y de la soledad:
pides al que pasa,
una moneda para comer.
Pero nadie te escucha,
nadie te mira,
nadie te ayuda.

Más,
tú no comprendes
la indiferencia de la gente
que a tu lado pasa;
si Dios es UNO
para ricos y pobres.
Pero yo te digo, hermano,
esa es la Ley.
Quizás negaste un día
siendo rico,
y hoy
¿qué puedes esperar?
¡Vuelve a nacer:
una y mil veces,
un millón y otro millón
para que comprendas
que esa es la Ley!

Polvo eres

Al Dr. Humberto
Delgado Rivas

¿Para qué palacios,
sedas ni topacios…?
Si Jesús no tuvo
humilde cabaña,
ni mullido lecho
ni trigo en granero…
Jesús era dueño
del cielo y la brisa
del mar y el lucero.

¿Para qué las pieles
o linos de Irlanda?
si Lahiri Mahasaya
no usaba más que un taparrabos,
y el hermano Gandhi
una simple saya.

Si nada llegamos
al mundo redondo,
y así partiremos
de la tierra al fondo.

¿Para qué las guerras,
odios y rencores?
si quedará todo,
en las duras manos
de los opresores.

Arriba es la fiesta
de los tertulianos.

I abajo:
sin risas ni lumbre
se hartan los gusanos.

La materia es polvo,
polvo, ¡nada más!

El alma en su vuelo,
ni un gano de oro,
llevar podrá nunca
a lo azul del cielo.

Voces

Yo he escuchado
muchas veces,
voces extrañas
dentro de mí.
No son del viento,
ni de la gente.
No son del rio
ni de mi sangre,
que es fuerza y ritmo
en mi interior.

Como el caracol,
yo llevo por dentro
alegre rumor.

Yo escucho voces
dentro de mí:
voces que crecen,
hasta que adquieren
forma y color.

Voces que llegan,
quien sabe cómo,
de alguna esfera
o de otro plano
muy superior.

Caronte

¡Caronte, Caronte:
ven a mi ribera.
Te espero hace tiempo,
oh, torvo barquero!

Sueño con tu barca
de sombra y silencio.
No cambies el rumbo,
eterno remero.

¿Cuántos pasajeros
viajaremos juntos,
en el mismo día
y a la misma hora?

¡No importa, Caronte,
que me toque sola,
cruzar el abismo
de las negras olas!

¡No importa!
Si tú infundes miedo
a toda la gente;
yo espero, Caronte,
tu barca, impaciente.

¡No tardes!
Hace mucho tiempo
que en esta ribera,
espero tu barca
sombría y ligera.

La Ronda de los ojos

I
¡Yo siento muy adentro,
que toda mi sangre,
florece y florece
misteriosamente…!
Florece en mil ojos
de ágata y cielo,
de lumbre y rocío:
son los tiernos ojos
de todos los niños
que viven en mí.
Ojitos azules,
ojitos castaños
que miran la luna,
y hallé en los caminos
soleados de abril.

En mis manos y mis hombros,
mis cabellos y mi frente,
se asoman mil ojos tiernos
para contemplar el mundo:
ángeles de fresca hierba
con piececitos de espuma;
trompitos de chocolate
en un jardín que se esfuma.
Pasa un tranvía de azúcar
y un jinete de aserrín.
La ciudad de los enanos,
cabe toda en un jazmín.

Quisiera con estos ojos
mirar por siempre la vida.
¡Mirarla, mirarla siempre
sin espinas, sin enojos!

II
¡Alegría, alegría!
Primavera de ojos claros
embriagándome la sangre:
senderos todos abiertos,
ciudades que van cantando.
Ojos de caminos anchos
que se asoman a mi carne.
Ojos que encienden mi sangre
como hachones fulgurantes,
y me cantan en las venas
como ríos desbordados.

¡Cuánto amo estas miradas
impacientes y sedientas
de profundas esperanzas,
de locuras y borrascas,
de amores tristes y alegres…!
¡Oh, son los ojos soñadores
de la juventud que avanza!
¡Cuánto amo estas miradas
por su fiebre de alegría:
con estos ojos de ensueño
yo siento que el mundo es mío!

III
¡Oh, Dios mío!
En las noches desoladas
me torturan unos ojos
por su limo de tristeza
y su lluvia de quebranto.
Son los ojos de las madres
en desvelo,
por los hijos que se pudren
en las míseras prisiones.
Ojos, millares de ojos,
con su racimo de lágrimas
inundándome la carne.
Llueve y llueve
hasta mis huesos,
con relámpagos de angustia
y centellas de tormento.
¡Ay, los ojos de las madres
que jamás tuvieron cerca,
una vena de agua dulce
para regar su plantío;
ni un pan fresco para el hijo
ni toldo para la siesta!

¡Frio invierno
de salobres transparencias
en mis hombros y cabellos!
¡Cómo me hieren la carne
estos ojos de las madres
sin consuelo,
floreciéndome en silencio
como rosas en desvelo!

IV
Otras veces,
más allá del negro otoño
de los cuerpos;
donde corren silenciosos
negros ríos de ataúdes;
donde juegan los gusanos
con los cráneos
de la inmensa noche oscura…
Desde ese mundo sin tiempo,
sin estrellas y sin voces,
me persiguen y se alzan
hasta el cielo de mi sangre
multitudes de ojos sombríos:
son los ojos de los muertos
que me hielan toda el alma.
Son los ojos del abuelo
y el cacique que hace siglos
combatió en mi patrio suelo.

Ojos vagos, sin matices
de vitales sensaciones,
que torturan mi existencia
y revelan el enigma
del inmenso más allá.
Sé de cierto
que algún día,
esta sombra de ojos muertos
poblará todo mi cuerpo,
ahogará todas mis ansias,
romperá todos los lazos
que me amarran a la vida.
I después mis propios ojos,
con los ojos del abuelo,
de los héroes y los santos;
de los niños y las madres
que murieron hace siglos,
subirán con loco anhelo
a mirar no sé en qué manos,
qué cabellos o qué frente,
los paisajes de la Vida
desde el hondo MAS ALLÁ.

agosto 29, 2009

El cuaderno de la alegría plena

Filed under: El cuaderno de la alegría plena — by rosavirginiamartinez @ 6:42 pm

El Cuaderno de la Alegría Plena es una pequeña obra dedicada a la memora de su madre en el segundo aniversario de su muerte el 22 de Marzo de 1666, en la cual rememora todas las vivencias de su niñez, juventud y adultez, al lado de su madre y de sus hermanas:

Ofrenda a nuestra Madre Alcira en el segundo aniversario de su muerte

PAZ

¡Oh, qué alegría de agua suelta, madre: nunca hemos estado distantes, ni en la sombra mansa del hogar, ni en la ancha claridad de los caminos infinitos!

Vine al mundo con dos alas de ensueño, casi diría que nací poeta. Y en ese volar sencillo del rocío a la nube y del aroma al canto, siempre ibas tú conmigo, ¡siempre llevaba tu bendición de paz!

Jamás hallé en el camino: ni nubarrón ni piedra, ni espina ni abismo, ni lodo ni desierto… Doquiera he llevado la paz que pusiste en mi corazón, y todo el universo se me ha vuelto musical y diáfano como la paz de Dios.

Voces oscuras me dijeron un día: no alcanzarás la meta, muerte el viento y agoniza la esperanza. Pero llegué, porque tu bendición iba delante, haciendo el milagro de despejar la vía.

Otras voces, no creyendo en la firmeza de mis ideas, me dijeron: cuando muera tu madre vas a llorar; pero no lloré, porque tú permaneciste serena ante la muerte, mi corazón te miraba y seguía en paz.
¡Qué paz tan grande me diste. Es tan grande que casi tiene la inmensidad de Dios!

CUANDO PARTIO MI PADRE

¿Había luz en el cielo de mi infancia cuando murió mi padre? ¿Existe algo en la mente que torna los hechos polvo de olvido? Recuerdo apenas que todo era como un ramo de sombra: paisaje mínimo donde sé que lloraban lo cirios, porque mis manos querían la cera blanda para hacer las grotescas figuras que salían de mis primeros sueños.

Creo que apenas tenía yo cuatro o cinco años cuando murió mi padre. ¡Cuánta soledad debió quedar en tu alma, madre! Pero para que no notásemos su ausencia, nos decías: Dios es el padre de todas las criaturas y nadie vive desamparado.

Entonces, yo imploraba con mi mano pequeñita hacia la altura:
-Padre, ¿puedes darme un centavito para comprar un dulce?

Ahora digo:
-Padre, ¿puedes darme una estrella?

Y de tanto pedirle claridad, siento que ha diluido una estrella de versos en mi corazón.

TRES MUJERCITAS

Y en el jardín sin jardinero ya, quedaron tres capullos a tu amparo maternal: Rosa, Olga y Rosario. Más tarde, cuando hablabas de nosotras a las vecinas, solías decir con voz dulce como si saliera de un cuento de navidad: “Mis muchachitas son muy aplicadas, mis muchachitas son muy laboriosas, mis muchachitas son muy buenas”. Y crecimos, madre; y aprendimos a desenvolvernos en esta dura vida. Y después de muchos años, cuando una fina nevada se aproximaba a nuestras cabezas, para ti, seguíamos siendo “las muchachitas”.

JUBILO DE LA INFANCIA

Nuestra infancia: una orilla de palmeras susurrantes, por el lado opuesto, un sol rojo que siempre salía en el mismo sitio, y en el centro, la cinta azul del lago anudando el paisaje.
Hubo muchos lugares bellos en nuestros primeros años: una huerta grande, una casita pequeña como un nido, y el canto, todas las mañanas, de un pájaro alegre en la enramada, por la que el viento pasaba libremente.

SIMPLICIDAD Y CIELO

¡El tiempo, esa gran palabra que es minuto y eternidad! ¿Cómo pasaba el tiempo, madre, después de aquel ocaso sentimental? Cielo herido y rendida herida en tu costado. Y allí, en tu dolor, nosotras, como tres azucenas en doliente vara, cristalizando tu existencia.
Y en aquella aldea de pocos habitantes, con su clima de rocío y su cielo siempre azul, elevabas oraciones por la gloria del padre ausente.

¿Y nosotras? Nosotras teníamos una mata de higo en el patio grande y limpio de la casa. Yo marcaba los higos míos con unas tiritas blancas o rojas para conocerlos cuando madurasen, mis hermanas usaban otros colores. ¡Oh, qué simple es el tiempo en las manos de los niños!

NUEVO SENDERO

Nuevo sendero te llamo al fulgor de un sueño que cristalizó en otro matrimonio de corta duración. Vino el vacio otra vez, y todo cuanto tenías, se perdió entre estas dos soledades.

Más, en el pulso doliente de la vara, quedó frente a la brisa una nueva flor: Elvira Luisa, vino también al mundo, con una estrella de sonora luz sobre el corazón.

Después, después… ¡qué moneda tan grande nos parecía la luna; y abajo, tú tan pobre o escasa de una moneda pequeñita para darnos el alimento del día!

¿Cuál camino ibas a trillar para darnos el pan cotidiano y los juguetes en diciembre? ¿De qué fuente ibas a tomar el agua para regar tus cuatro rosas? Y volviste otra vez, -como lo hiciste de soltera- a pedir un sitio en la tierra zuliana para dar tu cuota de claridad al mundo.

Así fue como un día, -que para ti debió ser domingo- colocaron en tus manos un nombramiento de Maestra Rural.
¡Cuántas espinas, parajes solitarios y arenas quemantes para llegar a la escuelita anónima. Solo sabían de ella: los árboles, la brisa y las estrellas! Y también, aquel racimo de traviesos niños con ojos de esperanza. Muchachitos pobres de los campos, con un solo libro, una pizarra pequeña, pantalones remendados y unas chinelitas empolvadas de caminar distancias.

Sin embargo, cuánto júbilo fresco cuando gritaban con acento de pájaro en la mañana recién nacida:
¡Buenos días, Maestra!

En esa simple oración escuchada diariamente, comenzó mi mundo de ensueños. Yo los veía entrar –como en un cuento de hadas- con otros rostros y otros modales, tal vez como pequeños piratas o invasores de menudas islas, y eran los protagonistas de mis cuentos.

Vamos a comenzar con las bolitas –les decías, madre- yo las hago en el pizarrón y Uds. En sus pizarras. Ven: una, dos, tres, cuatro… Y tu voz de hierba fresca llenaba el pequeño salón.

Muchos chicos las hacían bien, otros borraban con saliva y comenzaban de nuevo. Y así, entre números, bolitas y letras ibas ganando gracias o te ibas santificando con tu cartilla de luz.

Ahora comprendo tu dura misión en la tierra y con cuanto valor ibas de villorrio en villorrio, abriendo surcos de claridad en aquellas almitas simples.

Y te evoco en esos primeros años:

Como la brisa mansa jugando en los caminos…
Como un rio claro, lleno de alas en vuelo…
Como un paisaje de aroma, donde cada árbol es una mano que saludara a Dios…
Como un rumor de esquilas en la quietud de los campos…
Como la nostalgia de un viejo campanario entre la lluvia…
Como el anuncio de la primavera en la garganta de los pájaros…

Una tarde, en aquella enramada donde el viento pasaba libremente por sus cuatro costados, molías –y era una de tus tareas cotidianas- el maíz fresco para las tortas de la comida. El crepúsculo como un manto de oro, caía suavemente sobre tus hombros, y yo pensé, que el mismo Dios te besaba con sus arreboles de purpura sagrada.

EL PAISAJE ERA ASI

Una casita blanca y pequeña, árboles, trinos, y por todos lados: caminos anchos que el viento barría. Muchas veces, el ojo turbio de un jagüey solitario o el murmullo de las ondas remedando las palmeras.
Geografía mínima con un puñado de nombres que caminaban lentamente hacia el progreso: La Concepción, Barrancas, Perijá, La Rosita, etc. En todos esos lugares, abriste tu cartilla de signos luminosos. Al recordarlo, ¡Cuánto de aroma y dolor nos lleva y trae el tiempo!.

AQUEL ROSARIO QUE YA NO REZAMOS

A la hora del Ángelus, cuando una sombra temblorosa parecía envolver todas las cosas, cuando la primera estrella se abría como un lirio de oro en el azulado cielo; tú, madre, con voz de agua dulce que parecía caer sobre las hojas del huerto, nos llamabas una y otra vez:

-¡Muchachitas, a rezar! ¡Muchachitas a rezar el Rosario!

Nosotras entonces, en los pequeños asientos de los escolares, formábamos un semicírculo a tu alrededor en el patio delantero, y como siempre te oíamos repetir mientras pasabas las cuentas del Rosario: “Arca de Alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana…”. Y nosotras respondíamos con un dejo de fastidio: “Ruega por nosotros”. Mientras tanto aplastábamos las pequeñas hormiguitas o hacíamos rayas en la arena con los dedos o un palito. ¡Ah, entonces ignoraba todo el valor de las laboriosas y pacientes hormigas en el proceso eterno de la creación!

Muchas veces interrumpíamos el Rosario para decirte: Me duele la barriga, yo no tengo ganas de rezar. O Bien; mamá tengo una cosa en la garganta y no puedo hablar.

-¡Vamos, déjense de mañas que después las castiga Dios!

Así se deslizaba el tiempo, y en la brisa de la tarde se alzaba siempre tu voz: “Rosa mística, Torre de marfil…”. Más, un día –en ingenua conspiración- nos escondimos detrás de los algodonales para no rezar, y en vano llamaste una y otra vez:

-¡Muchachitas a rezar!

La penumbra invadió la huerta, y cuando llegamos a la estancia, no hubo reproche alguno. Desde entonces rezaste sola. ¡Qué alegría, nos habíamos liberado de lo que nos privaba de jugar y correr por espumosa orilla del lago!.

Después, en lo más alto del barranco, a cuyo pie se rompía una puntilla de agua cristalina, improvisaba versos –muy malos por cierto- a Dios, a las estrellas y a las cosas de la naturaleza. Sin saberlo, oraba en voz de poesía, y al correr de los años, esa ha seguido siendo mi mejor oración.

De esta manera pasaba el tiempo en aquel campo luminoso, donde el lago se estrecha como para alzar con más júbilo su calcárea isla de Toas.

LA TIERRA INCOGNITA

De vez en cuando, veníamos del campo a la ciudad para efectuar ciertas compras y también pasar vacaciones. En una ocasión volví a la casita del barranco con un paquete de libros espiritistas; los cuales me prestaba el noble amigo Elio Soto, en cuyo hogar se practicaba la ciencia de Kardec.

Aquí ardió Troya, me reprendiste duramente, alegando que dieciséis años no eran suficientes para interpretar tales lecturas, y además, la formación de nuestro hogar era católica. Yo no respondí, pero pensé que esos libros debieron ser escritos por personas más preparadas que las dos y podían enseñarme algo. A hurtadillas las leía y releía ávidamente; además, cuando venía a Maracaibo trataba de asistir a las sesiones de espiritismo.

¡Qué alegría, qué mundo tan grande de sorpresas para el pequeño mundo de mi ignorancia! Sentí como si hallara una tierra nueva, maravillosamente nueva para mi conciencia de muchacha campesina.

Me di a la tarea de estudiar el espiritismo, y hasta me pareció que comenzaba tarde. Mucho había meditado sobre ciertas prácticas de la religión católica que jamás llegaron a convencerme. Desde entonces, sentí que llenaba en mí, un vacío desesperante. Todo me parecía extraordinario y anunciador de un sendero espiritual que yo debía trillar.

LA CIUDAD AL FIN

Un año más pasamos en el campo. Y tal vez el destino para que las cosas tomaran otro rumbo, la “escuelita de ladrillos” fue eliminada. Nos vinimos a la ciudad, a esta ciudad marabina cuya fisonomía ha cambiado tanto desde entonces, solo permanecen inmutables, la cabellera azul del lago y el cintillo sonoro de sus palmeras.

Aquí quedamos cuatro mujercitas, en una casita humilde. Pensaste que ya estábamos demasiado crecidas para vivir en el campo. Y cuando te dieron otro nombramiento de Maestra Rural, te fuiste sola a abrir tu cartilla de signos luminosos en la zona de oro negro, donde los altos mechurrios de día, caldean aún más el ambiente, y de noche, parecen levantarse desde la tierra para en los abismos de Dios todas las estrellas. Tú allá y nosotras aquí: ¡herida ausencia de ensueño dividido! Éramos tus muchachitas y nos comportábamos como verdaderas mujercitas, para manejar el hogar y resolver todos los problemas que la vida nos presentaba.
¿Cuánto tiempo transcurrió así? Venías los sábados y ya el lunes amanecías en la escuelita rural; pidiéndole a Dios que acortara los caminos, para alcanzarnos con la vista desde la ventanita de madera, donde también se asomaban, los niños de tu colmena para ver caer la lluvia.

¡Cuántas semanas de ausencia, que sumaban años y que a nosotros nos parecían siglos!

LA JUBILACIÓN

Un día, de tanto amasar esperanzas y otear horizontes de encontrados afectos, desatando palabras que subían del corazón, en una cartita plena de signos espirituales, le escribí al magnífico y laureado poeta zuliano, Rafael Yepes Trujillo (alto empleado del Ministerio de Educación para entonces), solicitando tu jubilación. También, con el mismo propósito, me había dirigido al Br. Rubén Córdoba; hombre demócrata y de mano generosa, que desempeñaba el cargo de Inspector de Escuelas del Estado Zulia.

La respuesta llego rápida, positiva, sin papeleos ni simulacros alentadores. La jubilación no fue muy generosa; pero la maestra rural, la de la espina ardida de soledad, la que soñaba con su pequeña vara de azucena al otro lado del lago, volvió con su equipaje apretado de gozo maternal a nuestro lado; ahora, ¡para siempre!
¿Para siempre?

A ninguno de las dos le di las gracias. Jamás hallé la palabra deseada. Pero siempre los recuerdo, y por ello, cambiando algunas frases, de aquella oración de niña en la que pedía un poquito de lluvia para la rosa y uno gota de roció para la mariposa; elevo mi pensamiento al Gran Arquitecto del Universo para pedirle que: el Poeta halle todos los días en su camino una flor de alegría; y que al Maestro Córdoba, no se le apague nunca la bondadosa luz de su espíritu. ¡Oh, cuantas cosas más he pedido para ellos; pero pobre lenguaje humano, que no sirve para traducir lo que siente el corazón!

¡Oh, Poeta, que laurel de estrella alucinada colocara yo en tu frente, por todo el bien que nos hiciste!

¡Oh, Maestro, qué pizarrón de horizontes pusiera yo en tu camino para los claros signos de tu generosidad!

Jamás podré olvidarlos, porque:
¡Cuán honda fue nuestra dicha entonces!
¡Qué paz de secretas mieles había en nuestra casa!

Madre:
¡Cuántos mimos para tu frente donde comenzó a vivir la calma de u lucero!
¡Cuánta ternura para decir cosas tan sencillas como éstas: ya van a comer muchachitas! ¿hoy es domingo?

Con cuánto afán querías entregarte a los quehaceres domésticos. En realidad, ya no había necesidad de tus esfuerzos en ninguna forma. Todas trabajábamos y todo se resolvía de una manera fácil y razonable.

Yo continuaba leyendo libros de espiritismo, teosofía, etc. Asistía a sesiones, propagaba la ciencia y ¡ya no te sorprendías ni me reprendías! Pensabas entonces, que había elegido lo mejor del mundo para alimentar mi espíritu. Y mi casa se lleno de libros, versos y paisajes.

Y fue tiempo de aroma.

Y los años fueron pasando y pasando dulcemente, y tú estabas en el hogar como una llama inextinguible, como un hilillo de agua transparente, donde la vida parecía que iba a palpitar eternamente.

TRANSITO A LO AZUL

Pero un día, como el sueño de una rosa desvelada, te fuiste quedando inmóvil.

El cristalino hilillo de agua pura se rompió; mejor dicho: cambió de curso, como un signo victorioso se marchó hacía lo infinito. La llamita que parecía eterna a nuestro lado, en floración de luz, se fue al espacio.

Te marchaste serenamente el 22 de marzo de 1964. Más, ¿por qué tengo que decir que fue un día triste?
¿Es triste el momento cuando el gusano deja el capullo para convertirse en mariposa?

Sin embargo, muchas cosas queridas las he perdido en marzo… Pero en seguida, viene la multiforme y alegre primavera, con su cielo de aroma y su horizonte de colores.

NO VOLVERE A VERTE

Yo sé que ya no volveré a verte en la tierra, con la misma materia de ochenta y siete años y el mismo latido en el corazón.
Pero te he visto en sueños…

Y he escuchado tu voz diciéndome cosas tan familiares como estas: “ya ves, todo es tan sencillo; la muerte no es más que un poco de tristeza”.

TU MENSAJE DESDE EL MUNDO ASTRAL

No tenías un mes de haberte ido de la tierra, cuando una noche, sentí en mis manos el impulso de un Mensaje que venía de tu espíritu. Transcribo tu sencillo Mensaje sin quitarle ni agregarle nada:

“¡Hijas: que Dios las bendiga siempre: es el deseo sagrado y eterno de la madre que quiere para sus hijas un paraíso de luz!
¡Gracias a Dios: esa fuente suprema de bienes y alegrías, que me permite derramar estas palabras sobre los seres que tanto amé y seguiré amando sobre la tierra!

Soy feliz, estoy serena, porque tengo muy cerca a un alma bondadosa que me da agua cuando tengo sed, y me abre la ventana del cielo infinito, cuando una pequeña sombra parece oscurecer mi nueva vida.

No tengo nada más que pedirle al Inmenso Creador. ¡Cuánto diera por hacer conocer esa alegría que no se puede describir con el lenguaje humano!

Que Dios las ampare siempre. No sufran. Estoy conforme y sueño con volverlas a tener a todas a mi lado”

Adiós,

Alcira

Madre: han pasado dos años desde el último día que miraste vagamente las cosas de la tierra. Y yo vengo a este crepúsculo de gualda y rosa a escribir este cuaderno; en tan felices momentos, alguien baja del cielo hasta mis manos para que pueda contemplarte en la secreta lumbre de un ensueño.

¡Gracias Dios mío! ¡Qué alegría, saber que no es cierta tu ausencia, el susurro de tu voz está conmigo y desde el más allá caminas a mi lado!

¡Tránsito feliz y fuerza plena de irte lejos para estar más cerca!

¡Qué alegría, saber que vas en la corriente evolutiva de todos los seres, hacia el vecino fulgor de otra existencia!
Por ello, madre mía: no lloro para que no te detengas ni te sientas triste.
Sé que vas hacia una edad de pájaros y rosas, y eso me consuela.
Sé que vas cruzando un puente de azules melodías. Mientras tanto, una flor invisible aroma tu marcha.
Sé que un ángel de rocío alumbra tus pasos por el sendero infinito.

Y yo aquí en la tierra, de tarde en tarde, vengo a este crepúsculo que te fue envolviendo lentamente, hasta que una sombre espesa, ¡más espesa que todas las sombras! Cubrió tu cuerpo pequeño y tranquilo. Más, nada se detiene ni deja de ser en el Universo, y caminas serenamente hacia lo eterno.

Jamás he ido al cementerio. Tu tierra está en lo “alto”. Y para sentirte cerca, me basta mirar la más luminosa de todas las estrellas. Tampoco me vestí de negro, ¡qué horror! Jamás te agradó ese color. Y mal lo hubiera hecho, cuando tu ibas a estrenar un color sin nombre, resumen de todos los colores: color cosmo, con el matiz doloroso y risueño a la vez, de todas tus existencias pasadas.
Yo sé que te sientes feliz, has venido a decírmelo otras veces. En la gaveta del escritorio tengo tus mensajes, ya casi los sabe de memoria el corazón.

¡Gracias por todo, madre! Y solo Dios sabe con la alegría que repito:

¡Gracias!

Rosa Virginia Martínez
Maracaibo, 22 de marzo de 1966

Biografía

Filed under: Biografía — by rosavirginiamartinez @ 6:16 pm

Rosa Virginia Martínez nació en las riberas del Lago de Maracaibo, en una de las zonas rurales cercanas a la ciudad de Maracaibo, la capital del Estado Zulia -gran productor de petróleo mundial-, en Venezuela.

Hija de un hacendado, que la dejo huérfana a ella y a sus otras dos hermanas: Olga y Rosario; y de una maestra rural, que luego de enviudar, se caso de nuevo, dando a Rosa Virginia, una nueva hermana: Elvira.

Vivió su infancia en pueblos y haciendas o hatos, que fueron su gran fuente de inspiración poética y el norte de su trabajo social y forma de vida, evidenciando a través de ambos, las condiciones paupérrimas y miserables de la gente del campo.
Desde muy joven sintió la pasión de la vena poética, lo que la lleva a comenzar su obra literaria a partir de los 16 años, escribiendo y participando en los movimientos artísticos, literarios, políticos y filosóficos de la época.

Junto a otros valores de su época y entorno geográfico, no solo del natal, sino del latinoamericano también, intercambia impresiones, poemas, artículos, estudios, versos e inquietudes, que le permiten vivir a plenitud sus dos grandes pasiones: La poesía y la condición social y espiritual de los pueblos más depauperados de la sociedad.

Tres de los libros presentados aquí: Cantos en la Bahía, Aroma y Ziruma, son inéditos, ya que no tuvo oportunidad de publicarlos antes de su muerte en 1.983, a los 68 años de edad.

Por esta razón, los herederos de su obra: sus hermanas y sobrinos decidieron elaborar este sitio web, con la intensión de ponerlos a la disposición de los amantes de la poesía y literatura, y para su difusión en este maravilloso medio de comunicación y promoción.
Su obra fue prolífica. Durante su vida y con grandes esfuerzos, la mayoría de las veces sin apoyo oficial o privado, publicó libros que financiaba ella misma y repartía entre sus amigos y poetas.

Su obra publicada, es la siguiente:
-MOTIVOS DE LA VIDA, Prosa. Edit. Elite, Caracas. 1.944
-VIENTO EBRIO, Poemas. Edit. Arte, Barranquilla. 1.952
-REENCARNACION, Ensayo. Edit. Prismas, Maracaibo, 1.953
-TIERRA HERIDA, Cuentos Campesinos. Tip. Vargas, Caracas (Publicación de la Universidad del Zulia) 1.954
-SIGNO, Poemas. Tipografía. Sol, Maracaibo, 1.961
-VISIONES DEL RAMASEO, Poemas. Tipografía Sol, Maracaibo. 1.965
EL CUADERNO DE LA ALEGRIA PLENA. Impresos Táchira, Maracaibo, 1.966
ESPIRITISMO PARA NIÑOS. Tipografía Unión, Maracaibo. 1.978
LA LUNA VIENE CANTANDO, Poemas y Teatro para Niños. Gráfica Italiana (Publicación del Instituto Zuliano de la Cultura), Maracaibo. 1.978
EL PUERTO ES UNA ROSA DESVELADA, Sonetos de Ayer y Hoy. Gráfica Italiana, Maracaibo. 1.980

agosto 27, 2009

Ziruma

Filed under: Ziruma — by rosavirginiamartinez @ 2:55 am

Ziruma es otra de las obras inéditas de Rosa Virginia Martínez, dedicada a los pobladores indígenas de esa tierra indómita y agreste llamada Guajira, tan cercana y querida de la autora.

 

La Charca / Paisaje / La Chicha / La Guarura / El Tambor / Los Enseres de Barro / El Chinchorro / La Canoa / El Bohío / La Pintura en el Rostro / Abalorios / Flor de Cactus / Las Cotizas de Bellotas / La Manta Indígena / El Pañuelo de Colores / India Pequeñita / Tus Cabellos / Isabel

 

 

 

La Charca

 

Te robaron el lago, zafiro diluido que Dios te dio en un sueño de paz y de alegría. Se dispersaron tus huellas: monte arriba, monte abajo. Fuiste al encuentro de todos los recodos por una gota de rocío suspendida en las hojas, y más allá todavía, donde creías escuchar el rumor de un río.

I de tanto ir y venir, tenías sed hasta en las manos lánguidas de escarbar la tierra. ¿Cuántas manos dejaron sangre para extraer el agua?

El agua del invierno se quedó allí, sobre la herida de la tierra, como una limosna dulce y turbia. I los ojos de los lagartos miraban el prodigio desde las verdes ramas, y las ranas croaban en la oscuridad de las aguas.

I con el sol de la mañana llegabas tú, apartando alimañas y algas babosas para llenar la tapadera.

¿Con cuántas aguas turbias se mezclaron tus lágrimas?

Cuando vago por los campos y encuentro una charca, te recuerdo, y siento también en mi alma un pozo de melancolía.

 

Paisaje

 

(AYER)

 

Signo nuevo, era entonces la tierra que después se llamó América. Luna redonda y azul de azules navegando en el tiempo.

El bosque sin talar, abría rumores de esmeralda para arrullar tus sueños de india enamorada. El viento llegaba sobre las hojas brillantes a peinar tus cabellos lisos como la sombra.

Bastaba entonces, que un pájaro cantara sobre tus hombros para que amaneciera en la tierra elemental y pura. I anochecía, simplemente, cuando los alados habitantes volvían a sus nidos.

¿I qué hacías en el día? Con el cuerpo desnudo rompías las aguas… y reías de felicidad, como si Dios hubiese hecho el mundo en ese mismo instante.

Había entonces en tus manos, pescaditos dorados para la frugal comida, frutas silvestres y animalillos selváticos. I la tierra era infinita porque desconocías sus límites.

Quizás un día te llamaron loca, porque dijiste que querías irte con el río… Quizás otro día te vieron llorando, y todos descubrieron el secreto, porque entonces, solo existía en el corazón la tristeza del amor.

 

(HOY)

 

Cardones de flacos dedos escriben la historia de tus dolores en el cielo. Un tiempo largo y cruel, ha rayado el paisaje de signos tenebrosos, y ya no eres más que un vestigio de pasivo llanto.

La selva toda, caminó y se incendió en la fragua del ocaso. Todos los caminos se cubrieron de ceniza.

I vas cabizbaja, con una manta raída y sucia, esperando hallar un bolívar en tu camino para llevar unos plátanos a tu rancho. I no tienes agua, ni cielo, ni tierra, ni alegría. Vas más desnuda que antes, porque te robaron hasta la integridad del paisaje, a nadie le dueles, estás sola en el mundo, con todo el dolor de una raza que se extingue.

No tienes raíces en la tierra, el viento te lleva de un lugar a otro. Vas a los mercados a implorar unos pellejos para la comida de tus hijos. Escarbas los basureros, y recoges los desperdicios que encuentras al paso. ¡Ah, y han quedado tan pocas manos para la venganza, que ya no puedes hacer otra cosa que perdonar… perdonar…!

¿Cuánto tiempo hace que no ríes, y que un pajarillo no canta en la enramada para que amanezca el día? Tu noche es larga, ya no tienes paisaje, ¿para qué quieres que amanezca?

 

La Chicha

 

¡Chicha en totuma!

¡Qué sabor tan rico tiene!

Me viene de aquel tiempo de luciérnagas en los montes, de lunas sobre los bohíos.

¿Qué Dios transformo el tesoro del Cacique en pepitas de oro llamadas maíz, para librarlo de la codicia del hombre blanco?

¡Qué sabor tan rico!

Me viene de un tiempo sin edad, cuando la tierra sin caminos, estaba llena de las huellas de los pájaros.

Ahora, dame en la totuma de tus manos, un poco más de chicha, Iguaraya. Tienes en ellas arrugas de cuatro siglos que hurtan la sustancia.

¡Oh, qué bueno es beber el tiempo!

¿Crees qué estoy borracha porque puedo decirte cosas que tú ignoras?

¡Oh, aún no sabes leer, y te robaron todos pájaros de la selva que te enseñaban a cantar!

¿Qué harías si me duermo mordiendo tus manos para alcanzar el primitivo sabor de la chicha de la sangre de tus venas?

No te enfades, quiero otro poquito de chicha. No veo bien tus dedos en la sombra; pero en tu silencio leo la historia de tres ballenas blancas, que se tragaron tu paz y tu alegría.

¿Crees qué es un cuento tonto?

Tres ballenas grandes… tres ballenas grandes… si hubiese sido una pequeñita, la hubieras embriagado con tu chicha, y borrachita… borrachita… se hubiese ido al fondo del mar a dormir… I otros animales más grandes se la hubiesen tragado todita…

Pero eran tres ballenas grandes… tras ballenas grandes…

 

La Guarura

 

En las manos pequeñas del niño indígena brilla la guarura. Se escucha adentro el rumor de los bosques, el ritmo de las ondas lacustres y hasta el acento de la raza aborigen que ama, canta y espera.

En las orillas llenas de sol hay muchos caracoles: el tiempo canta en ellos, el viento silba también sobre las conchas nacaradas.

El niño indígena, antes de dormirse pide a su madre que le suene la guarura, y el son tibio y melancólico se va apagando en los portales de las chozas sin luz.

El niño se va durmiendo poco a poco, y sueña que es hombre y alcanza con manos atrevidas la guarura luminosa del sol. Pero un día, alguien alcanzó el caracol del alba y resonó en toda la tierra un nombre maravilloso…

En el horizonte: La Pinta, La Niña y La Sta. María, cantando sobre el azul de las ondas: ¡América, América, América…!

 

El Tambor

 

Tan… Tan… Tan…

Se escucha un golpe espeso en el corazón de la selva. Los pájaros están alerta y vuelan de un lugar a otro estremeciendo el ramaje.

El cacique a guerra al golpe del tambor, y todos corren a prepara sus flechas para detener la invasión de los arijunas.

Caen los primeros luceros sobre el lago y los indios encienden sus fogatas para invocar el poder de los dioses.

Han pasado los siglos…

Ya no se escucha el tambor en la selva; pero todavía hay indios visionarios que se internan en la espesura y ponen el oído sobre el corazón del tiempo, para escuchar el eco desvanecido del tambor guerrero. Aún hay pasión y valentía en el alma del indio; pero el hombre blanco lo ha vencido con la fuerza de armas más poderosas.

Ahora el golpe del tambor es para bailar la chicha, para el gozo y la borrachera con los granos fermentados.

Hace más de cuatrocientos años, la alegría del indio se derramaba en las noches de plenilunio; porque la luna era su tambor de oro que los invitaba al amor.

Pero un 12 de Octubre de 1492, llegaron por vez primera los hombres blancos cuando el disco del sol se levantaba sobre el horizonte.

Los indios se dieron cuenta que ellos venían con un tambor de fuego, más poderoso y ardiente que el disco dorado de la luna.

Este mal presagio fue el comienzo de la derrota espiritual; después vino el derramamiento de sangre, el sometimiento, la desnudez, el hambre y la miseria… hasta hoy.

 

Los Enseres de Barro

 

¡Oh, tierra multicolor y eterna! Pero fugaz y leve al lado de la eternidad de Dios. ¿Cuántas transformaciones desde que naciste en el Universo? ¡Pero siempre eres tierra, desde la rústica alcarraza hasta el fino cristal que vibra al soplo de la brisa!

¡Oh, tierra: cuán dura eres en la roca, y cuan suave en la arena rutilante de las orillas del mar!

Apenas amanecía, mis ojos se llenaban de asombro ante tus caprichosas formas: el barranco rojo, el agujero de la hormiga, la montaña imponente, la isla como un pecho núbil en la garganta del lago.

Sueño constantemente con aquel cielo agreste, bajo cuya esperanza vivió mi infancia. Muchas cosas se han desvanecido de mi mente; pero jamás podré olvidar, el agua y la leche que yo tomaba en la vasija de barro y en la totuma fragante a flor de taparo.

¡Qué deliciosa era el agua de tu tiempo, Iguaraya! I sobre todo, aquella que tomabas en el cuenco de tu mano.

¿Dónde están los indios alfareros, los que moldeaban la tierra para hacer el ídolo enigmático y melancólico?

¿Dónde están los indios que hacían las chiriguas y las alcarrazas a la claridad jubilosa de los amaneceres?

¿Dónde están las indias que iban por las tardes sonoras de pájaros hasta el pozo de agua azul, con la múcura al hombro?

¿Dónde están todos aquellos cacharros de barro que se llenaban de aromada chicha, para celebrar las lunas del Cacique?

¿En qué subcapa de la tierra están sepultadas esas obras de arte de tus bronceadas manos?

 

El Chinchorro

 

¡Maravillosos colores! Tu chinchorro es como un arco iris para las brumas del corazón, anuda el cielo de los sueños a la ternura del jazmín.

Hilos de alba y ocaso entretejiste con tus dedos finos. Hilos de desvelo, porque hasta el amanecer, tus manos iban de u lugar a otro del telar.

¿Era ese apresuramiento por la llegada del amado?

En tu fresco chinchorro, una niña de leche llamada América, aprendió a balbucear palabras nuevas.

¡Mira, tengo en mis manos un hilo de horizonte de tu chinchorro, que lo hurte mientras dormía el palmar!

Ahora, ¿qué haré con este amuleto que he robado a tu raza?

¡Oh, ya sé, ya sé… iré corriendo hasta el fin del mundo, para atar su corazón, eternamente al mío!

 

La Canoa

 

¿Recuerda, Iguaraya, cuando se deslizaba –hace muchas y muchas primaveras- tu canoa por las azules aguas de nuestro lago?

¡Quizás, improvisabas tiernas y maravillosas canciones que ahora no recuerdas, porque tu boca está sellada de angustia! El olor del pescado sobre las brasas, el rumor de las ondas, y la cara redonda de la luna sobre el agua, te tornan soñadora y melancólica.

I aquel barquito frágil y pequeño que también cayó en el despojo, se ha tornado ahora, en grandes trasatlánticos, barcos de guerra, yates lujosos, etc. ¡Tienen de todo! I tú a pie de u lugar a otro de la ciudad.

Todavía eres joven y bonita, y no sabrás mucho de tu propia historia. A veces, pensando en el futuro me he preguntado: ¿será el nieto de tu nieto, el último indio que matarán de cara al sol?

¡Se está extinguiendo tu raza y me duele de verdad!

 

El Bohío

 

Hace más de cuatro siglos, tu bohío era luminoso y alegre. ¿Cuántas palmas alisaron tus manos para el frescor del techo? El sol y la brisa entraban fácilmente. Entonces no había temores en tu pecho. I tú cantabas en la puerta del bohío, descalza y semidesnuda, y jugabas con la brillante arena de las orillas.

El lago era tu espejo, hasta que un día, los barcos españoles quebraron los finísimos cristales, y tu rancho se llenó de sombras y tu pecho de temores. I los hombres audaces, mordieron tu boca, mordieron tus senos y desgarraron tu vida, sencilla y buenas como un copo de espuma.

Huyendo del salvaje atropello, moviste tu bohío hasta las selvas; pero ellos, también se fueron hasta allá y talaron los árboles. Ahora vives a la sombra de cualquier empalizada, en lugares inhóspitos. Hoy, tu rancho está en las enmarañadas selvas de Perijá, en la Guajira sedienta y triste, más allá de los ríos, más allá de todas las esperanzas y todas las realizaciones positivas de los seres humanos.

Un día, el Dr. Héctor Cuenca, gobernante justo y bondadoso, mandó a construir un pueblo de limpias casitas para que fuesen habitadas por los indígenas que iban de un lugar a otro llorando su desventura. I Ziruma (que significa cielo) está allí todavía, yo colaboré en el levantamiento del censo, prefiriendo a aquellas madres que tuviesen más hijos y más hambre.

A muchas indígenas no les agradó las viviendas de techos de zinc, paredes de bloques y suelos de cemento; y regresaron a la Guajira, con el viento de la desolación inflándoles las viejas y anchas mantas.

¿Cómo les iban a gustar? Sin agua directa, ni huerto, ni palmeras en el techo, ni implementos de trabajo para hacer sus lindos chinchorros. Más, como la necesidad tiene sus razones, muchas regresaron nuevamente, y hoy todas las casitas están ocupadas.

Luego vinieron otros gobernantes; pero ninguno continúo la obra en la forma que merecía; las pequeñeces que más tarde se hicieron, no alcanzaron para abonar ni una décima parte del inicuo despojo hecho a la raza.

¿Por qué no te han construido un pueblecito luminoso y alegre a orillas del lago; con redes para pescar, parques para tus niños y todas las cosa que un ser humano necesita? ¿Por qué no te han regresado una fracción del espejo que era tuyo? Tenías razón, a pesar de las bondades del poeta gobernante que quiso darte algo mejor, no te agrado Ziruma; a mí tampoco me gustó, en el fondo y sin palabras: yo sabía lo que tu alma pedía: agua sin medida, como la de Dios; rumor de palmeras, arena limpia y brillante, la canoa en su deslizar feliz sobre las aguas, etc.

¡Oh, pero la gente burguesa esta acordonada a las orillas del lago. No te han dejado ni un callejón para que bajes a bañar a tu tachón regordete y vivaz! Te robaron hasta la música de las palmeras: no tienes caminos, ni destino, ni esperanza.

¿Quién ha corrido hasta tus plantas para pedirte perdón? ¡Nadie, somos productos miserables de la civilización, de esa pobre civilización!.

 

La Pintura en el Rostro

 

No sé si la pintura en el rostro es algo bello en las indias de mi tierra. ¿Lo hacen para protegerse la piel o encierra este algún enigma soterrado en el pasado?

Usan desde el rojo claro hasta el renegrido, y preparan la mixtura con cebo, piedras colorantes, semillas, etc. En la fina piel de las mejillas se pintan círculos y otras figuras raras.

¿De dónde aprendieron estas cosas?

¿Trae la raza su credo de belleza en la sangre?

Cuando les he preguntado:

¿Por qué se pintan el rostro así?

Siempre me han respondido:

Para protegernos la piel y para vernos más lindas, ¿no usan ustedes –las arijunas- rojo en los labios para que las miren con más interés los hombres?

 

Abalorios

 

¡Qué bello es tu collar de abalorios!

¿Cuántas pulseras llevas en tus brazos redondos y morenos?

Lucen tus cuentas todos los colores de la primavera. ¿Para cuál fiesta lunar lo prendiste en tu cuello, o acaso fue el mismo cacique quién te hizo la ofrenda amorosa en la paz susurrante del palmar?

Evoco en cada color todos los personajes de mis cuentos infantiles: La Caperucita Roja, Pulgarcito, Alicia en el País de la Maravillas, etc.

Yo tenía apenas ocho años, y en el patio de mi rústica vivienda, me entretenía haciendo cacharritos de barro, en la mañana fragante a orégano; de pronto, levanté los ojos y te vi parada a poca distancia, observando silenciosamente mi pequeña vajilla de arcilla.

Esta fue la primera vez en mi vida, que vi a una indígena; te llamabas Enriqueta, luego, cuando supe que la flor de cardón se llama iguaraya en vuestro idioma, a todas las indias las llamo Iguaraya.

Desde ese día, te levantabas un poco la manta, y pasando la pequeña cerca, venías a ver mis enseres de tierra blanda. I yo, que jamás había usado una simple prenda ni en mi cuello ni en mis brazos; me quedaba soñando, porque creía que vuestros abalorios eran cosas de incalculable valor. Después, cuando ya tuve una visión más exacta del mundo, supe que eran semillas pintadas, trocitos de madera y colmillos de animales.

¡Oh, esta fue la primera vez que asomo el llanto a mis ojos por la miseria ajena!

Iguaraya, flor lejana: hoy desearía caminar por el mundo entero por encontrarte de nuevo, y dejar en tus manos, mi joyero de mujer de la clase media.

¿Qué otra cosa pudiera yo darte que te agrade?

 

Flor de Cactus

 

Estamos en primavera, Iguaraya.

El paisaje es verde, de un verde sereno y tierno como la brisa que pasa. I el cielo es tan transparente que casi se ven los piececitos de los angelitos bailando con los luceros.

Pero nada de eso estás mirando tú. Hace rato contemplas una hermosa flor que le amaneció al cardón en su altiva frente.

El sabe que en sus brazos no hay nidos ni pájaros cuando amanece el día. Solamente el viento se le acerca sin temerle a las espinas.

El sabe que nadie descansa bajo su sombra.

Sin embargo, hoy tiene una flor jubilosa y cantarina.

¡Una flor que canta a dúo con el viento!

¿Es ella, o eres tú Iguaraya, la que cantas?

 

Las Cotizas de Bellotas

 

Desde mi ventana, estoy mirando todas las cosas pequeñas pegadas a la tierra: las gotitas de sol, las ranuras de cemento en la calle, la patita inquieta de un grillo debajo de la hojarasca.

¡De pronto, mis ojos tropiezan con las hermosas bellotas de tus cotizas de cuero! Son amarillas, parecen dos toronjas de oro, próximas a estallar en la mañana.

Vienen dejando un reflejo dorado en el camino.

Ya no puedo mirar hacia otro lado ni pensar en nada más hermoso para mis ojos.

¡Son tan lindas y leves!

¡Oh, Iguaraya! Si vieras los dedos de mis pies llenos de callos, por la tortura de unos zapatos que nos dio la civilización: todo se lo llevaron, hasta nuestra comodidad.

Con tus cotizas de bellotas puedes caminar hasta el horizonte azul sin cansarte un momento.

En cambio, yo voy con la cara triste por el mundo: llevo cadenas en los pies.

 

La Manta Indígena

 

Mientras pasan las mariposas de junio, tú estás en la puerta de tu rancho haciendo una manta.

Puntada a puntada y sol tras sol, la terminas alegremente.

Como jamás tuviste flores finas en el huerto y amas la poesía, has comprado una tela estampada de rosas y claveles.

Cuando la levantas para recrearte en la perfección de tu obra, el viento la esponja y ante mis ojos de poeta crece y crece…

Me parece entonces, la vela de un barco que se aleja bajo el cielo menudo de tu bohío.

¡Póntela, no te ajusta por ningún lado! ¿No es cierto? Dentro de ella, y al lado de tu cuerpo, sobra espacio para un arbolito pequeño.

¿Llevarás escondido el ramo más hermoso que le falta a la madreselva de mi huerto?

 

El Pañuelo de Colores

 

Yo diría que es un pedacito de cielo sobre tu cabeza.

¡Todavía huele a selva!

Es una prenda imprescindible para el adorno de tu cara.

Te anuda las ideas, ¡es cierto! Y cuando te lo quitas graciosamente, veo infinidad de pajarillos invisibles que se desprenden de tu frente cobriza.

¿Van hacia aquel fabuloso Dorado, o a la laguna encantada cuyo dueño era un poderoso cacique?

Ayer, después de la lluvia, saliste al camino y llenaste tu pañuelo de hongos redonditos.

Me quede pensando si los llevarías de juguetes a tu tachón, o tal vez, prepararías con ellos una rara mixtura.

Las muchachas de la ciudad lo usan para ir a las playas y sostener sus rulos en la cabeza.

Pero el tuyo está oloroso a tierra, y te lo anudas en la frente para sujetar tus ideas.

No te lo quites, así pasen muchos siglos más. ¿Para qué vas a contarle a nadie lo que piensas? ¿Acaso han escuchado tus quejas desde hace más de cuatrocientos años?

 

India Pequeñita

 

India pequeñita:

¿Ves el horizonte?

Ese es tu libro

primario y sencillo:

árboles y viento,

palmeras y lago,

caminos y montes.

Allí en esas cosas,

aprendes la historia

de tu vida triste

con un nuevo acento.

 

India pequeñita:

préndete un lucero

en la mansa frente.

Abre la ventana

de tu humilde rancho,

para que la gente

detenga su paso,

y sepan que vives

pobre y refulgente.

 

Tus Cabellos

 

Lacios, lacios

tus cabellos:

hilos de sombra,

de dolor y coraje.

¿Quién rompió

el ramaje

de tu pelo?

Siglos y siglos

de mañanas y hambres,

desnuda y pobre.

¿Quién peina

la gracia

de tus hebras

lacias?

La mano del

viento,

espinas

y dardos

de un destino

amargo;

la mano de un largo

vivir sin

contento.

 

Isabel

 

Isabel la de Alonso.

Isabel la fragante a raíz

y lucero.

Isabel la amorosa

y sumisa palmera;

la de manos pequeñas

que salvaran a Ojeda

de la mar procelosa,

de manglares siniestros,

de las furias avernas,

que cerraran el paso

al gran conquistador.

 

Isabel de las aguas

azules y profundas,

la que con firme paso

siguió al enamorado

caballero español:

a tierras muy lejanas,

por mares y montañas,

por riscos y vertientes,

con infinito amor.

 

Isabel la heroína,

refinando en el alba

su ritmo de agua clara,

de chicha y de racimo.

India de sangre fresca,

de fogata y canoa,

cantándole en las venas

el canto de las ondas

de azul Coquivacoa.

 

I cuando ya no pudo

cantar su propio gozo

por la ausencia profunda

de quien fuera su escudo,

su pasión y su vida,

se inclinó temblorosa

sobre la tumba muda;

y entre rezos y llantos

entregó su existencia

de evanescente rosa.

Aroma

Filed under: Aroma — by rosavirginiamartinez @ 2:33 am

Aroma es una obra de poesías, inédita y firmada por Rosa Virginia Martínez, que contiene los siguientes poemas

Niño de Soledad / Soneto al Muchacho Campesino / El Molino / Tríptico al Árbol / Mi Calle / Camina la Raza / Poema de la Reforma Agraria / Cuando Yo Sea Hombre / Canto a la Mujer del Pueblo / Tiempo de Aroma / Adiós / Retorno / Sin Palabras / Ruego / Ausencia / Canción de Primavera / Antonio José de Sucre / Poema al Cálculo de Rafael Urdaneta / Romance de mi Tierra Clara / Quiero Sembrar mi Corazón / Mi Infancia / Vendedor de Helados / Mis Manos / Al Pasar / Gracias

 

Niño de Soledad

 

Así como la estrella

es de todos los cielos

y todos los anhelos;

este niño de soledad

y frío,

es también mío.

 

Su nombre –en cualquier idioma-

me sabe a fruta de banano,

esponjosa de aroma,

porque es hijo de un hermano.

Puede ser negro, blanco o amarillo,

la raza ¿qué importa?

si todos volveremos

a ser con nuestra tierra

amasijo sencillo.

 

Este niño a quien yo canto,

encarna la forma y el color

de todos los niños:

buenos o traviesos

de leche o carbón…

Es el mismo

que en Ziruma anda descalzo,

y en el Norte juega con un balón.

 

A veces es delgado

como un junco,

que eleva en el silencio

su clamor.

!Tan pequeño y es paria

de la vida,

sin lumbre, sin hogar,

todo dolor!

 

!Oh, si yo pudiera inventar

un cuento con ángeles de rocío,

y estrellas musicales que sonrían,

a este niño de hambre,

de soledad y frío.

Si pudiera decir

con la suave mixtura:

de tan negro este niño

se me ha vuelto de albura!

Ese grito tremendo

de los odios raciales,

se haría en su boquita

susurro de panales.

 

!Quizás por cuánto tiempo

con voz quebrada y pura,

irá este niño mío,

pidiéndole a los hombres

cobijas de ternura.

Quizás por cuánto tiempo:

desnudo como el viento,

descalzo como el río,

traficará los mares

salobres del hastío!

 

Zapatitos de sangre

le darán las espinas,

al niño que debiera

ser de breve durazno

o de cosa muy fina,

con alma para el canto

y risa cristalina

 

Zapatitos de espuma

calzarán otros niños;

pero el niño de angustia

que reposa en mi canto,

lleva zapatos rojos

claveteados de llanto.

 

Soneto al Muchacho Campesino

 

Pastor de nubes en la tarde fina:

sobre esta tierra de crecida espera,

tú eres el dueño de la primavera

y dueño del rocío que se empina.

 

No abandones el agro por la mina

de oro negro: es garra traicionera

que absorbe vida y sangre. Es cordillera

de falso brillo que el dolor trajina.

 

Tú eres sobre el campo y bajo el cielo,

fértil signo del tiempo que en desvelo

arrojará en los surcos nueva lumbre.

 

Tú eres con la tierra y la semilla,

el pacto de unidad que abrirá trilla,

desde el llano sumiso hasta la cumbre.

 

El Molino

 

El molino

se perfila en lontananza

como un signo de esperanza.

Muele el trigo,

muele el viento,

muele la estrella y la palma,

molerá el rencor del indio

y la tristeza del alma.

 

Niño indígena:

me abruma el dolor de tu Ziruma,

tierra caldeada que llora

como la piedra en el silencio.

!Tan cerca y tan olvidada,

tan angustiada y tan sola,

en medio de tanta gente!

 

En las aguas de mi lago

estoy mirando tus ojos

sepultados hace siglos.

!Nadie te regresa nada

de tan inmenso despojo!

Tenemos el corazón

negro y duro,

duro y negro,

como el hierro y el petróleo

de esta tierra.

 

Tu voz perdida en la sombra

de aquellos tiempos pasados,

aún nos llega en el grito

de los árboles talados.

 

Tus manos:

manos tristes y desiertas,

manos de tierra y hollín;

manos tendidas y abiertas

donde nunca jamás cayó un jazmín.

 

Mas,

nada importa,

si un ángel negro recorta

la estrella de tu destino:

lo que un día te quitamos

emigra siempre hacia el Norte.

 

El molino

molerá sombra y tristeza

para ensanchar tu camino.

En tu fogón habrá pan,

y tortas de harina y miel

en tus sueños de cristal.

!Ya se acerca:

hacia tierras de esperanza,

el molino avanza… avanza!

 

Tríptico al Árbol

 

Mención honorífica en

certamen promovido por el

Ejecutivo del Estado Zulia.

 

I

 

(Simiente)

 

Un ansia vegetal que burla al lodo,

y la apretada tierra del presente;

te transforma gozosa en el recodo

de tu celda sencilla y providente.

 

Imposible creer que guardas todo

un aromado mundo en tu simiente;

y que tendrás, por tu apacible modo,

alfabeto de arrullos en la frente.

 

¿Qué imponderable fuerza te levanta,

en plenitud de savia y llama santa,

hasta rozar el cielo con los brazos?

 

!Oh, arcano de Dios, lección primera

de la vida! –al rasgarte prisionera-

cabe trocar tu angustia en verdes lazos.

 

II

 

(Árbol de Mayo)

 

Amaneció mi canto en tu frescura

como signo de luz que nadie toca.

Aromado, en tu regia vestidura,

se detiene la brisa, -niña loca-.

 

Por tu savia risueña que murmura,

asciende en alma, corazón y boca:

tú y yo, dominando la llanura,

los pájaros, las nubes y la roca.

 

!Qué dulce la fusión, árbol amigo!

Siento en mis manos palpitar el trigo

y mi sangre en tu savia me enardece.

 

Sí siempre en amorosa transparencia,

vivir pudiera en la cautiva esencia

de la flor que tan breve languidece.

 

III

 

(Árbol tronchado)

 

De tu júbilo verde nada queda,

ni savia, ni pasión, ni trino al viento;

tu cuerpo seco en la amplitud remeda,

la maraña fantástica de un cuento.

 

Urna, cruz, o bajel sobre agua leda

simbolizan tu enhiesto pensamiento;

y cuando no, concluye en humareda,

tu corazón de aroma y claro acento.

 

Por la savia vencida, yo levanto

esta canción de nardo hasta tu llanto

que en silenciosa herida me conmueve.

 

!Jamás permita Dios, pase mi mano,

más allá de la flor, o el fruto enano,

a tronchar tu vigor, con gesto aleve!

 

Mi Calle

 

Despuntaba Mayo

Cuando yo nací;

En una casita, humilde y alegre

Como un cascabel.

Casa sin mosaicos, sin regios

Tapices

Ni rico dosel.

Nada de azulejos en sus ventanales,

Nada de mastines nerviosos y alertas

Cuidando en sus puertas.

 

Calle de mi casa bullanguera

y clara,

calle con apodos por vieja y por rara.

I aunque ella presuma de Nueva Venecia

Solo por capricho de la gente necia;

Yo evoco la antigua calle con apodos,

Bordeada de piedras,

Con muchachos sucios y hombres beodos.

 

Ebria de alegría,

paso riendo alto por la calle mía.

Al verme la gente dice con orgullo:

aquí en esta larga calleja olvidada,

nació esa Rosa Virginia

que ahora es poeta.

 

Para mí no es triste, ni oscura,

ni fea;

la enjoyo de ensueños,

y como no existe

tesoro más grande que la inspiración;

le doy cuando paso,

en derroche claro, !todo el corazón!

 

!Oh, pobre de las calles

que nacer no han visto,

un loco poeta, o poeta artista,

que de alguna extraña leyenda las vista.

 

Camina la Raza

 

La ambición de todos los negros

es llegar hasta el Lincoln Memorial,

la colosal estatua del Libertador de

la raza. Las grandes letras doradas

al fuego están allí, en el muro, a la

izquierda de la estatua: «Una nación

nueva concebida en la libertad i

consagrada al principio de que todos

los hombres nacen iguales…»

 

A. Lleras Camargo

 

Del norte de leche,

de la tierra rubia,

nos llegan las voces

de los hombres negros.

Caminan las madres

de las Carolinas

de Florida y Tejas…

Son las madres negras,

que apenas si tienen

muy blanca la leche,

la risa y el canto

de dormir al niño.

 

Caminan las madres

en pos de la aurora;

porque el barrio es negro,

y negra la prensa,

y negros los cines.

Hasta las iglesias:

unas para negros

y otras para blancos.

¿Es que el Dios de negros

no escucha a los blancos,

o el Dios de los blancos

es sordo a los negros?

¿No proclamo Lincoln

que todos los hombres

nacían iguales?

 

Avanzan los hombres,

y al lado las madres,

rompiendo los vientos

con sus recias manos

cual negras banderas.

Van por los caminos,

con la risa blanca

de tanta amargura:

llevan a sus hijos

al Lincoln Memorial

por ver si despierta

de la piedra dura.

 

Más,

yo os lo digo, hermanos:

Lincoln no regresa,

sus ojos quedaron

-un lejano día-

ciegos de tristeza.

Sus manos sangraron

rompiendo cadenas,

y ahora las tiene

en la estatua inmensa

por siempre serenas.

No esperéis en vano:

!horadad las rocas,

romped las montañas,

sembrad la protesta

en todos los pechos

y en todas las bocas.

Clavad por doquiera

las nuevas banderas,

y gritad muy alto:

!es la primavera!

Triunfen nuestras voces

como un mar de olas,

y la tierra rubia vestirá de fiesta,

con la inmensa gloria

de las amapolas.

 

Poema de la Reforma Agraria

 

Mujer campesina:

!Abre la puerta de tu rancho!

vengo a decirte de un horizonte

ancho,

de una esperanza cierta

para tus hijos, tu hombre,

y la mísera cosecha

de tu huerta.

 

Ábreme la puerta:

está amaneciendo en Venezuela,

en la rosa que trepa sobre el muro

en el corazón oscuro

de la gleba,

en la brisa que llega

hasta el brocal lejano

del pozo triste

que seco el verano.

 

Vengo a decirte

que tendrás caminos

hacia un nuevo destino.

Obras de regadío

para elevar al cielo

tu plantío.

Que tendrás semillas

en la parcela propia

y moderna escuela.

Que habrá pan en tu hogar,

que habrá lumbre en tu mente

y lumbre en tu fogón:

!lumbre sagrada y alta,

para atizar el fuego

de la revolución!

 

Bien sé que no me crees…

Yo también tuve

una infancia signada

de dolorosas huellas;

una infancia sin escuela

ni juguetes.

I también como tú,

aprendí el abecedario

en el canto mañanero de los

pájaros;

y bebí muchas veces,

el agua sucia de la cacimba

oscura;

del jagüey turbio

y del claro río

pregonero de estrellas.

 

Más,

yo me fui a la ciudad un día,

y tú quedaste doblada

sobre el surco,

esperando que amaneciera, acaso…

o no esperando nada.

Por eso vuelvo,

mujer simple y callada:

a traerte mi lluvia de alegría

y una promesa cierta de alborada

en el remanso de mi poesía.

 

Cuando yo sea Hombre

 

Cuando yo sea hombre,

tendré una casa limpia

en cualquier lugar del mundo.

Una casa con su huerto…

I partiré la cosecha

con el hermano que pase.

 

!Oh, sí todos los hombres

tuviesen una casa con su huerto…!

Entonces,

no hubiera guerras, ni hambre,

ni pequeños descalzos

por el mundo.

 

Hay tierras que desde

el Norte hasta el Sur

son de un solo hombre.

I millares de hombres,

que desde Oriente a Occidente

no tienen ni un puñado de arena

para sembrar sus sueños.

 

Cuando yo sea hombre,

me uniré a todos los que luchan

por Tierra, Pan y Paz

para los hombres.

 

Canto a la Mujer del Pueblo

 

Mujer del pueblo:

!aquí estoy a tu lado

para darte mi canto de esperanza!

Yo se que vienes,

de todas las injusticias

y todos los dolores de la vida.

I te sientes herida

de esperar en vano,

que el rosal floreciera

en el pantano.

 

Más,

¿cómo vas a tener sitio

para el aroma,

sí aún no tienes

pan,

ni techo que recoja

el azulado viento de la loma?

 

En vano has pedido

la plenitud radiante de una

estrella,

para seguir la huella

menudita del hijo.

I, ¿cómo quieres

poblar de lumbre la desierta vía,

si no has alcanzado todavía

un mísero candil

para tu puerta?

 

Yo sé que hay en tus manos

rudas y oscuras,

pulso de raíz

y fuerza de montaña;

yo sé que puedes

caminar por la tierra

como una cordillera

y levantar tu hijo hasta

el futuro,

con el canto del mar

en la garganta.

 

Yo sé que puedes eso

!y mucho más!

Pero el hambre,

la sombra

y el desolado viento del olvido

se llevaron la savia de tu vida.

Por eso,

aquí estoy a tu lado:

con tu grito en mi boca,

con tu herida de angustia

en mi costado

y tú anhelo de luz que me sofoca.

Aquí estoy,

para luchar contigo:

por tu techo,

tu pan

y tu alegría;

para velar el sueño

de tu hijo,

hasta que llegue el día.

 

Aquí estoy,

con mi cartilla nueva de horizontes;

mi libro de paisajes y caminos

que sustancia la luz de una doctrina.

 

Mujer:

es la hora precisa,

de rescatar tu pan y tu sonrisa.

 

Del Rosal de Ayer

 

Tiempo de Aroma

 

Soy la mujer raíz:

vengo del tiempo

en la forma secreta

del aroma.

Soy palabra del viento

Sin idioma.

Soy clamor vegetal

que por el mundo,

descubrirá tu voz

de esfinge y sombra,

en el sueño ligero

de la alondra.

 

Presentí tantas veces

en mi sangre,

tus islas de corales

y tus besos;

que abandoné campiñas

y rosales,

para llamarte

por extraños mares

y en las rutas azules

de los vagos espacios

siderales.

 

Alguien dijo tu nombre

una mañana,

y no había más que el viento

en mi presencia.

Otro día,

mientras todo era lumbre

en el paisaje;

vi tu cuerpo

de fina transparencia,

en la breve comarca

de un celaje:

era contorno de jazmín

que huye,

e inusitado acento

de colina.

 

Por alcanzarte, Amor,

alcé las manos a la luz

y solo,

la inmensa soledad

habitó en ellas…

Después,

mil veces te llamé

de tierra a cielo,

y el eco resonaba

en el vacío.

 

Sin embargo,

yo sé que estas unido

a mi destino;

y que algún día

la brisa del camino

me traerá tu nombre…

Yo sé que algún día,

el sueño llegará

cálido, excelso,

a mi espera de siglos

que reclama:

hombre de estrella

y de terrena llama.

 

Será de aroma

el tiempo para amarte

en el oro radiante

de los trigos;

en el vuelo sereno

de los pájaros,

y en la savia amorosa

de los higos.

 

I yo estaré en la luz

que el alba inicia:

en todo lo que es paz,

ternura y verso:

!para poblar tus manos

de caricias,

para llenar tu vida

de Universo!

 

Adiós

 

Aunque te diga !adiós! dejo contigo:

el canto de mi boca enamorada,

y el clamor de mi sangre, desatada,

hacia tu campo de dorado trigo.

 

Lejos de ti, ignoro si persigo

el gozo de una estrella rescatada;

o el dolor de una aldea abandonada

sin estación floral ni viento amigo.

 

Buena o mala la ruta, !ya no importa!

Soñé tan honda la ventura corta,

que mi vida fue río desbordado.

 

Hoja al viento, velero sin destino:

Va ciego el corazón por el camino,

Y en un recodo, morirá cansado.

 

Retorno

 

No sé si volverás.

Pero te espero

con la misma alegría

de los arboles

que esperan a la lluvia.

 

Será una mansa tarde

de jazmines sonámbulos,

y nubes detenidas en el aire.

Ni un signo,

ni el aroma de una rosa

turbarán el momento

prodigioso.

 

Nunca supe que hubiera

un silencio más claro,

que este de adivinarte

las palabras,

el día que regreses.

 

!Oh, imagen del retorno:

dulce y profunda como el fruto,

que sube desde la raíz

hasta la rama,

por la fuerza secreta del milagro!

 

Quizás,

intentarás hablarme

de distancias remotas

y de sombras falaces

obstruyéndote el paso.

 

Un gesto mío,

y la inmensa ternura del

encuentro

suspendida en la brisa

para decirte apenas:

No sueñes,

porque nunca te has ido

de mi lado.

 

¿No ves el mismo parque

derramado de esencias,

y la canción redonda

de las hojas que caen?

La misma lluvia fina

olvidada en la hiedra,

por un ángel de espuma

que alentó mi esperanza?

 

Entonces,

me mirarás perplejo

o con la gran certeza,

de haber tenido un sueño

de barco que regresa.

 

Sin Palabras

 

Una noche

Yo tuve el Universo entre mis manos.

I fuiste mi verdad simplificada

en un trémulo río de caricias.

I nos amamos sin palabras

lo mismo que los arboles;

lo mismo que las nubes

que se encuentran

por el cielo infinito.

 

La sombra nos cubría…

I allá arriba,

mil estrellas sin nombres.

Comprendimos entonces

lo inútil del sonido:

la brisa,

la voz de los insectos,

el susurro tenaz de la espesura

y de todos los seres el latido.

 

Solamente la sangre

en nuestras venas

con su canto de pájaro embriagado;

solamente la gran voz del silencio

en júbilo de nardo rescatado.

 

Nuestra ternura iba

derramándose al viento sin fronteras,

con ese impulso

de las cosas pequeñas,

que sin crecer se elevan

como el ala.

 

Tú me besabas la risa

al sabernos desnudos de palabras.

I yo,

con la misma tibieza de una lágrima,

en la noche de marzo

poblé tu soledad de llamas altas.

 

!Ah, si fuera eterno,

ese dulce naufragio de palabras

que tanto nos acerca!

Pero algún día

las voces surgirán a medirnos

el tiempo,

a traernos el nombre

de un camino olvidado,

a llamarnos muy hondo

desde el propio silencio…

Si siempre fuera

este amor tan callado,

como esas nubes blancas

que pasan por el cielo

sin saber que han pasado.

 

Ruego

 

!No te vayas!

A través de los cristales

empañados,

te llamará el sendero,

y el agua dócil que lame

las raíces,

te pedirá que vuelvas.

Pero yo te suplico:

!Quédate a mi lado,

hasta que cese de caer

la lluvia,

y concluya la infancia

del jazmín.

Espera que el rocío

se evapore,

que la rosa sonámbula de frío

pierda su aroma;

que se apaguen

los trinos,

y mueran en la noche

los caminos.

 

!Quédate!

Yo inventaré una estrella

pequeñita,

para alumbrar

la inmensidad del ruego.

Quédate a mi lado,

simplemente,

!sin pensar en nada!

Como un niño pequeño

que desata,

su risa entre mis manos

de alborada.

I así:

espera que pasen soles

y tormentas;

que regresen los ríos

a sus cauces

y se mueran de sed

todos los mares…

Quédate para siempre

en la torre sonora

de mis versos;

hasta que Dios

resuma su Universo,

en el mundo secreto

de los dos.

 

Ausencia

 

Se fue el sueño fugaz y alucinante

tras la encendida carne de un lucero;

el sueño que tuviera prisionero

en el raro espejismo de un instante.

 

!Cuánto luché por verlo aquí constante,

cerca del corazón: fragante alero!

Pero agitó las alas y el sendero

palideció de ausencia, calcinante.

 

!Conmigo ya no estás ni estarás nunca!

El cielo sigue azul. La rosa trunca

y en delirio tenaz porque te pierdo.

 

Más, no importa que el astro arda lejano,

si en el agua lo alcanzo con mi mano

como tengo tu amor en mi recuerdo.

 

En Ritmo de Laurel, Jazmín i Llama

 

Canción de Primavera

 

Para Ana María Campos

 

Heroína del alba y de la rosa:

entre espadas y sangre,

Tu corazón de fuego en fuego arde.

¡Cómo pasa tu nombre por la historia,

en ritmo de jazmín, laurel y gloria.

Cómo te rompe el viento los cabellos

por llevarse un recuerdo de tu frente!

 

¿De qué roble es tu sangre,

que viene caminando por el tiempo

hasta la azul mañana

de mi sangre callada y transitoria?

 

¿De qué piedra tus manos,

y tu voz,

de qué mar sin orillas que aún repite:

«Si no capitula, monda».

¡Ay, Morales:

tú te hundiste,

y en claveles de sangre, repetida,

cien veces va la voz de la heroína.

Cien veces va desde el aroma al sueño;

desde el látigo cruel

hasta la aurora de los niños que juegan

en los parques,

con mariposas breves

perdidas en el viento.

 

Cien veces que su voz parte del Lago

hasta las aguas rotas de Hiroshima

y Bikini.

Después fue en Corea.

-tierra del estrago-

que con voz de niña

cantó su amenaza sobre las cenizas.

¡Ay, Morales!

I quién sabe mañana,

por sobre cuántas islas destrozadas,

y sobre cuántos ojos soterrados

caminará su voz…

 

Heroína del viento y de la espiga:

vendrá un día de paz y de pan para los

hombres,

las piedras se harán blandas

para dormir la sombra,

nuevas rutas azules descubrirán

los pájaros;

no habrá monedas viejas

pudriéndose en los Bancos,

el humo de las fábricas

dibujará en las nubes

tus lejanos cabellos.

 

Habrá un temblor de ríos

nombrándote en las venas

al levantar la brisa las alas

de mi canto.

I vendrás en la tarde con el primer

lucero,

hasta el júbilo suelto

del Lago y cocotero.

Contemplarán tus ojos

los barcos en el puerto,

y extenderás las manos

sobre todas las cosas

olvidando que has muerto.

¡Oh, recia Ana María:

en esa tarde sola,

con la sola presencia de los pájaros,

del Lago y Primavera,

dialogará la brisa

con tu largo silencio

de mujer imprecisa.

¡Oh, suave Ana María:

la sombra de tu sombra

soñando en la bahía!

 

Antonio José de Sucre

 

El Héroe

 

El héroe era de fuego

como un sol que se inflama.

El héroe era de seda,

de carne y de jazmín.

Gallardo como un lirio

que a los vientos proclama:

¡sus pétalos de espada,

su cinto de frescura

y su cielo de añil!

 

El héroe era de sangre,

de tempestad y de gloria.

Era de miel y espuma,

de bronce y de laurel.

Su alma toda era

un canto de victoria,

una ofrenda viviente

a la patria doliente

y a la hermosa mujer.

Su alma toda era

un flamear de banderas;

y en las noches de insomnio

y de azules quimeras,

por su frente guerrera

se paseaba un clavel.

 

Pichincha

 

Yo vi pasar al héroe

con los ojos del tiempo:

por campos de magnolias,

por abruptos caminos,

en corceles de espumas

de sombra y de coral;

a conquistar la lumbre

de un astro peregrino,

los ojos de una hermosa

y la gloria inmortal.

 

Yo vi cómo fulgían

los luceros de mayo

en el alto de Pichincha,

y encendían la sangre

del joven Mariscal.

I fue su arrojo inmenso,

su estrategia fue un reto,

una campana viva

repicando en lo azul…

 

I, en el acerbo giro

del polvo en los senderos,

las huestes ya vencidas

del incauto enemigo,

-dispersas como alas

por un viento fatal-

caían y caían

ante el asombro inmenso,

de la nieve que viera

cual un albo testigo:

romperse mil espadas,

y morirse mil brazos,

y rodar muchas formas,

hasta la sombra espesa

de una noche total.

 

Ayacucho

 

Con los ojos del tiempo

yo vi pasar al héroe;

con su encendido ramo

de espadas fulgurantes,

su peto de bravura,

su brida y su broquel.

Cual panteras aladas

vi pasar los caballos,

rugiendo contra el viento

las crines azuzadas

por la aguerrida mano

del bravo General.

I los cascos volaban

sobre las piedras duras

y sobre los despojos

de aquel sitio infernal.

I las flores del campo

suspendían los ojos,

para ver más de cerca

al joven Mariscal.

 

¡Diciembre, era Diciembre

en la luz de Ayacucho,

suspendido en un sueño

de amor y libertad!

Fue la vibrante hazaña

que estremeció la entraña,

y resonó en el alma

de la patria querida

cual límpido cristal!

Fue el clarín de la gloria,

que retumbo en la selva

y en la América hispana

de un modo colosal.

 

¡Diciembre, era Diciembre

que mecía en sus brazos

un sol de libertad!

 

Berruecos

 

Berruecos fue la sombra

que cobijó su angustia,

y arcángeles de brisa

llorando ante su Abel.

Al filo de las hojas

la herida parecía:

una rosa bermeja

derramando en la tierra,

su esencia de virtudes,

su heroísmo y su amor.

 

Por la tristeza honda

de aquel rumor agreste,

y la raíz nutrida

con su sangre y su vida:

que venga de Berruecos

un aroma celeste,

a embriagarnos a todos

de plácida emoción.

Que venga, sí, en la copa

de alguna flor silvestre,

el rubí de su sangre

transformado en canción

 

¡Que venga de Berruecos

un pájaro que cante,

la inmarcesible gloria

de Sucre el inmortal;

que bata sobre el Lago

sus alas de diamante,

y en esta noche clara,

de evocación y gloria:

¡un astro en su pico

aquí deje caer!

 

I nuestros corazones

tendidos como alfombras:

reciban el mensaje

de paz y libertad;

como en aquel Diciembre

que se plasmó en la historia;

con símbolos eternos

de un eterno homenaje,

a la gloriosa gesta

del «Digno General».

 

Poema al Cálculo

De Rafael Urdaneta

 

«No dejo nada más en el mundo

que una viuda y once hijos

en la peor miseria».

I algo más, «brillante General»:

una piedra infinita,

como ninguna piedra de la tierra;

porque es piedra vigente

en nuestra historia,

que escuchaba en silencio

el rumor de tu sangre,

el trajín de tus huesos,

y la llama de tu carne

crepitando de heroísmo

en tus veinte batallas

victoriosas.

 

«Brillante General»:

tus triunfos y tus sueños,

tus rondeles de amor

y tus hazañas

vivirán con orgullo

en muchos libros

que la mano del tiempo romperá;

pero tu piedra augusta

estará para siempre

en el Museo,

custodiada en silencio

por la sombra

de Marte y de Belona.

I no será más valioso

a nuestra patria;

el brillante más fino,

o las piedras de Marte

y de la Luna,

que la piedra compañera

de tu cuerpo.

Piedra que fuera

Tu sombra y tu dolor:

con sabor de carne,

con rumor de sangre,

con fuego de héroe

y llanto de hombre

muy pobre y muy triste;

por dejar sin techo,

sin pan y sin lumbre,

a tu gran Dolores

y tus once hijos.

 

Romance de mi Tierra Clara

 

¡Maracaibo, Maracaibo,

tierra de sol y de miel:

en mis labios yo te traigo

un romance de pasión!

Déjame besar tu frente

de palmeras susurrantes,

déjame tocar tu veste

de brisa leda y fugaz.

 

¡Qué lindas tus zapatillas

de agua, de espuma y zafir;

zapatillas cantarinas

de las ondas al pasar!

¡Vamos de la mano, vamos,

nuestro joropo a bailar;

llévate el rumor del Lago

y la gracia del palmar!

¡Verás! con ese donaire

¿Quién te podrá aventajar?

¡Qué baile –dirán- qué baile,

la bailarina del sol!

 

Doquiera yo iré contigo

para contarles tu historia:

Alonso de Ojeda, altivo

conquistador español,

se enamoró de una india

piel canela, media noche

su pelo, en constante lidia

con la sombra del manglar.

 

El indio Mara y la Campos,

esa heroína sin par;

desnuda como los nardos,

con claveles en la espalda

sangrando a cada protesta.

¡Rompe el látigo su carne!

 

Más, ¿qué importa? ¡Sol de fiesta

finge un brillo de rubíes!

I los ojos del jumento,

van bebiéndose la pena,

del camino largo y recto

a la meta del suplicio.

I Rafael Urdaneta,

el gallardo Rafael,

héroe de tantas batallas,

alma de acero y de miel.

 

Tiene mi tierra de almendra,

un relámpago en la frente,

para alumbrar a los nautas

en las noches de tormenta.

 

Maracaibo, siempre clara,

con olor de madrugada;

enciende el sol cuando pasa

la llama de tus acacias.

Pero sin querer lo digo:

¡tienes herido el costado,

ay, Ziruma, muy adentro

me está doliendo tu grito!

Tu grito me está doliendo

Por el indio sin amparo,

¡que vuelva el Fray de las Casas

con su ternura de hermano!

 

Un nudo de aves marinas

estrangulan esa pena

sobre los barcos del puerto.

I siento que no me queda

para cantar tu belleza,

más que miel de la colmena

lírica del bardo de Udón.

¡Mi Zulia, tierra querida,

tierra de amor y de sol!

 

Del Huerto Inefable

 

 

 

Quiero Sembrar mi Corazón

 

Quiero sembrar mi corazón

a la orilla del barranco,

para que nazca una alegre

y florida enredadera.

Para que diga la gente

que pasaba indiferente:

¡qué bello luce el barranco

con su verde cabellera!

 

Quiero sembrar mi corazón

a la orilla del camino,

para que nazca una flauta

con la apariencia de un pino.

Para que abra en la tarde

un jazmín de resonancias.

Para que despierte el agua

dormida de los esteros,

y haga olvidar las distancias

a los cansados viajeros.

 

Quiero sembrar mi corazón

en el patio de la escuela,

para que nazca una mata

de esmeraldas y rubíes:

¡Verdes, verdes las ciruelas…

Rojas, rojas las ciruelas!

¡Esmeraldas y rubíes

en el patio de la escuela;

para que todos los niños

alcancen mi corazón,

y beban mi sangre viva

en el jugo agridulzón

de las redondas ciruelas!

 

Mi Infancia

 

Mi infancia fue una infancia

de caminos al Lago,

de veredas al campo,

a la paz de los días

y a las noches plateadas

por la magia lunar.

 

Mi infancia fue una orilla

de conchas nacaradas;

de menudos castillos

en la arena dorada,

que las olas borraban…

borraban al pasar.

 

Recuerdo que la brisa

subía por mis hombros,

y hurgaba en mis cabellos

con misterioso afán.

Tal vez era prendiendo

las luces del ensueño,

de ensueños que más tarde

se van sin retornar.

 

Yo conversaba entonces

con las piedras y el viento,

no sé de que simplezas

que creía muy ciertas:

del barco en lontananza

de Simbad el Marino,

de las rosas despiertas,

de la estrella perdida

en el fondo del Lago,

de las hadas

y el búho que canta

en el palmar:

porque cuando uno es niño

todas las aves cantan,

todas las cosas ríen

y hay lobos en el mar.

 

Recuerdo las palmeras

cual ronda de gigantes,

meciéndose en un arco

de lumbre matinal…

Yo me empinaba toda

en un esfuerzo inútil,

y sus brazos alegres

jamás logré alcanzar.

 

Desgreñada y descalza

corría por las playas,

sin pensar que algún día

llegaría a crecer;

sin pensar que los duendes,

los magos y las hadas,

se alejan en silencio

cuando uno es mujer.

 

Vendedor de Helados

 

Tilín… tilín…

Bajo la gracia

de una nube mate,

helados de vainilla

y chocolate.

 

¡Qué cosa tan sencilla:

niño y miel

en el aire más cercano

y un canto de cigarra

entre las manos!

 

Parvada de muchachos

en la vía,

haciendo morisquetas

a la dama que pasa,

con ruidosos tacones

y rizada peluca

donde el sol se arrebuja

en breves tonos.

Más,

la escuela no abre todavía;

pues la linda maestra

con esmero retoca,

sus dedos claros

de lánguido jazmín.

I siembra en cada uña

media luna,

y un grano de rubí

que no retoña

al riego de su risa

carmesí.

 

Tilín… tilín…

Se va en la brisa,

de la joven maestra

la sonrisa

que abre la puerta y dice:

¡Buenos días, muchachos!

Pasen, pasen a prisa.

Abran todos

el libro de lenguaje.

Concluyan rapidito las tareas,

pues vendrán otros ojos

que las vean;

porque voy a casarme

y voy de viaje.

 

Todo pasa en un vuelo.

Una gota de miel

que cae al suelo,

es delicioso mar

para la hormiga.

 

Tilín… tilín…

En el ruedo fugaz

de la mañana,

se borra en la distancia

la campana.

 

Mis Manos

 

No sé si tengo en las manos

el corazón de la lluvia,

el aroma de una rosa

o la mirada de Dios.

 

Casi siento que en un vuelo

se van mis manos pequeñas,

por los lindes infinitos

de una infinita ilusión.

 

Quisiera tocar con ellas

todas las aves dormidas,

para el milagro del canto

en las gargantas sin luz.

 

¡Qué no se rompan mis manos

cuando en ellas nazca el día,

porque las siento más finas

que los cristales del río!

 

He de tenerlas muy puras

para jugar con los niños.

He de tenerlas muy altas

para el mensaje de Dios.

 

Al Pasar

 

¡Quien se hubiera quedado,

en aquella comarca

medio oculta

en la sombra de los pinos!

En aquella comarca,

donde el agua del río

transparenta las penas,

porque todas las gentes

son sencillas y buenas.

 

¡Ese mundo pequeño,

donde no llega la prensa

ni se ven los fusiles,

el petróleo, Corea, ni los muertos

por miles!

 

Quien se hubiera quedado

en aquella comarca,

donde el maíz de oro

su júbilo da al viento

en apretado coro.

 

Apenas rompe el aire

un vuelo de trupiales,

y el canto de los hombres

en los cañaverales.

 

¡Quien se hubiera quedado

como una simple hermana,

haciendo el pan de trigo

al lado de esa gente

que en mis cantos bendigo!

Pero soy una brizna

a quien la vida empuja.

I prosigo… prosigo

contra todas mis ansias,

hacia el torpe bullicio

de la ciudad insana.

 

Gracias

 

Estrella mía:

yo sé que estás lejana,

que nos separan mundos

y más mundos

pero Dios nos hermana.

 

Con serena constancia,

venciste lo imposible

y la distancia,

para darme el camino,

el paisaje y la risa;

para darle a mis sueños

transparencias de brisa,

una altitud de nube

y la gloria del trino.

 

Te quedaste vacía

por darme tu ternura,

y por darme tu lumbre

también quedaste

oscura.

 

¡Qué altiva y poderosa,

y por mí tan sumisa:

que renunciaste a todo

por una simple Rosa!

 

Hoy no tengo ya nada

que pedirle a la vida,

si fuiste en mi destino

la promesa cumplida.

 

¡Gracias, estrella mía,

gracias, mi estrella buena:

por hacerme la vida

tan grata y tan serena,

y por llenarme el alma

de tanta poesía!

 

¡Gracias,

mil veces gracias!

Cantos en la Bahía

Filed under: Cantos en la Bahía — by rosavirginiamartinez @ 1:44 am

El poemario Cantos en la Bahía es una obra inédita de la Autora y contiene los siguiente poemas: 

Careta / Pantalones / Faldas / Mi Niña i la Rosa / Palmera / Barco en la Lejanía / Viaje / Muerte Mínima / Poesía / Yo Soy / La Negra Bruna / Más Allá / Ves, Ya Paso / Palabra / Era un Pueblo / Un Barco / Luna / Quiero Volver / Verdad / Infancia / Carta / Libre / Arena / En un Álbum / Carta a un Poeta / Hambre / Nada Tengo / La Calle / Trotar / Azul i Negro / Yo la Siento / Entonces / Tu Risa / Espanta Pájaros / Perdóname Selene

 

Careta

¿Tengo cara de Poeta?

Perdóname, Señor:

si he resuelto

alguna vez

usar esta careta.

 

Pantalones

La criada de mi casa

usa pantalones.

!Quién lo hubiera

creído:

después de VEINTE SIGLOS

de rezos y sermones!

 

Faldas

Los hombres

-hay muchas excepciones-

usan faldas,

pelucas y carteras.

!Qué barbaridad!

¿Por qué ese absurdo

empeño

de pasar la frontera?

!Oh Dios:

¿perdiste la receta

o se alteró el producto?

Recoge esos Adanes

de faldas y carteras,

y también esas Evas,

que las dan por ser hombres

en formas y desmanes.

Amásalos de nuevo:

que sean macho y hembra

sin prestarse a relevo.

 

Mi Niña i la Rosa

Cabellera de luna

tiene mi niña,

cabellera de aroma

tiene la flor.

I la rosa y mi niña

son una cosa:

porque no sabré nunca,

si mi niña es la rosa

o la rosa es mi niña,

de tan leves y hermosas

que están siempre las dos.

 

Palmera

Palmera, palmera sola,

duermes de pie, vigilante,

y refrescas tu semblante

con la llovizna y la ola.

 

Barco en la Lejanía

La vela es una gaviota

que pica el azul del lago,

y es !admiración! remota

que se diluye de un trago.

 

Viaje

Voy de viaje en un camión,

!qué polvareda levanta!

pasa el muro y el zanjón,

mientras la mañana canta.

 

Es nuevo todo el paisaje,

y en romántico desvelo,

yo voy bebiéndome el cielo

en la solapa del traje.

 

Voy de viaje en un camión

a soñar en la alquería,

que la vida es un montón

de burbujas de alegría.

 

Muerte Mínima

!Era tan frágil:

con toda el alba

en su tallo,

y el rosicler de su frente,

trasunto acaso

de leve criatura!

 

Entre la espina

y el aroma:

la gracia

de su fina arquitectura.

Temblaba

entre la brisa,

y era seda y silencio

su sonrisa.

 

Pero una tarde

se murió !Dios mío!

la rosa que era amante

del alba y el rocío.

 

Mínima muerte

sobre mi corazón

fuerte y callado.

Muchas rosas se han muerto

desde entonces:

pero la rosa

que murió esa tarde,

!jamás yo la he olvidado,

jamás la olvidaré!

 

Poesía

He dado muchas veces

mi dulce poesía,

y ahora que madura

es miel de hipocresía

 

Yo no tengo la culpa:

La herida del camino,

Taimado tornó el paso

Y agua doy por vino.

 

Cuando brinde el racimo

dorado y refrescante,

prefirieron gozosos

las espinas punzantes.

 

Ahora les doy frutos

carcomidos de otoño;

y cubro la corteza

de matices dorados,

para hacerles creer

que de nuevo retoño.

 

Yo Soy

Yo soy un ser hambriento

de mares y de estrellas,

de pan y de caminos

que mitiguen el hambre

de mi pardo destino.

 

Yo soy un ser hambriento

de versos y panales;

hambriento de cristales

y gratas melodías,

que mitiguen la noche

de mi eterna agonía.

 

La Negra Bruna

La negra baila, baila en la noche,

mostrando todo con gran derroche.

 

La negra baila, baila de día,

Derrama llanto… melancolía…

 

Baila con luna, baila sin luna,

La negra loca, la negra Bruna.

 

Más Allá

Más allá de la

rosa,

esta ternura transmutada en

lumbre.

Más allá de la

rosa,

este perfume transmutado

en ala.

Más allá de la forma

y el sonido,

!el sueño, el sueño!

transmutado en

vida.

 

Ves, Ya paso

Ves, ya paso mi cansancio;

porque miré un jazmín

que ahogaba su blancura

en el silencio,

de la tarde

de abril.

 

Ves, ya paso la angustia

de mi pecho,

porque miré el ocaso

derramando colores y colores

sobre los campos ebrios de flores.

 

Ya ves,

la herida fue muy honda,

!muy honda!

pero ya la curó

el rumor de la fronda.

 

Palabra

Ternísima dulzura

la de aquella palabra,

que se perdió una tarde

en el verde tenaz

de la espesura.

 

Interrogo a las hojas,

al rocío, a la abeja,

pero nadie responde.

Sin embargo,

a veces yo la escucho,

a veces sé que ronda

como una vaga queja

muy dentro de mi alma.

 

Era un Pueblo

Era un pueblo sin nombre

donde te conocí.

En el pueblo había

un río,

un lucero en la tarde

y un pájaro cantor.

 

Un pueblo de recuerdos

donde la gente iba,

a curarse en silencio

los males del amor.

 

Yo iba alegre,

sin penas ni destino,

simplemente a bañarme

en las aguas serenas

del río de cristal.

 

Pero miré tu imagen

reflejada en el agua,

y desde entonces

todos,

mis sueños fueron penas,

y desde entonces triste

por siempre me quedé.

 

Un Barco

Quiero pintar

un barco,

blanco… blanco…

que recoja toda

la sangre negra

que manchó

mi Lago.

 

La sangre negra

que manchó consciencias,

y que esta

cubriendo

el mundo

de armas,

de sangre roja

y negra muerte.

 

Quiero pintar

un barco,

inmenso y vivo

que cargue

con la muerte.

 

Luna

Cuelga la luna

de un cocotero.

Preñada del Lago

se avienta

y revienta

frente al Catatumbo,

que le tira

alegre:

pañales de lumbre.

 

Quiero Volver

Tanto leer y leer,

y no sé nada

de nada.

Los libros

y los hombres,

solo enseñan

de política

petróleo

y dinero.

 

Quiero volver

a mi cartilla,

cuando aún creía

que el cielo

era de miel,

y la luna un juguete

que al fin alcanzaría

si llegara a crecer

 

Quiero volver

a mi cartilla,

cuando aún no había

visto,

cuajarse una lágrima,

en los ojos serenos

de mi madre.

 

Verdad

!Dame la mano, mujer!

Quiero ayudarte

a conquistar

la Verdad.

Tu vida es hambre,

es llanto

y soledad.

 

!Dame la mano, mujer!

Quiero ayudarte

a conquistar

otro horizonte.

Tu horizonte es de piedra,

de sombra

y huracán.

Más, las piedras

también tiene música;

pero a los pobres

nos engañan

con la música

de un caracol.

 

Dame la mano

para ayudarte

a forjar otro horizonte:

otro horizonte de verdad.

 

Infancia

!Quién pudiera

regresar a la infancia!

Creer en todo,

jugar con el lodo.

 

Quién pudiera

regresar a la infancia:

mirar la luna,

saber que es una

y !nada más!

 

Quién pudiera

regresar a la infancia:

tener un barco

de papel,

y ver que se aleja

sobre las ondas…

para !jamás volver!

 

Carta

Te escribo esta carta

para pedirte paz:

la paz de un beso,

la paz de un camino,

la paz de un barco,

navegando siempre

sin destino,

en alta mar.

 

Libre

!Soy libre!

No tengo nada más que:

un caballo,

un árbol

y una estrella.

 

Caballo de viento,

cabalgo y cabalgo,

apenas lo siento.

 

Árbol de ensueño,

lanza a los hambrientos,

tus sonoros frutos

dulces y pequeños.

 

I la estrella,

¿se apagó la estrella?

Lloro.

!Soy nada sin ella!

 

Arena

Eso es todo lo que he sido

en esta vida:

un puñado de arena

tirado a los vientos.

!Mis sueños de arena!

 

Unos granos aquí,

otros más allá.

 

Arena en la tierra,

arena en el viento.

 

!Oh, mis sueños, mis sueños,

cómo van mis sueños

rodando en el mundo

y nadie los ve.

 

En un Álbum

Toma esta canción

de pájaros,

para tu álbum de

luna.

Soñando sueños, !despierto!

bajo el cielo de tu huerto.

 

Ofrenda de aroma

y luna

para tu álbum de espuma.

 

¿Qué más te diré?, pequeña,

!Ah! te pido que siempre olvides los males que da la vida.

 

Carta a un Poeta

Poeta amigo:

Estoy leyendo

tu libro.

Es una concha

marina,

cantando en la arena

fina.

Es un pájaro que

vuela,

y en la cumbre

se desvela.

Tu libro

fue mi alegría,

en una hora vacía.

Volveré a leerlo, amigo,

porque es bueno,

te lo digo

con la frase más

sincera,

que me dio

la primavera.

 

Hambre

Escuché tantas

veces:

!tengo hambre!

a los niños del barrio,

a los niños sin padre,

que viven al azar.

 

Los niños sin juguetes

ni destino,

que tomaron tal vez

cualquier camino.

 

Quizás ya serán hombres,

arañando la sombra

del algún presidio insano,

porque una noche de hambre

alargaron la mano

para robarse un pan.

 

Nada Tengo

Ponme algo en las manos:

una limosna, un verso, una sonrisa.

Ponme algo en las manos:

una lágrima, una flor,

o una pequeña luz multicolor.

 

Nada tengo

en estas manos tristes y dolientes.

!Manos que apenas saben

del peso de mi frente!

 

La Calle

Me trago la calle

de la media noche:

con sus borrachitos,

sus pillos errantes,

sus atracadores,

sus mujeres grifas

en los bares sucios

de licor y sombra.

 

Ventanas calladas

puertas silenciosas

que con ojos vagos

ven todas las cosas.

 

Me trago la calle

oscura y profunda,

y sobre los techos

la luna redonda.

 

Trotar

Quiero

en el caballo

de la sombra

trotar y trotar

 

Pasar los abismos,

todas las fronteras,

los mares, las selvas,

lagos y desiertos,

trotar y trotar.

 

Trotar por los mundos,

trotar por los cielos,

trotar sin descanso

trotar y trotar.

 

Azul i Negro

Amo ese azul

que se durmió en tus

ojos.

I el sueño azul

que nunca realicé.

Amo el azul de cielo

que en desvelo,

mirándolo y mirándolo

y… !de tan azul se fue!

 

Todo se volvió negro:

tus ojos en la tumba.

El sueño: abismo cruel.

I el cielo tan azul:

!una noche sin fin!

 

Yo la siento

¿Por qué es salobre

el mar?

Más,

no importa,

yo tengo una vena

de agua dulce,

que fluye

de mi propio corazón.

 

Cuando mi madre habla,

yo la siento.

Cuando cantan

los pájaros,

yo la siento.

Cuando despiertan

las rosas,

yo la siento.

 

Cuando cae una

estrella,

yo la siento.

Cuando ríe un niño,

yo la siento.

Cuando despierta

el amor

yo la siento

y sé que se desborda

de mi pecho.

 

Entonces

Entonces,

yo caminaba por las calles

de mi ciudad,

con las patitas tuertas

de querubín goloso.

 

I llegaban los barcos

con montañas de plátanos

sedosos;

yo miraba

desde el malecón

ruidoso y alegre,

colgando como un fruto

de la mano segura

de mi madre.

 

I llegaban los barcos

con montañas relucientes

de naranjas fragantes.

Entonces,

el puerto era una fiesta

de colores.

I los chicos del barrio

comían y eran felices,

y los grandes vivían

satisfechos;

pero ahora,

no hay barcos, ni naranjas,

ni plátanos, ni nada.

En camiones muy grandes,

se llevan los frutos

por otros caminos

y a otros lugares.

 

Yo no sé qué comerán ahora,

los chicos

que hoy son tan pobres

como antes lo era yo.

 

Tu Risa

Quisiera ser

un barco,

para llevar

a todos los puertos

tu risa de almendra

y fino cristal

 

En cada puerto

un copo alegre

yo dejaré.

I así,

llenaré el mundo

de campanas y campanas,

que suenen y suenen

cual fino cristal.

 

!Que alegre

tu risa,

yo llenare el mundo

con tu alegre

risa!

 

Espanta Pájaros

Soy un espanta pájaros

que cuida tu heredad

con amor y bondad.

Al soplo de los vientos

muevo mis brazos muertos;

y asustados a los pájaros,

huyen cuando advierten

mis señales inciertas.

 

Cuidaré tu mirada

sembrada en el camino,

tus ensueños de miel

y la raíz de tus ansias

floreciendo quimeras.

Cuidaré tu silencio

de cien olvidos tristes,

y el perfume incesante

de tantas primaveras.

 

!dulce huerto divino:

escancio tristemente

la ausencia de tu vino!

 

Cuántos frutos jugosos

sazonaron su pulpa

bajo este sol radioso:

llama,

piel,

y dulzura,

quizás para otras bocas

sedientas de ternura.

 

Mientras yo:

cual tétrica figura

seguiré en tu plantío,

hasta que caigan todos

los frutos del estío.

 

¿Seguiré para siempre?

Quizás, hasta que un día,

el vendaval siniestro

arranque mi ropaje,

y entonces,

quedaré lo que soy:

un poco de basura,

una pequeña cosa,

un nombre,

una migaja,

sin alma ni coraje

temblando en el paisaje.

 

Perdóname Selene

¿Tengo alma de Poeta?

Perdóname, Selene,

!oh, gran Señora Mía!

tú que inspiraste a tantos

palurdos en la tierra:

perdóname,

sí jamás antes de ahora

yo escribí poesía.

¿Me inspiraste una noche

de sortílego empeño,

o sembraste en mi frente

un mentiroso sueño?

 

Soné que era un Poeta

de transparentes alas,

y escribí este libro

desprovisto de galas.

 

¿Fue un sueño o realidad?

!Perdóname, Selene,

este es el fruto y tiene

la oscura claridad

de una noche sin sueño!

¿Soy un Poeta?

!Oh, pobre humanidad,

que jamás sabrá nunca

dónde está la verdad!

Reencarnación

Filed under: Reencarnación — by rosavirginiamartinez @ 12:57 am

Reencarnación

1953

Dedico a:

Alberto Hernández, espiritista que ha consagrado su vida a difundir la doctrina de Kardec, desde la prensa y la práctica en general.

Al Dr. Francisco Burgos Finol, que con sereno e imparcial espíritu de investigación, dedica parte de su tiempo a los problemas del Más Allá.

Al Dr. Manuel Matos Romero, que se ha distinguido siempre, -por su actitud franca y decidida- como uno de los más recios puntales del espiritismo en nuestra tierra zuliana.

I con igual simpatía para todos los teósofos, espiritistas, rosacruces y masones que conozco y que no conozco, a los cuales me une mi pasión por la Verdad.

Pensamientos afines sobre la Reencarnación:

«Para morir, solamente, nadie querría vivir. Nadie daría un paso más. La vida entera se dirige hacia la inmortalidad, porque ella existe.»
Constancio C. Vigil

«El cuerpo muere; el alma es inmortal.»
Píndaro

«Las almas, de Dios vinieron, y a Dios vuelven, describiendo una trayectoria elíptica muy lenta, y quizás a través de innumerables vidas.»
Amado Nervo

«La vida es un sueño y la muerte un despertar.»
Voltaire

«Nacer, morir, renacer y progresar siempre, tal es la ley.»
Alan Kardec

La Naturaleza no tiene otro objeto más que la vida; y por eso no morimos: la vida lo es todo y la muerte no es nada, luego la materia pasa y la vida queda.»
L. Chevreuil

«La muerte no es quizás más que un cambio de sitio.»
Marco Aurelio

«A la luz de la idea de la Reencarnación, la vida cambia de aspecto; pues se torna en escuela del Hombre eterno, que está dentro de nosotros, en busca de su desarrollo; del hombre que fué, es y será, y para quien la hora nunca habrá de sonar.»
Annie Besant

«Afirmar la reencarnación, es explicar el mundo que vemos por otro mundo que no vemos, pero en el que los hechos de cada día nos demuestran la existencia y nos dan la certidumbre de su existencia.»
Charles Lancelin

«Cuando pienso en las intuiciones de toda clase que he tenido desde mi adolescencia, me parece que he vivido a docenas y centenares de vidas.»
Federico Amiel

Introducción

Con la mayor sinceridad doy a la luz pública este folleto. Nada original contiene, es una breve exposición de ideas respecto a la vida espiritual. Como se verá más adelante, no está escrito para los que tienen una visión limitada de la vida futura, ni para los que tienen un sentido materialista de la misma.

¿Está basado en hechos? Tampoco. El hombre ha ignorado siempre de donde viene y hacia dónde va. Pero lo cierto es que, el noventa por ciento de los seres humanos no han podido escapar a ese eterno interrogante. De consiguiente, unos por un camino y otros por otro, han pretendido resolver el problema de acuerdo con el grado de cultura e inteligencia que poseen.

Mientras los idealistas se preocupan de un más allá y se dedican a estudiar los fenómenos de la vida psíquica, los materialistas se preocupan de tener un buen estómago porque es lo necesario para vivir.

No argumentamos nada, ya que cada lucha tiene su valor. Pero por igual nos toca a todos un mismo fin: La MUERTE.

Más… ¿cesa allí la vida?

¿Quién puede afirmarlo, quién puede negarlo? Si escapan los hechos existe la lógica para suponer que, si la vida no es eterna, no tiene objeto vivirla ni creer en Dios. Por ello, mi propósito es sincero al escribir este folleto y repetir con Kant: «La muerte no es la absoluta suspensión de la vida, sino que suprime los obstáculos de otra vida más completa.»

Otras palabras

Hombres y mujeres que han pasado por la vida múltiples veces, nos han dejado, -para que sigamos el ejemplo y comprendamos la razón de esos viajes-, el pensamiento escrito o el gesto heroico por el triunfo de un ideal en provecho casi siempre de la humanidad.

Giordano Bruno pereció en la hoguera, Sócrates tomó la cicuta, Jesús alcanzo la palma del martirio. ¿Dónde aprendieron tanta sabiduría para llegar por ella hasta la muerte? La mejor escuela es el sendero infinito, de allí extrajeron lo que con tanta devoción legaron a la humanidad.

Jesús no hablo de física, matemáticas u otra ciencia. Sencillamente habló de amor. Desde entonces, esa palabra adquirió un luminoso sentido de salvación para el hombre. Si se tratara de un sentimiento espontáneo del cual debiéramos despreocuparnos él no hubiera dicho: «amaos los unos a los otros», I un vidente, libertador de pueblos tampoco hubiera dicho al borde del sepulcro: «unión o la anarquía os devorará». Ni los hombres hablarían de fraternidad y acercamiento entre las naciones para evitar la guerra. I es que, sencillamente, el amor a nuestros semejantes, a los animales, a las plantas, a los libros, a las obras de arte, etc., es el mejor y más directo camino para ganar la felicidad material y espiritual.

Sin amor se hace imposibles adelanto del espíritu y el perfecto desarrollo de las cosas materiales; ya que la música, la poesía, la pintura o cualquier otra expresión de belleza, sólo alcanzan su real plenitud cuando emanan de seres que desenvuelven tal vocación con verdadero amor. En cualquier clase de tarea de la vida práctica, por ordinario que sea, ocurre lo mismo.

Desde los más remotos tiempos hasta nuestros días, hombres de una vasta mentalidad científica, al mismo tiempo que van adquiriendo conocimiento y gloria, se van desprendiendo de sus bienes materiales. I muchas veces, hasta de las comodidades del hogar al internarse en una tupida selva expuestos a todos los rigores por estudiar una variedad de plantas o insectos para sus fines científicos. I a medida que gana escalas en el orden del progreso espiritual, el hombre se va tornando menos egoísta y menos perverso; pues para él, cuando llega ese orden, tiene más importancia dar que recibir.

I al decir que muchos sacrifican sus horas de sueño y hasta su salud por llegar a la meta de un ideal en provecho de la humanidad, nos preguntamos: ¿para qué les serviría esa noble contracción al estudio y ese desprendimiento de lo terreno si el espíritu no fuese eterno? ¿Si todo terminase en la tumba, no daría lo mismo ser justo que perverso?

Se ha dicho que «todo se transforma sin que se pierda un átomo.» Es la gran verdad y al proclamar los científicos esa ley de la materia, ¿no cabe, acaso, pensar lo mismo del espíritu? Pero, ¿qué es el espíritu? Un inspirado poeta nos dará la respuesta es sus versos:

«Todos llevamos debajo de la frente,
una chispa de Dios, y Dios es uno.»

Por la sencilla razón de ser parte de Dios en el mismo Dios, ¡somos eternos! I esto equivale a reencarnar infinidad de veces, tantas, como sea necesario para nuestra perfección espiritual.

Reencarnación

La palabra reencarnar quiere decir volver el espíritu a la materia, o sencillamente, volver a nacer. De todas las leyes que rigen la armonía cósmica, esta es la más maravillosa y es la que mejor nos hace comprender la inmensidad del Creador

No creo que nadie -excepto los materialistas- les sea difícil aceptar la razón de esta ley. Son muchas las organizaciones científicas, filosóficas, religiones o sectas que creen de plano en la reencarnación. «Los brahmanes enseñan que las almas están revestidas de un cuerpo sutil, el cual, encerrándose a su vez en una gruesa envoltura, las acompaña en todas sus transmigraciones conservando así su individualidad». Los egipcios creían también en la inmortalidad del alma. En la China, Lao-Tseu el gran filósofo predica la vida eterna y la transmigración de las almas. Igualmente los filósofos de Grecia, y entre ellos Platón «enseñaba que las almas eran preexistentes al cuerpo». I en el cristianismo encontramos que el mismo Jesús dice: «En verdad, en verdad os digo que nadie puede ver el reino de Dios si no nace de nuevo…»

Para ilustrar respecto a la importancia de la reencarnación, citaremos el Congreso que se efectuó en el Río de la Plata en 1.946, con participación de diferentes organizaciones espiritualistas y cuyas conclusiones fueron las siguientes:

1. El Espíritu es Eterno.
2. La Reencarnación es real, evidente y verificable, tanto en forma experimental, como por la vía introspectiva.
3. Sin la Reencarnación, ningún modo de evolución formal o energético es explicable.
4. La aceptación de las premisas anteriores implica una total renovación de la base moral en la conducta individual y colectiva.
5. La Reencarnación es el sentido de la historia por ser el medio del progreso.
6. La Reencarnación es la prueba viva de la justicia de Dios.
7. La Reencarnación es el medio y sostén del ser en su proceso de reintegración al Divino Origen.

Los rosacruces, los teósofos, los espiritistas y espiritualistas de otras organizaciones enseñan como base la reencarnación. Pensemos lo que es una planta desde que nace hasta que deja de ser: Cuando parece que muere porque sus brazos negros y retorcidos caen en tierra, mil semillas cuajadas en su propia savia, están pugnando por volver a la vida con la misma forma del árbol.

La gotita de lluvia que cae y tiembla alborozada sobre el pétalo de una rosa, vuelve a ser nube en la ronda infinita del progreso cósmico.

La piedra se desintegra para adquirir nuevas formas de vida. Quizás, la barreta de oro que hoy brilla en las manos del artífice, fue allá, en siglos muy lejanos, un obscuro y áspero pedernal.

Ahora, ¿no siente el hombre en su consciencia que es eterno, que es una partícula del Alma Universal? Analizándolo bien, una sola vida no bastaría para adquirir todos los conocimientos que poseen ciertas personas. En la vida práctica nos convencemos fácilmente: ¿cuántas veces no tenemos que repetir una lección o experimento para aprenderlo? Sin embargo, muchos realizan obras de arte, escriben libros y ponen de manifiesto extraordinarios dones y singular maestría en la ejecución de ciertas obras. Esas facultades innatas -como suelen llamarse- se aprendieron o desarrollaron en existencias anteriores.

De consiguiente, no existen el cielo ni el infierno, a no ser que se tomen como estados de consciencia, y mal hacemos entonces, en la representación gráfica de un cuadro de rojas llamas con personas que se queman entre gestos y ayes de desesperación; pues la materia se pudre y no se quema,  y el espíritu no tiene forma material para ser destruido por llamas materiales.

El infinito esta poblado de mundos y más mundos similares o diferentes al nuestro. Pero en ninguna parte del espacio existe -al menos que sepan los científicos-, un lugar llamado gloria, purgatorio e infierno. Los planetas que los astrónomos contemplan y estudian desde sus laboratorios, tiene otros nombres que ellos mismos les han dado y, en ninguno han alcanzado a ver a Juan o Pedro que se retuercen en las llamas porque robaron o fueron criminales en el mundo.

Los niños y el desenvolvimiento mental

Es muy dañino para la mente del niño presenciar películas de guerra, escenas de terror y cuadros horripilantes. I peor aún, si dichos cuadros tienden a crear en ellos, un concepto falso de las leyes de la naturaleza.

Los cuadros de la ánimas del purgatorio, dan la idea a los niños de un Dios iracundo y sordo al llanto de los condenados, y viven sobrecogidos de temor, en el perenne conflicto de no hacer esto o aquello para no correr la misma suerte que las víctimas del fuego. En todo caso,  sería más conveniente que se enseñase a los niños a educar sus impulsos, haciéndoles comprender que el niño bueno es útil a la patria, al hogar y a las leyes del Creador.

El sentimiento y la moral encauzados hacia la verdad por las observaciones espontaneas del propio niño, resultan de más valor que las teorías impuestas en forma inquisitorial; pues a la larga, el niño tiene que hacerse su vida y sus ideas propias con el proceso evolutivo del tiempo y jamás olvidará que ha sido víctima de un engaño.

Los maestros, tan preocupados hoy de la psicología científico-espiritual, debieran hablarle a sus alumnos de la reencarnación. ¡Cuán fácil o asequible a sus mentes resultaría la explicación, si se tomasen como ejemplo a los árboles y las cosas que nos rodean! «Volver a nacer». Retornar a la vida es algo maravillosamente sencillo de hacerlo entender, ya que, si nacimos una vez, es de todo punto razonable que reencarnemos muchas veces.

No se puede vivir sin un concepto de la evolución espiritual o del futuro del hombre. Es el eterno problema que preocupa a la humanidad desde el punto filosófico, moral y religioso. I conviene, desde temprano enseñarlo en la forma más humanista -en cuanto a razón de ser-, y en la forma más idealista -en cuanto a los valores del espíritu-, para lograr la perfección a través de muchas reencarnaciones por las cuales tenemos que pasar todos.

De consiguiente, los padres teósofos, rosacruces, espiritistas y masones, debieran hablarle a sus hijos constantemente de la reencarnación, sin ningún rigor filosófico o dogmático en respeto al libre albedrío, sino desde el punto sencillo que entraña toda ley de progreso universal.

La Reencarnación y los niños prodigios

Pudiera escribirse una brillante página en la historia de las letras y las artes respecto a los niños prodigios. ¿Qué padre no desearía que su hijo viniese al mundo dotado de facultades extraordinarias? Pero como esas facultades no son hereditarias, ni tienen relación alguna con el ambiente o dinero, a nadie sorprenderá que un niño nacido en la opulencia resulte escasamente dotado, mientras que un niño descalzo y de humilde origen, a la edad de diez años o menos, dibuje cosas sorprendente, modele o talle a perfección. Ahora, si no fuese por la reencarnación, ¿se justificaría la diferencia de esos pequeños seres en la vida? ¿Existe otra teoría que pudiese explicarlo con más abundancia de razones? No, I decir que el Ser Supremo sabe como hace sus leyes, no satisface ni resuelve nada en el proceso de la evolución.

Muchos de los grandes problemas que presenta la vida, las anomalías todas, y lo que calificamos como injusticias del destino o mala suerte, tienen, sin lugar a dudas, su explicación y se comprenden fácilmente cuando se analizan y se busca el origen en las vidas sucesivas, ya que no hay efecto sin causa.

En todos los países de la tierra, han nacido y seguirán naciendo los «niños prodigios», los cuales, son para nosotros los «reencarnacionistas» , espíritus más preparados porque han hecho más veces y con más provecho la jornada.

Para no abundar en ejemplos citaremos algunos casos:

«Víctor Hugo fue laureado en los juegos florales a la edad de trece años.»

«Lucio Gautray publicó a los nueve años su primera obra: Colette y Susana.»

«Liszt, Beethoven, Rubinstein, se hacían aplaudir a los diez años.»

«Felipe Baratieri, a los cuatro años habla el francés, el alemán y el latín: a los siete años sabia el griego y el hebreo; a los once publicaba un diccionario de los términos griegos controvertidos, y dio a la publicidad, a los trece años, la primera traducción, hecha por él, del hebreo de los viajes de Benjamín de Tudela.»

«Pascal poseía a fondo, a los doce años, la geometría de Euclides, publicando a los dieciséis, una obra de investigaciones matemáticas sobre las secciones cónicas y provocando en torno suyo tal admiración, que Descartes se resistía a creerle tan joven.»

Hildegart Rodríguez (España) sabía escribir con ortografía a los tres años, aprendiendo simultáneamente inglés, alemán y francés, que se le iban enseñando al mismo tiempo que la perfección del castellano. A los trece años se la veía terminar el bachillerato, a los diez y siete es ya abogada. A fines de 1.931 se determino a estudiar Derecho, terminando rápidamente la carrera, para seguir Filosofía y Letras y emprender Medicina, que estaba terminando exitosamente, ante el asombro de los profesores, cuando muere asesinada por su madre a los dieciocho años. A pesar de su juventud y de su labor intensísima, deja en total trece libros escritos, entre los cuales figuran: «Los tres amores históricos», «Cómo se curan y evitan las enfermedades venéreas», «Malthusianismo y neumalthusianismo», Revolución y Sexo», «Se equivocó Marx?» y otros. Se dice que desde pequeña fue sometida a una dura disciplina pedagógica por su madre; pero de todas maneras, Hildegart Rodríguez era un ser privilegiado que se gano la admiración de los que conocieron su fugaz y brillante carrera.

Carlos Alberto Fonseca, peruano y uno de los más grandes poetas de la actualidad, publicó a los doce años su primer poemario: «Rosas Matinales».

Gladys Le Bas, «La pianista más joven de América», de siete años de edad -según informa la prensa de nuestros días- conquista la admiración del público con sus maravillosos conciertos de piano.

¿Para qué más ejemplos?

I lo mejor es que, dichos niños ejecutan o aplican sus facultades con la mayor simplicidad del mundo.

¿Cuántas veces -nos preguntamos- el pequeño Sarasate, cuando entró a los 11 años al Conservatorio de París y del cual salió a los diez y ocho meses con su primer premio de solfeo y violín, había venido al mundo a pulsar las cuerdas de un instrumento? ¿Cuántas veces más tendrá que volver?

¡Oh, infinito! ¡Oh, arcano!

Hombres célebres

También podemos observar, qué muchos de los hombres que se han destacado por sus descubrimientos científicos, han sido, en su mayoría, hombres de origen humilde y con escasos medios de fortuna. Es innegable que en ciertas circunstancias, el medio social y el dinero favorecen; pero no son los factores indispensables para alcanzar un ideal o conquistar la celebridad. De lo contrario, sólo a los nobles y a los ricos les cabría el privilegio de ser investigadores u hombres de ciencia. Sirva de ejemplo la vida de Isaac Newton, quien quedo huérfano de padre muy pequeño, teniendo que dedicarse a la venta de productos agrícolas para medio sufragar sus necesidades. Como se sabe, más tarde descubrió las leyes de la gravitación universal y hoy, es uno de los hombres más grandes que ha pasado por el plano terrestre.

Otro ejemplo notable lo constituyen los esposos Curie, quienes vivieron en tal estado de pobreza que, l gran diversión de ambos consistía en pasear en bicicleta por los campos vecinos. Pero en su pequeño departamento, escaso de muebles, vivían felices y entregados a la ciencia, sin recordar acaso, sus necesidades más apremiantes.

John Milton, el célebre poeta inglés, fue también otro que, pobre, olvidado y ciego dictó a su mujer y a sus hijas -desde su mundo interno y luminoso-, el bello e inolvidable poema que lleva por título, el Paraíso Perdido.

Escritores, músicos, y hombres de todas las ramas del conocimiento humano, han luchado en diferentes épocas y países de la tierra, contra la indiferencia del medio; y por encima de todo, ha brillado en ellos la chispa del genio que ya traían de existencias anteriores.

I al menos, si olvidamos los nombres de Darwin, Pasteur, Edison, Beethoven, Miguel Angel, Mozart, Fleming, Víctor Hugo, Zweig y tantos otros que en estos momentos se nos escapan; no podemos negar, que cada uno en su línea de progreso, nos han dado un mundo pleno de música, luz, color, pensamientos y hasta salud con el avance de la quimioterapia moderna.

Los lisiados

Otro interrogante se nos presenta con los seres lisiados, a quienes muchas veces consideramos de sobra en esta vida. Se cuentan por millares los ciegos de nacimiento, los que vinieron al mundo sin extremidades superiores o inferiores, los imperfectos de todas clases y retardados mentales.

¿Dónde está la justicia de Dios con estos seres que no han hecho nada contra nadie? ¿Son más fuertes las leyes de la herencia que todo su inmenso poder? Nadie es capaz de negar el bagaje hereditario que todos traemos a la vida a través del mecanismo sexual. En este punto, la ciencia parece ganarle la batalla a la metafísica, esto es, si no queremos molestarnos en saber más allá de la vida material.

¿Será absolutamente cierto que «toda característica de un individuo solamente puede resultar de una acción recíproca entre la herencia y los factores del ambientes que le rodea»?

Mendel el gran botánico austríaco, estableció estos principios al dedicarse al estudio de la herencia e hibridación de los vegetales. Desde entonces, y desprendiendo de ese punto, se ha avanzado mucho en la observación de las mutaciones biológicas, y no dudamos de Bentley Glass cuando dice que, «como todos los genes derivan de otros genes preexistentes, todos los derivados de un determinado gen serán por tanto análogos».

Ya se ve pues, que no podemos escapar a las leyes de la herencia. Pero nada de esto excluye el concepto que tenemos de la vida espiritual y de la reencarnación. Sencillamente, nos damos cuenta que la armonía se manifiesta y persiste en todos los planos o escalas de la Naturaleza: desde el mineral hasta el hombre, desde lo material hasta lo espiritual.

El espíritu, según su atraso, busca la materia que más le conviene como medio de expiación o para aligerar su karma. Consiste el libre albedrío, en esta inclinación natural al ambiente más apropiado para adquirir la futura experiencia. En la misma forma, que a un chicuelo de siete años, no se le puede ocurrir nunca pedirle a sus padres que lo inscriban en los grados superiores de un colegio; ya que su poca capacidad no le permitiría asimilar las avanzadas lecciones de dichos grados, sin duda, mirará los chicos de su edad, y si le toca decidir por su propia cuenta, optará por quedarse con los de su tamaño.

Después de este razonamiento nos parece inútil preguntar: ¿Qué hay de común entre los genes, la herencia y las leyes evolutivas del espíritu? Simplemente, la atracción, la polaridad magnética de todos los cuerpos, las leyes de afinidad en función de progreso. El espíritu de un hombre de ciencia no puede reencarnar en un motilón u hombre salvaje. I un espíritu elemental, tampoco puede, por su propia cuenta o capricho, animar la materia que quiera. Las leyes cósmicas son tan sutiles que, a pesar de que traducen siempre nuestra voluntad, no son sino el encadenamiento lógico de los hechos sometidos a la ley del ritmo y al eterno proceso de causa y efecto.

Si la materia tuviese su propio gobierno, indiferente e independiente al espíritu: y el espíritu no necesitase de la materia para su evolución, desde luego que, todo concepto de Dios y del progreso sería inútil, porque no existiría la recompensa ni el castigo.

Vivamos -dicen muchos- el reino del materialismo más absoluto, porque en el mundo físico encontramos la explicación de muchas cosas. I después de todo, ese mundo psíquico que no vemos ni palpamos, bien puede ocurrir que no existe.

Otros, al caer en el abismo de la duda se preguntan: ¿Qué función desempeña cada estrella que fulgura en el espacio, late la vida en cada punto luminoso como ocurre en la tierra? ¿Por qué no, qué privilegio tiene el hombre, un ser tan minúsculo, al lado de esos mundos que pueblan el universo?

El mundo físico nos da la explicación de muchas cosas, pero no de todas. Por ello, como el hombre es una partícula de Dios, tiene incesantemente que volver hacia lo infinito.

Planetas, planetas y más planetas: patrias futuras de todos los destinos humanos a través de la gran ronda!

¿Por qué no recordamos?

Si hemos habitado este planeta antes de la presente existencia, ¿qué objeto tiene si no podemos recordarlo? I si la mente y la memoria no nos sirven para comprobar esa verdad, ¿quién puede, entonces demostrarlo?

¿Cuántas veces hemos venido a la tierra, y qué hemos hecho en esas vidas anteriores? Estas son las preguntas que a menudo nos formulan muchas personas. Como si se tratara con ello, de confundirnos o llevarnos a un callejón sin salida.

¿Qué recordamos -preguntamos nosotros a la vez- de nuestra dorada infancia? Todo lo que podemos decir, acaso, es que nos sentimos protegidos por el profundo afecto de nuestros padres, y quizás, recordaremos un jardín o patio soleado donde solíamos jugar con los niños de la vecindad. Si al contrario, tuvimos una niñez desgraciada, sentiremos una sensación de tristeza al recordar los días sin pan ni lumbre; pero por muy grande que sea nuestro esfuerzo, no podemos nunca recordar los detalles de tres o más días seguidos de nuestros primeros años. ¿Por qué no recordamos si el tiempo transcurrido es tan breve, en comparación al que transcurre de una existencia a otra?

I ¿qué ganaríamos con recordar nuestros errores pasados, si espiritualmente nos hemos superado a fuerza de amargas experiencias en las diferentes vidas sucesivas?

Nos desagradaría, desde luego, saber que en una existencia anterior, hurtamos, cometimos un crimen o vivimos, en cualquier forma al margen de la ley. I para reafirmar copiamos un párrafo de Charles Lancelin que dice: «Si cada cual se acordase de sus anteriores existencias, el mundo no sería más que un caos de ruinas causadas por la persecución sin fin de odios insatisfechos y de inextinguibles venganzas. ¿Puede uno figurarse a un Nerón o a un Calígula reconocido en el curso de sus vidas subsiguientes por todas las víctimas que ha causado?»

El olvido contribuye a la relativa felicidad del hombre en la tierra. Su cadena de desatinos se borra totalmente de su memoria en beneficio de la paz que reina en su Yo interno; y que se perfecciona, no con el recuerdo, sino con la sana intención de su mente y la moralidad de sus actos.

Sin embargo, muchas personas recuerdan pasajes de una o más existencias precedentes. Al abrir una investigación formal de nombres citados, ambientes, fechas y otros detalles minuciosos, se ha podido comprobar que esas personas describen hechos de una vida anterior, ocurridos en lugares o países que en la presente existencia desconocen por completo. Es cierto que son muy escasos, pero de una gran veracidad para los que se dedican al estudio de las vidas sucesivas.

A continuación, tomamos un caso al azar de un libro de León Denis que relata Isaac G. Forster: «Hace doce años habitaba yo en el condado de Effingham (Illinois), en donde se me murió una hija llamada María, en la época que entraba en la pubertad. Al año siguiente fui a establecerme en Dakota, en donde hace nueve años nació una nueva hija a quien dimos el nombre de Nellie. Cuando empezó a hablar, pretendió que ella no se llamaba Nellie y sí María como la llamábamos anteriormente.»

«Últimamente me vi obligado, por asuntos comerciales, a volver al condado y me lleve a Nellie. A la llegada, reconoció en seguida nuestra antigua morada y a muchísimas personas que jamás había visto, pero que mi hija conocía muy bien.»

«A una milla de distancia, hállase el edificio-escuela a que concurría María. Nellie, que jamás lo había visto, me hizo una exacta descripción del mismo, expresándome el deseo de volverlo a ver, a lo que accedí en seguida. Una vez dentro, fuese directamente al pupitre que ocupó su hermana, diciéndome: «Este pupitre es el mío.»

Como este, pudiéramos citar varios casos, a pesar de que no abundan como hemos dicho antes. Otras de las anomalías que nos inclinan a creer en la reencarnación son, las características o tendencias al crimen y a los vicios que traen ciertos individuos que descienden de padres sanos y de no escasa cultura. Constantemente se habla de «la pesadilla de la familia, como de algo que nació así por desviaciones de la Naturaleza. Este estigma en el orgullo de la familia, aligera el karma por la obligada compasión del caso; ya que no siempre se juzga a un familiar con el mismo rigor que a un extraño. I el delincuente, puede que busque un ambiente totalmente ajeno a sus tendencias, como un nuevo centro de experiencias para tratar de corregirse. Sin embargo, muchas veces resulta inútil como lo vemos en la práctica. Ahora bien, a esas honorables familias no les gusta que se les recuerde que tiene a alguien que deshonra el apellido aunque bien convencidas están de ello. I de hecho, cuando este espíritu vuelve a la tierra muchas veces, logrando superar su estado moral a fuerza de presidios, dolores y humillaciones sin cuento, no puede agradarle, en ninguna forma, que alguien le recuerde su pasado porque él sería el primero en quererlo olvidar. He aquí pues, la razón, por la cual olvidamos las vidas anteriores.

Regresión de la memoria por medio del hipnotismo

Otro de los medios que nos induce a creer en la reencarnación, es la regresión de la memoria por medio del hipnotismo. Es cierto que, al tratarse de estas experiencias, nuestros conocimientos son muy limitados en cuanto a la comprobación de los hechos se refiere; pero tenemos el testimonio de serios investigadores que arrojan mucha luz sobre la cuestión.

Así es que, -si no hemos de ser exigentes- nos bastará leer todo lo que se ha escrito desde Mesmer hasta nuestros días. Es innegable que el hipnotismo desde sus fundamentos ha sido muy desacreditado; pero en la misma forma y con la misma fuerza que ha hallado encarnizados opositores, también ha encontrado psicólogos y médicos eminentes que se han ocupado de él, en libros, artículos y hasta lo han utilizado en la práctica profesional con excelentes resultados.

Todos sabemos lo que un buen psicoanalista logra de sus pacientes. ¿Cómo cura? ¿Con qué cura? Sencillamente, su labor es persuasiva y de comprensión al mover todos los resortes del sentimiento humano en torno al problema que afecta al paciente. El llega a lo más intrincado del alma, a todos los conflictos del subconsciente, a los más tenebrosos rincones del mundo interno, y suavemente levanta el velo, en un cruce generoso de palabras llenas de fe y de optimismo que el paciente no olvidará nunca, porque le inspiran nueva confianza en la vida y en el destino que antes le parecía lleno de sombras.

El hipnotismo también, es la orden o fuerza mental aplicada en palabras que obran en el sujeto sensible. Su clave es la sugestión; y de consiguiente, los efectos son más rápidos y fáciles de lograr entre más sensible sea el sujeto. Muchos médicos han explorado con gran acierto el campo de la hipnosis; incluso, s ha utilizado en la curación de algunos vicios como el alcoholismo, etc.

Con frecuencia hemos leído impresionantes historias, donde el hipnotizador hace describir al sujeto escenas de su vida pasada y hasta existencias anteriores, o bien de otras personas. Desde luego, todas estas experiencias están rodeadas de grandes dificultades que solamente el inquebrantable propósito de un verdadero investigador sabría vencer sin caer en el desaliento que producen los primeros fracasos en toda ciencia que se inicia.

La Biblia y la Reencarnación

Poco crédito solemos darle algunas personas a ese bello y viejo libro llamado Biblia. Es contradictorio y carece de razones científicas en cuanto a la formación del mundo y de otras manifestaciones del mundo físico. Pero en sus páginas hay un maravilloso poema de amor y un canto de paz en los labios de Jesús. Nada vamos a discutir aquí de la divinidad del maestro, cosa que por lo pronto no nos interesa, ya que solamente nos ocuparemos de la reencarnación y de lo que de ella se diga o deje traslucir en la Biblia.

Desde hace muchos siglos, el hombre cree en el proceso de la evolución espiritual. I si antes se desconocía la palabra reencarnación, las ideas, las dudas y las afirmaciones en torno a las anteriores existencias, nos dan a entender que no es nada nuevo ni inventado por las posteriores corrientes religiosas. Por   lo menos, esas son las conclusiones que extraemos de la Biblia.

A propósito citaremos algunos pasajes del evangelio de S. Mateo para ilustrar a nuestros lectores: (XVI, 13-14), «Jesús preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre? I ellos dijeron: unos: Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, Jeremías, o algunos de los profetas.»

Luego dice el mismo evangelista: (XVII, 10-11-12-13).

«Entonces sus discípulos le preguntaron diciendo: ¿Por qué dicen pues los escribas que es menester que Elías venga primero? I respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías vendrá primero, y restituirá todas las cosas. Mas os digo, que ya vino Elías, y no lo reconocieron; antes hicieron en él todo lo que quisieron: Así también el hijo del hombre padecerá por ellos. Los discípulos entonces entendieron, que les habló de Juan el Bautista.»

Más adelante, en el evangelio de S. Mateo leemos: (IX, 1-2) «Y pasando Jesús, vio un hombre ciego desde su nacimiento. I preguntáronle sus discípulos, diciendo: Rabbí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciese ciego?»

«Antes de que te formaras en el vientre, te conocí; y antes que salieras de la matriz, te santifiqué, y te puse por Profeta entre las naciones». (Jeremías, 1-5) Scio.

Como hemos podido observar por las diversas citas aquí expuestas, no se puede dudar de que los primeros cristianos tenían un concepto claro de las sucesivas existencias por las cuales tiene que pasar el espíritu para su progreso. Aún cuando muchos pasajes bíblicos resultasen obra de la fantasía de los hombres, hay que convenir, que la idea de la reencarnación no es nueva, pues viene desde los más remotos tiempos. Demás esta repetir que los espiritistas de hoy, los rosacruces, teósofos, grandes maestros del mundo Oriental, y muchas otras personas que no pertenecen a ninguna religión o que no hallan la solución al problema el infierno de los católicos, creen firmemente en la reencarnación.

Mensajes del Más Allá

Además de todas las ideas aquí expuestas en torno a la reencarnación, la prueba más concluyente que podemos aportar es la de la comunicación con los espíritus o entes del Más Allá. ¿Existe una documentación precisa, contundente, capaz de desvanecer toda clase de dudas? Las opiniones están divididas: algunos opinan que las tales «comunicaciones de los espíritus» no son más que elucubraciones del subconsciente del médium; otros aseguran -basándose en los principios de Marconi, el inventor de la telegrafía sin hilos- que tanto los pensamientos como las palabras, emiten vibraciones que son captadas por otras mentes. Los espiritistas no descartan las dos primeras hipótesis, a la vez que aseguran, que la mayor parte de los mensajes se obtienen de los entes que pueblan el mundo invisible.

Afirman dicha creencia en las predicciones de los acontecimientos futuros, descripción del mundo astral según lo siente y ve el espíritu por su grado de evolución, deseos de comunicarse con los parientes del mundo terrestre y, alusiones constantes a hechos desarrollados en convivencia familiar, etc.

Los espíritus hablan regularmente de su vuelta a la tierra, y otros, de sus innumerables reencarnaciones en la misma, ya que es factible la vida en los otros planetas. Existen, es cierto, muchas mistificaciones en esto de las comunicaciones con los seres de ultratumba; pero también se han obtenido materializaciones, aportes, consejos y revelaciones maravillosas en provecho de los espíritus encarnados.

Entre los grandes hombres convencidos de la reencarnación podemos citar a Teófilo Gautier, Alejandro Dumas, Walter Scott, esposos Curie, etc. También podemos agregar algunos nombres de los más célebres investigadores de los fenómenos espíritas: William Crokes, Oliver Lodge, Russell Wallace, Meyers, Lombroso, Aksakof, Rochas y otro más.

En la actualidad, son innumerables los centros espiritistas que existen en el mundo entero. Unos tienen un nombre y otros no. A veces se contradicen en el aspecto externo, ritos y sistemas de exposición; pero por muy antagónicos que sean -cuando de conclusiones se trata en el plano metafísico-, ninguno rechaza la reencarnación como el único medio de evolución espiritual.

Más, no basta tener un concepto claro de las cosas, ya se acepten por puro idealismo o como una realidad fundamental. Es necesario extender la verdad, sembrarla en el hogar y en la escuela. Los maestros que han sido siempre los grandes orientadores de los pueblos libres, están llamados también a liberar esa gran batalla por el progreso de la humanidad. Deben enseñar, desde ya, lo que algún día tendrán que predicar por amor a l verdad y a la ciencia. Es un deber -repito- en estos momentos de crisis espiritual que atraviesa la humanidad, acaso por la falta de conocimientos de la vida del más allá y de los principios razonables que orienten al hombre para comprender esa verdad.

No importa para quien se exponga ni quien la exponga; pues según dice Krishnamurti: «La religión que un hombre profese, la raza a la que pertenece, importan poco; lo realmente importante es que los hombres conozcan el plan Divino. Porque el plan de Dios es la evolución. Una vez que el hombre lo ha visto y realmente lo conoce, no puede por menos de trabajar de acuerdo con él, porque es tan glorioso como bello.»

Para concluir, inserto algunas charlas recibidas en el CENTRO DE ESTUDIOS PSIQUICOS de la Calle Bolívar en la ciudad de Maracaibo por el médium de incorporación X. X. En esta forma, los profanos en la materia podrán darse una idea más concreta de lo que es un mensaje del Más Allá.

Mensaje del célebre naturalista francés Jorge Cuvier

«La ciencia es la que enlaza las cosa a las cosas.
El espíritu reside en el hombre
como el fuego en el pedernal.
Las cosas de la Naturaleza son infinitas.
No os améis de palabras, amaos de corazón.»

Señores:

Correspóndeme hoy la tarea de daros un ligero resumen acerca del hombre primitivo, tarea ésta que me preocupaba de vivo. La muerte vino a interrumpir los trabajos que yo había proyectado para conocer el origen del hombre.

Las investigaciones científicas han progresado mucho en nuestros días, desde la época en que la ciencia empezó a proyectar luz sobre estas cuestiones obscuras para un espíritu humano. Comprenderéis que no basta la vida de un hombre para dilucidar estas grandes cuestiones.

Yo había comenzado por reconstruir los animales. Faltóme tiempo material para reconstruir al hombre. Precisamente, me interesaba mucho esta cuestión, pues la había estudiado afanosamente en el silencio de mi gabinete, tal como lo hacía en otros tiempos. Aunque han pasado muchos años que será para vosotros una larga distancia, -no son tampoco para mí un segundo-; vengo a hablaros para que así podáis decir a todos, lo que yo, Cuvier, os digo acerca del hombre primitivo. Remontáos a aquellos tiempos en que la tierra salía apenas de las aguas; elevad vuestros pensamientos a aquella época en que existían animales tan gigantescos que se hubiera podido decir que eran creados por una imaginación enferma. Remontáos, os digo,  a los tiempos en que una entreatmosfera cálida y pesada, cargada de vapor, rodeaba el globo apenas recién formado que llamáis Tierra.

Volad por los aires, deslizáos por las revueltas ondas y encontrareis animales monstruosos que no son ni reptiles, ni aves, ni tortugas. Contemplad el lagarto gigantesco, cuyas dimensiones apenas puede concebir vuestra imaginación. El reno antiguo, que lleva sobre su frente un bosque de anchas paletas, todavía se encuentra en lagunas islandesas. En medio de estos animales poderosos y extraños, veis por fin al hombre sin defensa. Las bestias están acorazadas al abrigo de las aguas todavía calientes que vuelven a cubrir los volcanes recién apagados. El hombre, en medio de estos seres, ha llegado al nivel de la animalidad. Encuéntrase en constante lucha con los elementos y todo lo que le rodea. Ninguna escama cubre su piel, cubierta por rugosos pelos; ninguna defensa forma su boca; ninguna garra sale de su mano; tiene la inteligencia de la fiera leonada que cava una madriguera para resguardarse de las escarchas; tiene la sagacidad del animal que cae de lleno, cautelosamente, sobre otra fiera más fuerte que él. ¡Ved por fin al hombre, otra fiera sin defensa!

Si, sólo el hombre andaba en dos pies y podía ver el cielo. Esta bestia es algo más que una bestia, porque el progreso no estriba únicamente en la extensión de la forma. Sobre de ese hombre cae una chispa que le hace comprender que hay una cosa más que él, y es la intuición del infinito.

El hombre primitivo tenía un pulgar relativamente oblongado en el sentido de los dedos. El movimiento que tenía más fácil era el de la apropiación. De lo sucesivo, los dedos y el pulgar se desligaron   gradualmente de generación en generación, y el hombre acabó por hacer  ese movimiento, y aunque es el animal más semejante al hombre en su aspecto exterior, no tiene un de  la mano con el puño cerrado. El mono no podía hacer lo que ningún otro animal del planeta pudo hacer ante el hombre en su forma exterior, no tiene un pulgar oponible. El hombre primitivo tropezaba constantemente con obstáculos para procurarse el alimento; esto lo desarrolló: de tan pequeño que era paso a ser gigante. Su fuera física era enorme; ancha su espalda, brazos, músculos y piernas que ninguna distancia fatigaba. A pesar de ello, su cabeza era relativamente pequeña y con su áspera melena volando en libertad.

Pensó que la Naturaleza entera debía sometérsele, y empezó por subyugar a la materia más inerte: ¡la piedra! haciendo armas de ella que le llevaron a ser el rey de los animales. ¿Quién fue el primero en fabricar armas de piedra? Nadie lo sabe. Los hombres de esta época que conocen algo de las leyes de lo eterno, me comprenderán mejor si les digo que inteligencias superiores tuvieron cuidado de esta animalidad que ya empezaba a transformarse en humanidad.

Lo mismo sucede con vosotros: a veces sugerimos la idea que origina una invención. Una inteligencia superior encontró uno de aquéllos seres primitivos apto para comprender que siendo la piedra más dura que las manos que le había dado la Naturaleza, le serviría para herir al animal feroz, y a aquel cuya carne le proporcionaría el alimento. Ya os lo he dicho: el hombre primitivo apenas sabía servirse de sus miembros, venía de la bestia. Vivía en una madriguera como el zorro, y destrozaba con sus uñas la presa palpitante.

Esta inteligencia salida del crisol de la animalidad, tenía el presentimiento de una fuerza superior invisible. El temblaba ante la tormenta, se ocultaba en su madriguera cuando mugía el huracán. ¡Ah! vosotros hombres del siglo veinte y veintiuno: creéis que solo basta subyugar el rayo a que repita las modulaciones de vuestra voz. Ojalá que el hierro y el acero no sean más que arcilla en las potentes garras de las maquinas inventadas por el hombre para detener la nada. Porque la materia es nada. Acordáos de aquellos remotos tiempos a fin de no ser ingratos con vosotros mismos como corresponde a vuestro pasado. Cuando en vuestras excavaciones encontréis un hacha de piedra, ella os dirá cuantos pobres seres han tenido que pasar por evoluciones sucesivas para llegar a ser lo que vosotros sois. Si yo no hubiese vivido aquí en este planeta, quien sabe no hubiera podido decir estas cosas.

¡Cuánto os engañan los ojos de la carne!

Yo vine a reconstruir algunos animales y a poner ante vuestros ojos la bestia que teníais olvidada ya; pues era menester que así lo comprendiera y recordara, para así darles una narración ordenada, y hacerles saber, que el hombre de entonces, estaba también protegido por inteligencias invisibles, a quienes daba gracias desde su débil corazón. Diríase que el hombre ha olvidado aquellos tiempos. Porque ha tenido progreso, créese haber llegado a la cumbre de la montaña. I recordad, hermanos, que las bestias de los tiempos pretéritos inundan vuestros ojos actualmente, quizás conteniendo partículas de vuestra vida de antaño. Os engrandecéis ensalzando a Dios que es el progreso.

No quiero entrar en más detalles. Quizás volveré. Pero deseo de todo corazón que esta obra sea provechosa, y me lisonjeo dignamente en haberme permitido dictar uno de los primeros capítulos.

Vuestro hermano Cuvier

Mensaje de un Sacerdote

No hay milagros. Todos asistimos a la alborada de una nueva ciencia. La ciencia, cada día, trae una rama desgajada del árbol de lo maravilloso, para injertarla en el tronco creciente de lo que nosotros denominamos lo sobrenatural.

La mediumnidad es tan antigua como la humanidad. Desde que existen hombres existen médium, protegidos o influenciados por los habitantes de los demás planetas o ultraterrenales. La mediumnidad, sin ser comprendida, produjo fenómenos en la más remota antigüedad que solo estudiaban los sacerdotes. Estos, trayendo a sus templos a todos cuantos poseían facultades mediumnímicas, hiciéronse médium por el roce con estos últimos.

En los templos de la India se multiplicó la mediumnidad de un modo maravilloso, tanto, que llegó a producir fenómenos verdaderamente sorprendentes. Lo poco que se conserva de la antigüedad y lo obtenido por los fakires de estos días, no es más que un pálido reflejo de lo que hace miles de años pasó. Pero volvamos a la época actual. Hablemos del grande de los grandes, hablemos del divino Jesús. Hasta la edad de treinta años en que inauguró sus predicaciones, no se supo lo que hizo; dónde residió ni con que estudios logró engrandecer su vasta inteligencia. El viajo y fue iniciado en los templos.

Su espíritu filosófico era tan grande, su juicio tan seguro, su virtud de tal ascendiente, que doquiera que iba despertaba un murmullo de admiración y de respeto en torno a él. Quiso predicar a su raza las nuevas enseñanzas, quiso ser el Mesías de su nación. Ahora, decidme vosotros, ¿qué le importaba a Jesús predicar ante humildes barqueros y pescadores? Bien sabía Jesús que en estos hombres avezados a rudos trabajos materiales, desprovistos de toda instrucción y quizás de toda inteligencia, había un nexo del pasado, que él, Jesús, despertaría en ellos.

¿Sabía Jesús que si hablando de los apóstoles a sus discípulos, hablaba a los mismos apóstoles que anunciando su venida habíanle cantado en una existencia anterior? ¡Ah, bien sabía Jesús que aquellos hombres sencillos que le seguían, volverían de profetas y difundirían su palabra!

Jesús poseía todas las mediumnidades y también tesoros de virtud. Viéndolo los corazones rudos se confundían y los que sufrían quedaban curados. Así pudieron ver lo que en aquella época llamaron milagros. O mejor dicho, todos pudieron observar los fenómenos maravillosos que producía el Maestro. Muchos de aquellos adquirieron con su roce y trato, facultades mediumnímicas, y el mejor regalo, el más hermoso presente que Jesús pudo dejarle a los discípulos a su partida de la tierra, fue el de transmitir la curación. Ellos curaban las llagas del corazón como las del cuerpo. Esto duró algún tiempo, pues sus discípulos también transmitían el poder de curar a los que ellos ordenaban. De tal suerte que los efluvios de Jesús fueron amortiguándose entre los que sucedieron a sus discípulos. Siglos después, los obispos habían disipado sus últimos efluvios. El cristianismo habíase convertido en catolicismo, y los sacerdotes habían desconocido y olvidado la misión de caridad y amor, perdiendo con esto lo que ellos denominaban el don de los milagros. Lo perdido por su culpa bien perdido está, a menos que Jesús vuelva a la tierra para enseñar a recuperarlo. ¿No les había advertido que la viña sería arrebatada a los malos cultivadores?

Hermanos, es cuanto puedo decir acerca de mis conocimientos y en la obra que ponéis a disposición de la humanidad y de vuestros hermanos espirituales.

Pasaba en estos momentos por aquí, cuando un hilo luminoso traspasaba las capas fluidas del espacio. Fui atraído al sitio donde emanaba ese rayo de luz y no podía perder esta grandiosa oportunidad que vosotros dignamente habéis brindado a mi espíritu para dejar como colaboración a vuestro importante trabajo, esta humilde oración que acabo de dictaros. Solo puedo deciros que soy un sacerdote.

El Sacerdote

Mensaje del Dr. Demure

La tierra es una vida, es una formación viviente que se ha hecho ella misma. Todo lo que la rodea, todo lo que tiene forma, sin saberlo el hombre, es una República Ideal. No hay átomo, no hay molécula terrestre, que no tenga una fuerza, un poder, un instinto, una inteligencia relativa. Se ha formado sola con el objeto único de hacer la vida por la fuerza universal, quiero decir, por su propia fuerza y esa fuerza es Dios. Hallándose como se halla todo, sujeto a la ley de la solidaridad, ¿de qué manera sería la tierra la tierra patrimonio particular del hombre? Tened que no más habitáis una cuarta parte apenas de su superficie que está cubierta de océanos inmensos. Hay espacios más grandes cubiertos de nieves perpetuas; otros eternamente abrazados por un sol ardiente en los que ninguna planta brota, cuyas caldeadas arenas no se enfrían jamás. El hombre considerado un ser material es una formación terrestre. Ha tenido durante sus encarnaciones una fuerza de asimilación particular para adaptarse los órganos necesarios a su progreso, según sus necesidades, instintivas primero, intelectuales después.

El hombre es una maravilla entre todos los seres. Por lo que toca a los animales, después de miles y miles de años y al través de todas las generaciones, ellos poseen sus costumbres, tienen un instinto y una inteligencia relativa a su especie. Los que viven en compañía del hombre desarrollan el rayo de adhesión, el rayo de la amistad. Esto hace con frecuencia, por ejemplo, que el perro vaya a morir sobre la tumba de su amo. Los animales transmiten a su progenitura todo cuanto poseen de la naturaleza. Solo el hombre ha sabido engrandecerse hasta cierto punto de extender sobre los demás la supremacía de su intuición intelectual.

A los que dudan de que el hombre viene del animal, podéis decirles que tienen el mismo instinto de los animales, pero aprestado su progreso a ciertas reglas, ha podido llegar por fin a la humanidad, a un estado de ser más ampliamente iluminado por la intuición intelectual. Por las naciones más civilizadas y que más se han engrandecido, atraviesan a veces hábitos, hábitos impuros que recuerdan al hombre el instinto de otra época, el instinto de un lejano pasado. En las guerras, en las revoluciones, podéis ver la muchedumbre volver a caer con el instinto salvaje de los animales que se arrebatan la presa, se devoran entre sí. Hermanos, si abrís la historia de las matanzas de Tamerlán, o la fría ferocidad de la inquisición, podréis volver a hallar en el hombre el brutal instinto que ha conservado del león.

Lo desconocido de ayer es la ciencia de hoy: lo desconocido de hoy será l ciencia del mañana. Los hombres adelantados comprenden que su esencia, espíritu y materia, constituyen fuerzas indestructibles. Estos hombres no gustan de lo maravilloso ni del misterio. Saben que son de la tierra y armonizan con ella, se engrandecen, se hacen libres por si mismos. Nada de fetiches. Para ellos no más existe el amor, la caridad, el perdón. La ciencia de ultratierra hará cesar la esclavitud del alma; destruirá el prejuicio; enseñará la palpable preexistencia del ser a su salida de este mundo; probará su personalidad extraterrestre y su continuación a través de todas las eternidades. ¡Ah, cuán hermosos estos días en que por fin se ven hombres libres, hombres que no buscan lo sobrenatural en lo real; hombres que escuchan la voz de la naturaleza, que estudian fenómenos; hombres que escudriñan con la vista de la inteligencia todo cuanto les rodea; que buscan la verdad sin pelos, la verdad que vendrá por el estudio de las leyes al cambiar de todas las cosas! ¡Era Nueva!

¡Hombres del presente, yo os saludo!

Es cuanto puedo deciros de la verdad. Ha sido muy satisfactorio para mí haber contribuido con vosotros a la obra espiritual. En otra oportunidad y cuando me esté permitido, será muy lisonjero para mi espíritu visitaros. Voy a daros mi nombre para que no os olvidéis de mí: Demure.

Motivos de la Vida

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Prosa 1944

La Soledad

Nadie en la vida está completamente solo. No te lamentes de tu abandono; piensa en la ineficacia de tus pensamientos si pretendes que las cosas insensibles no son más que simples motivos para llenar la vida. Piensa en toda la cooperación obtenida para llenar una sola página de este libro.

¿Has pensado en el fabricante de papel, el tipógrafo, el encuadernador, el expendedor, etc., para lograr que tus ojos leyesen este pequeño capítulo?

Aún más, el que miró su título en la vitrina y paso sin comprarle, ha contribuido a fortalecer su propia existencia; porque las cosas son y viven desde que empieza a existir en la mente del hombre.

Ahora, yo he puesto en él vibraciones de paz y amor para que tú las trasmitas a todos los que se creen desamparados en la vida.

No hables de soledad cuando el sol brilla, el pájaro canta y el agua cae para todos.

No hables de soledad, porque ni en la palabra «¡adiós!» existe la soledad.

La Carreta

Esta mañana, sorprendí a un pobre niño que lloraba por una carreta vieja que bajo el sol, iba sembrando con su ritmo lento y pesado la polvorienta franja del camino.

El hombre que la conducía gritóle al chico que lloraba desconsoladamente: «Venga, pequeño barrigón; pa ver si Ud. puede o lo estripa la carreta».

El muchacho, lleno de gozo fué hasta donde estaba la carreta y empezó a guiarla con una fuerza de gigante para su pequeño cuerpo.

El viejo que conducía la carreta, sin impacientarse se sentó a la sombra de un árbol a esperar que el niño regresara.

Y yo me alejé pensando: si este hombre pudiese dar, ¿cuánto no daría?

Los Niños

Los niños, saben tan poco y enseñan tanto, que bastaría observarlos un rato para comprender muchas lecciones de la vida.

Anoche, estando de visita en casa de una amiga, contemplé un grupo de chiquillos que se divertía proyectando sombras chinescas en el blanco tapiz de la pared.

¡Aquí va el ratón! –dijo uno- dando a sus deditos un ligero movimiento de animal perseguido. Todos rieron. Entonces dijo otro: -Yo voy a formar un león-. El grupo inmediatamente se disolvió asombrado, porque los niños, temían ser devorados por la soberbia figura del animal que ya empezaba a proyectarse en la pared.

A mi lado, la señora X que también encontrábase allí de visita, hacia trizas la reputación de una familia bien acogida en la sociedad. Alguien, -sin pretender imitar a los niños-, se retiró del círculo donde se destrozaba el honor ajeno.

Pocos quedamos escuchando los comentarios del corrillo; pues desde el primer momento, debimos –como los niños que proyectaban sombras chinescas en la pared-, abandonar el lugar de la malicia y la intriga.

El Silencio

El silencio es un tesoro inapreciable que pocos saben guardar. Los grandes trabajadores del mundo han hecho su obra en silencio; y en silencio, elabora su miel la abeja que va de flor en flor por los jardines y el campo.

A mi lado, vive un zapatero que abastece varias casas de comercio. Y como observara que trabaja solo en una pieza de la fábrica, respondióme cuando le interrogué al respecto:

-Solo, tendré que estar siempre callado; y el silencio es mi operario más experto en el trabajo.

Yo visitaba con frecuencia la fábrica con ocasión de encargar varios trabajos para mi uso, y pude enterarme de que mientras a los otros les hacían reclamos por uno u otro motivo, el amigo que trabajaba solo en la pieza, confeccionaba nuevos modelos y extendía cada vez más su ramo en el comercio.

Y a propósito del silencio, hoy asistí a una tertulia de amigas que celebraban su cumpleaños. Todas, jóvenes y alegres, comentaban con frivolidad y crudeza la conducta de X y Z.

Alguien, como observara que Francisquita permanecía callada, pidióle su opinión con cierta ironía. Ella, con la serenidad que la caracteriza, respondió que permanecía callada, porque en el silencio no se zahiere a nadie ni se lastima el ajeno vivir.

El Roble

Aquel abuelo que un día se lo llevó la muerte, plantó un roble en el patio limpio y extenso de la casa; después, vinieron los otros abuelos a cuidarlo, viendo su tronco ancho y macizo que hundía sus raíces en el corazón profundo de la tierra.

Una reliquia en su fino estuche de marfil, tal vez, no hubiera simbolizado tanto para nosotros como aquel hermoso roble; además, era ejemplo y acicate para toda la generación que lo contemplaba desafiante ante el otoño y lo admiraba cubierto de hojas nuevas en cada primavera.

Si alguien se quejaba de algún vago dolor, el abuelo se apresuraba a decirle: «tienes que ser como el roble, fuerte y mudo para sufrir con calma los dolores de la vida». El día que Juanito se corto un dedo quitándole la corteza a una fruta, prorrumpió en llanto hasta que el abuelo llegó a decirle: «Chiquillo mío, ayer cuando paso el vendaval por nuestro huerto, partió y arrastró lejos un brazo o gajo florido del hermoso roble, y apenas un leve ¡ay! se escapo de su angustia; en cambio, tú, después del primer ¡ay! has botado lágrimas como para rebosar el mar…» Y el chico callaba, callaba como el que se avergüenza de llorar sin dolor.

Cuando la primavera matizaba y refrescaba el paisaje, el abuelo abría ventanas y puertas y llamaba a los paseantes para que viesen el roble cargado de bellotas y hojas nuevas.
Y el abuelo refería, que era como un amigo o algo viviente, que nos brindaba frescura en su sombra, música en sus hojas que acariciaba el viento, y abrigo en el ramaje espeso de sus brazos.

Refiero la historia del viejo roble por estar ligada al curso de nuestra existencia. Un día tormentoso y obscuro, el viento furioso empezó a azotar todos los árboles que crecían en el huerto; los troncos viejos y rugosos caían estrepitosamente sobre la tierra que los cubría con nubes grises de polvo. Los débiles y tupidos arbustos también eran arrastrados sin piedad por aquel viento huracanado que lo envolvía todo.

En la casa, nadie pensó en los animales que corrían despavoridos de un lugar a otro, ni en la ropa blanca y recién lavada que estaba tendida en la cuerda, Todos, en extraña expectativa de temor y asombro, permanecíamos parados en la puerta, mirando nuestro viejo y corpulento roble que se mecía impulsado por el viento. Una gran nube de polvo llegó a nuestros ojos como para impedir que presenciáramos la destrucción de los elementos. Inmediatamente, un ruido colosal que parecía arrastrar todas las aguas del Universo, nos hizo retroceder llenos de espanto al fondo de la pieza: ¡el roble había caído como un centinela herido!

Ahora sus raíces vivas y fuera de la tierra, parecían implorar al firmamento.
Nuestro roble, sin vida ya sobre la tierra, nos clavó muy hondo su última lección; porque el abuelo, cuando observaba que pretendíamos revelarnos contra las circunstancias adversas de la vida, nos llevaba allí, donde estaba el tronco sin color y sin savia para decirnos: «Todo pasa en la vida, éste fue nuestro compañero; compañero de tantas generaciones que admiraron su fuerza, solidez y aplomo sobre la tierra; sin embargo, parecía invencible y también cayó. También pasó, como pasan todos los dolores y las cosas en la vida».

Plenitud

Todos los dones del Universo, no bastarían para llenar la existencia de esta maravillosa palabra. Sin embargo, sentirla en algo, no importa el motivo que sea; es ya, lograr que su esencia pura y cierta llegue a nuestro mundo interior.

¡Plenitud! palabra sin tiempo ni forma, que sólo será desconocida para los que marchan de espaldas a la luz.

¡Plenitud! fiesta maravillosa para el espíritu sano y fuerte de la raza. Rocío tenue y brillante en los jardines del alma, y romance perenne en las fibras vivas y ardientes del corazón.

¡Plenitud! vaso colmado para la hora del triunfo y ventana de ensueño para mirar la vida.

¡Plenitud! toda la fuerza mágica de esa divina palabra, descansa en el borde misterioso de tu optimismo y en la llama milagrosa de tu fe.

La Estrella

Para alcanzar una estrella, ¡cuánto espacio habría que atravesar! ¡Qué sensación de vacío produce esa palabra que abarca toda la intensidad del Cosmos!
La noche era clara, plena y fragante como un sueño. El rocío brillaba sobre las hojas pálidas de luna; y el camino infinito como una sierpe de plata, perdíase más allá del horizonte.

En el pintoresco paraje había pocas casas de sencilla y artística arquitectura. Diseminadas aquí y allá, amparábanse fraternalmente bajo el gesto cordial de los árboles.

-Yo quisiera ir a buscar una estrella, -dijo el niño con la mirada perdida en el vacío-; pero tengo miedo al camino solitario de la altura, y es tan grande el espacio que vacilo cuando pienso en ella.

Arriba, los astros tachonaban el regio terciopelo de la noche; y la madre, temerosa de un pensamiento funesto por el loco deseo de su hijo, díjole señalando por la ventana abierta el camino solitario de la altura.

-Mira la luna, ¡qué pálida y redonda está en el cielo! Una inmensa distancia nos separa. Mira más allá, la estrellita que a ti te gusta, guiña un ojo y parece que te llama desde el cielo. Pero no podrás ir hasta allá, el camino del espacio causa vértigo. Hay nubarrones y tormentas que arrollarían tu cuerpecito de lirio; todo está lleno de hilos invisibles que se buscan y repelen; grandes corrientes magnéticas cortarían el impulso pequeñito de tu fuerza y desviarían el rumbo fatigado de tus plantas.

¿Cuándo llegarías a la estrella de tus sueños? En cada llamita azul te detendrías, y cada copito de movible espuma te llamaría para jugar contigo.

¡Quédate hijo mío! El espacio está lleno de hilos invisibles para impedir tu marcha. Piensa en las cosas de aquí, en las cosas de la tierra que están al alcance de tus manos…

-Pero madre –interrumpióle el niño con la mirada perdida en el vacío-, en la tierra sólo hay espinas y guijarros. Yo jamás he visto brillar una estrellita sobre la arena rubia.

Ella quiso decirle: la luna remoja sus madejas de plata en el lago, y las estrellas también bajan y se adormecen en el cristal rizado de sus ondas… pero; pensó que era más ilusorio y trágico que su niño se hundiera en el lago en pos de la estrellita lejana que brillaba en el alto firmamento; y estrechándolo contra su corazón, dejo escapar de sus labios un arrullo trémulo y rendido que subía por lo desconocido en la fuerza de su oración.

Los Arboles

¿No os parece que donde hay árboles hay siempre paz y alegría? Estos amigos del hombre, han humanizado tanto su vida que éste, busca diariamente su sombra para meditar y su frescor para serenarse el espíritu.

¿Qué poeta al hablar de los árboles, no sintió un profundo deseo de hacer comprender, que ellos saben interpretar el motivo de nuestras alegrías y tristezas?

Filósofo o artista, pastor o labriego, han sentido en el grado que corresponde a las pulidas facetas del espíritu, la excelsitud del árbol sobre la tierra.

¿Qué tesoro más grande puede desearse en la vida, que una franja de tierra húmeda y fragante?

Ellos, nuestros hermanos mudos y elocuentes; son los únicos que tienen la gracia de elevarse a los cielos por encima de todas las cosas materiales.

Hundidos en la tierra y abiertos en el espacio, parece que tienen la misión de proteger eternamente al hombre. Viven sobre nosotros; nos dan esencia, miel y abrigo. Y un día cualquiera cuando bajamos a la tumba, con sus raíces blancas y salobres de horadar la tierra, nos envuelven silenciosamente, y nos sorben poco a poco en un abrazo lento de química fusión. Entonces; comprendemos que somos savia de una misma fibra y formas de un mismo destino que se traduce en Dios.

La Fuerza

¿Quién no desea ser fuerte como un roble o encina?

La fuerza es el gran fenómeno que coordina todas las manifestaciones del Universo. En el rayo de sol que atraviesa el espacio recóndito y en el vuelo de la luciérnaga que se pierde en el follaje, hay una forma abstracta de poder absoluto que se llama fuerza.
Si nada deseas porque eres fuerte, has logrado el más alto don de la vida y puedes considerarte verdaderamente feliz.

Dos caminantes avanzan un día por la espesura de un bosque solitario. Cuando el cansancio físico parecía vencerles y la sombra les sumergía poco a poco como los árboles y las piedras de su clámide espesa, dijo el que daba muestras de verdadera fatiga a su compañero de andanzas:
-Regresemos, el pueblo está lejos y nuestra tarea debe quedar concluida muy temprano.

-No, -respondió el otro- yo no me siento con fuerzas para regresar a la casa. Pasaré la noche debajo de este árbol y mañana muy temprano emprenderé la marcha.
El primero regreso solo y pudo concluir a tiempo su trabajo en la sementera. El otro despertó cuando el sol con sus latigazos de fuego le encendía el rostro; y perdió su día, el gran día que nadie debe perder.

¿Te das cuenta de que para avanzar en la vida sólo se necesita un poco de fuerza? ¡Es la palabra mágica que todo lo mueve en el Universo!
¡Nada más necesitamos para luchar y vencer… Fuerza es el gran puente que une la esperanza a la realidad!
¡Fuerza es la gran fuente de vida que entraña todo el misterio de la creación!

Armonía

¡No te imaginas toda la luz y la fuerza que encierra esta divina palabra! De ella está lleno el Universo y nada escapa a su celeste vibración.

Recuerdo tanto y visualizo de una manera tan clara la escena de aquella tarde luminosa, que difícilmente podré olvidarla en el curso de mi vida. El ciego vivía retirado del mundanal bullicio al pie de una colina que había cerca de la ciudad. Un día, acerté a pasar por el frente de su casita semiescondida entre los verdes pinos que decoraban el paisaje con la pintura fresca de sus hojas nuevas y brillantes.

«Buenas tardes» –le dije- pasándome de largo y casi sin preocuparme. Más viendo que estaba como una estatua en su banco de piedra, al regreso le repetí con una entonación más fuerte en la voz:

«¡Buenas tardes, amigo!» Incontinenti volviéndose a mí y respondió:

-Escucho tantas y tantas voces en el ala sonora de la brisa, que la voz humana no es más que un débil murmullo que viene a sumarse a las vibraciones que emiten estas cosas que me rodean y aquellas que están más allá de los límites de la imaginación del hombre.

Si atendiésemos nuestro sexto sentido o mente subjetiva, jamás nos haría falta un concierto de música clásica o moderna, para apreciar todo el deleite que pudiera sentir el espíritu ante esas manifestaciones que pueblan el espacio.

Música es todo en el mundo que habitamos: la caída de una hoja, la risa del niño, el vuelo de un pájaro, etc.

¡Qué vibración tan sutil encierra un rayo de luz cuando se escapa a nuestra captación material de sonido! –Y concluyo diciendo: Toda vibración tiene su luz, y toda luz su vibración.

Hoy, después de haber pasado mucho tiempo y haber meditado varia veces en la lección del ciego, exclamo como el que halla la solución a un problema difícil: ¡Qué feliz el ciego de la colina; jamás escuchó una voz humana tan dulce y armoniosa, como las voces que le llegaban en el ala sonora de la brisa desde no sé qué mundos misteriosos y lejanos!

Un Día… 

Un día avanzarás silencioso, ¡tan silencioso! Que será indefinido e ilímite ese frío silencio del camino.

Ni la mirada podrás volverla hacia atrás un solo instante. En esa tarde densa y única de crespones y rosas enlutadas, escucharás el llanto de los hijos, el clamor de los hermanos y la angustia del padre que te nombra; pero nada logrará detenerte en la marcha silente de esa tarde. Todas las cosas se tornarán dada vez más densas… hasta que la noche, la gran noche del misterio, te abra la puerta de su estancia.

Desde la ventana de mi casa, veo pasar todos los días a un hombre. Este hombre, tan inteligente y versado en religión, o cultos diversos, va asiduamente al cementerio; pues hace poco, tuvo la desgracia de perder a uno de sus seres más queridos.

Y a este hombre que tanto me preocupa, porque prácticamente no obra de acuerdo con su avanzada ideología, yo le preguntaría si pudiese hacerlo: ¿Cuál es el propósito de sus visitas al cementerio, si no implican para Ud. el sentido alegórico del rito?

Los Libros

Cuando quieras halagar a un niño, llévale dulces y juguetes. Cuando quieras halagar a un adolescente de esta nueva generación tan preocupada, llévale libros que dejen huellas de perfección en su alma.

Todos necesitamos una señal que nos indique el camino. Sé tú el de la señal para los que se encuentran en el primer peldaño de la vida. Enrumba la nave para que llegue al puerto con el lastre infinito de tu esfuerzo. ¡Qué dolor! Si por falta de un timonel experto, llega rota e indefensa por el choque formidable de las olas.

Hay millones de seres buscando el camino de la luz, y aún tarde la mano bienhechora que rasgue el velo de tinieblas y encienda la antorcha para alumbrar el camino.

Sé tú, el puente que une la noche al alba para que llegue el día. Y cuando pongas ese gran tesoro o vehículo de cultura en sus manos, dile: -Este será tu mejor amigo. Si su lenguaje no está al alcance de tu escasa preparación, busca su hermano menor o instructor que adecuadamente corresponda a su capacidad intelectiva; pues sólo los hombres que tienen la mente de piedra y el alma en tinieblas, son capaces de aborrecer y mirar con indiferencia los libros.

Regala un libro con la devoción del que practica un rito, pues su función es mucho más grande y útil que la de todos los ritos del mundo. No será necesario advertir, que me refiero al libro constructivo que edificará atalayas de moral y justicia para el progreso de la humanidad.

Vivir sin pan es menos triste que vivir sin libros. El pan calma el hambre, los libros la quitan… y eternamente, sentirás un hilo de luz que dignificará tu existencia y te revelará por qué hay muchas bocas sin pan, mostrándole al que pasa la protesta callada del harapo.

A propósito de libros, quiero referiros lo que hubo de ocurrirme cierta vez que visite un Asilo. Paso a paso observaba y deteníame a escuchar de los recluidos, retazos de existencia y punzantes dolores de aquellas vidas grises.

Los suelos brillaban, y el sol caía a raudales sobre las paredes del jardín que perfumaba el ambiente. Más allá, cerca de la verja, ví una cara triste y marchita que creí reconocer. Era una maestra vieja, quien conocí en cierta ocasión en una de las Convenciones anuales del magisterio venezolano; y –como ocurre muchas veces-, sin familia ni una prolongación de su existencia; ignorada y olvidados sus largos años de labor por el engrandecimiento de la patria, fué a refugiarse y a morder el pan amargo de su soledad en las paredes blancas de aquel piadoso Asilo.

Por sus dedos descarnados y marchitos, deslizábanse las cuentas de un rosario; y cuando le pregunté si deseaba realizar algo en aquella última etapa de su existencia, me respondió con voz temblorosa y llena de emoción:

-Sólo quisiera, que antes de bajar mis restos a la fosa, en vez de flores y lágrimas, un coro de niños entonaran un himno luminoso. Un himno de amor al libro; porque los libros y niños fueron siempre los compañeros de mi vida. ¿Crees tú que los maestros deben morir sin una canción de despedida? Tú puedes hacerlo, porque también eres soldado de esa gran legión; y así, los maestros no partiríamos tan tristes y olvidados como presiento que muy pronto partiré.

Algo debió advertir en mis ojos, porque de los suyos, -ya casi apagados por la muerte-, cayeron dos perlas sobre el dorso de mis manos que en señal de despedida, habíanse posado en las manos temblorosas y descarnadas que sostenían un rosario para entibiarlas con un profundo ¡adiós!

Fuegos Fatuos

En el tren iba la elegante viajera, perfumada y llena de toda de una singular coquetería femenina. Recuerdo su traje vaporoso como para los rigores de nuestro clima, sus manos finas y los breves pendientes de sus orejas pequeñas y rosadas. Sobre su falda, descansaba un rico bolso de piel con dos iniciales en dorado relieve.

Cuando el tren deteníase en las alcabalas del camino, ella abría un libro que extraía del bolso –tal vez una novela romántica-, y enfrascábase en la lectura de tal manera, que no advertía los muchachos harapientos y descalzos, que pedían una moneda o vendían baratijas o conservas a los pasajeros que asomaban la cabeza por las ventanillas del tren.
Esta muchacha iba acompañada de una señora que la atendía con gran esmero: dábale galletas y dulces finos, de esos que admiramos en las vitrinas lujosas de las tiendas y confiterías.

Estas compañeras de compartimiento no osaron mirarme ni una sola vez, y si lo hicieron, fue con la impresión de que contemplaban un objeto cualquiera; pues parece que su mundo de comodidad y lujo, no les permitía sentir interés por las cosas que las rodeaban en aquel viaje pintoresco y largo.

Cuando llegamos al punto de destino, las ví perderse entre la apretada multitud que iba de un lugar a otro; tal vez, tomaron un automóvil que las llevó al hotel. Pero lo cierto fue que jamás se desvaneció de mi mente, el regio porte de la muchacha que un día fue compañera de viaje hacia la capital.

Ocho o diez años han pasado desde entonces. El tiempo es un gran modificador; y yo, he bajado varias cuestas en la vida y subido otras tantas. Un día, llenando las funciones correspondientes a mi trabajo social, penetré en una choza obscura y llena de miseria.

Sobre una cama destartalada, yacía la paciente con un acceso de tos que hacía pensar en las flores pálidas de Evaristo Carriego, el poeta de la muerte que ronda en los hospitales y en las casas pobres de los barrios. Bastóme respirar el aire de la pequeña vivienda para saber que de aquellos pulmones destrozados se escapaba la vida hilo a hilo.

Ella se agitó nerviosamente como para explicar algo; pero yo, con un gesto de comprensión, me llevé el índice a la boca en señal de absoluto silencio. Encontrábame en el centro de la pieza pensando en la gravedad del caso, cuando mis ojos tropezaron con algo que brillaba en un rincón obscuro de la choza.

No tuve necesidad de preguntar a los vecinos por la historia de aquella infeliz. Dos iniciales como los fuegos fatuos de leyenda, me revelaron el trance de aquella vida, cuando una vez hube de contemplar aquel rico bolso que hoy colgaba de la pared –desteñido y viejo-, en las manos suaves y perfumadas de la excéntrica viajera.

La Llama

Los místicos de la antigüedad admiraban la llama. El hombre primitivo, cuando descubrió el fuego en el roce continúo de las piedras; debió sentir en su mente una chispa infinita que le puso en contacto con algo superior a él.

El hombre adora la llama, porque en el Universo, todas las cosas surgen de un fuego intenso; tan dúctil en su forma, que se torna pasión y amor en el corazón humano.

En el inmenso altar de la naturaleza hay siempre lumbre: de día nos ilumina el sol y de noche las estrellas. Y por medio de esa llama, el hombre ha podido comprender que el espacio no está vacío. El gran espectáculo de un camino desconocido y luminoso se abre ante sus ojos, pequeños para mirar lo grande, y grandes para posarse en lo pequeño.

¡Adoremos la llama, porque todo lo devasta, porque todo lo purifica, porque todo lo enciende…!

La llama vive en la altura. Zigzaguéa en el rayo que alumbra la noche tormentosa; baja al fondo de la tierra, agita las moléculas incansables y penetra en el corazón del hombre llenándole de infinitas esperanzas.

¡Adoremos la llama, porque es el imán más puro que nos acerca a Dios!

Miedo

Le encontré sobre una piedra del camino. Una vaga penumbra rodeaba su silueta de muchacho fuerte y ágil.

El follaje arrastraba indolente la sombra parda de su espeso regazo; diríase, que algo ascendía o bajaba en el sortilegio de la hora imprecisa, cuando él levanto la cabeza para responderme que no era fatiga ni cansancio lo que le había postrado allí.

-Tengo miedo, miedo de avanzar –repitió-, hay sombras fatídicas que se mueven en la espesura; hay obstáculos que se levantan por doquier; hay voces que se quiebran en el viento y pasos que se apagan en el silencio.

Yo vine por el camino que tú debes recorrer. Mis plantas no están heridas, ni mi mente ofuscada por las visiones que rondan en la sombra.

-Pero, ¿qué visiones son esas? –interrogó nuevamente más alarmado que nunca.

-¡Mira, están allí: son arboles que extienden sus brazos protectores al que pasa; las piedras lisas y musgosas donde apoya su frente el peregrino; la red finísima del viento que baila y canta en la espesura…!

-¿Y esos son los fantasmas que me esperan en el camino?

-Sí; no hay peor fantasma que el miedo, él te ha inmovilizado sobre la piedra de tu cobardía.

La noche que bajaba lenta y densa, fue cubriéndolo todo con su manto. Y envuelto en la sombra, seguro de sí mismo, ágil y fuerte como una afirmación de valor y esperanza, le ví perderse por el camino que yo había dejado atrás.

Rosas

Para sentirme plena, he pedido –sin saber por qué-, algo muy grande a las fuertes potencias de la altura.

Una racha de aire perfumado, llegó a mi estancia y saturó el ambiente claro y tibio de mi cuarto…

Sumida en un profundo sueño de hipnótico embeleso, dialogué largamente con el alma de las rosas…

Detrás de mi ventana, y al beso de la luna, empinábanse los lirios para tocar mi frente…

¡Cuántas cosas me fueron reveladas! ¡Qué mensaje tan puro recibí –hasta sentirme plena-, en el alma fragante de las rosas!…

La Noche

Muchos temen la noche sin saber por qué. Pocos son los que se despojan de las miserias del día para entrar en el arcano de la sombra. ¡Hasta para dormir necesitamos paz y alegría! Tenemos que ser como los niños cuando tienen un juguete nuevo, que se acuestan locos de contento y esperan con ansiedad «que sea mañana» para jugar con los soldaditos de plomo o el caballito de cartón que dejaron el jardín.

Cuánto más alegre sea nuestra última hora de vigilia, más clara será nuestra risa del día siguiente, más franco el gesto y más pura la palabra. Y hay razón para pensarlo así, pues el alma sin tormentas, logra en la misma proporción los placeres del día en relación a la última hora de percepción subjetiva.

¡Esta es tu página, maestro! Penetra en tu alcoba con la alegría ingenua de los niños que te rodean en el aula. Después sé como éllos, que cuando llega el día, marchan presurosos y radiantes a la glorieta del jardín donde esperan sus soldaditos de plomo o el caballito de cartón.

Esta es tu página, maestro. ¡El que siembra claridad tiene que vivir en la luz!

La Alegría

De las muchas posesiones que puede disfrutar el hombre, la más grande e intensa de todas es la alegría.

Si alguien preguntase: ¿Cuál es el camino que conduce a la felicidad? Sin duda, algunos responderían: la conformidad. Más, yo con menos razón pero con más fe le diría: el verdadero camino es la alegría.

Tal vez objetarás: la alegría tiene que venir de adentro para que sea sincera. Lo que implica que no bastará un ambiente alegre o una noticia agradable si el alma se encuentra triste.

Bien puedes pensarlo; pero recuerda, que si el alma constituye la esencia, el ambiente y la forma exterior constituyen el motivo que tú debes buscar.

Alégrate de todo; pues si permaneces impasible ante los hechos que se suceden para llenar tu espíritu, sería imposible el encadenamiento de la felicidad en el mundo.

¿Crees que el artista siéntese más satisfecho solo, que cuando el auditorio le escucha y aplaude sus maravillosas interpretaciones? No hubiese yo escrito este libro si fuese a quedar sin eco en un mundo indiferente y vacío.

¡Vamos al camino! No iremos muy lejos cuando te sentirás alegre; porque cada grano de arena, cada piedra, y cada tronco viejo, nos contarán su historia. Y regresarás con la dicha de saber algo nuevo.

Los jardines son más bellos en la primavera.

Las noches so más bellas, cuando una carcajada de astros rutilantes iluminan las lobregueces del cielo.

El ave es más feliz cuando de rama en rama, desgrana sus trinos para deleite de que pasa.

El hombre es el más feliz de todos los seres, porque puede esbozar perennemente una sonrisa.

Si el mendigo hablase risueñamente de la esperanza de curarse en vez de repetir en cada puerta su triste historia; quizás nadie en el mundo le negaría una limosna.

Hoy conocí una muchacha joven y rica; pero note que mientras hablábamos de todo y hasta habiendo motivo para ello, jamás llego a sonreír ni una sola vez. ¡Pobre pájaro –pensé- en su jaula dorada, no se escuchará nunca el arpegio sonoro de la risa!

¿Para qué el dinero y la juventud sin alegría? Has objetado que es una fuente secreta, ¿verdad? Pero el «ábrete sésamo» principia en el sentido de apreciación que sepamos darle a las cosas que nos rodean, porque si estos no hicieres, ¿cómo pretendes cosechar el fruto de la felicidad? Y te repito: ¡el camino hacia la verdadera felicidad es la alegría!

La Paciencia

Jamás, nadie ha sacado ventaja alguna de la impaciencia; ya que la paciencia, es la mejor aliada de las grandes obras. Servirá de ejemplo, un detalle aislado de mi propia vida. Si el jardinero llegaba tarde o yo perdía mi aguja de bordar, me impacientaba de tal manera que el resto del día lo trocaba en un infierno e furia y desasosiego.

Una mañana, abrumada de fastidio en mi propia casa tan lleno de todo, salí con el propósito de dar un corto paseo por los alrededores. Como pasara por la puerta donde vivía Isabel la paralítica, entre a su casita estrecha y limpia como un caracol.

Cerca de la pared donde élla estaba en su silla de inválida, había una ventana de madera toscamente labrada que daba al patio. Cuando me acerqué, le dije unas palabras de compasión en forma inexperta y brusca; y élla, señalando por la ventana hacia el patio matizado de clavellinas y nardos, respondióme muy acertadamente.

-Así es el curso de todas las cosas en la vida. Esos pequeños seres que se alimentan de agua, aire y sol; eran unos pobres bejucos negros pegados a la tierra árida; pero, vuestro jardinero llegó un día silencioso y decidido a limpiar la tierra y a regar los troncos cubiertos de polvo y olvido.

Desde entonces, no ha faltado con su canción de agua fresca una sola mañana. Y ya ves, hay rosas y hojas verdes que alegran el ambiente de esta casita vacía.

Avergonzada me retiré del lugar, y cuando pretendo impacientarme, recuerdo la justificada tardanza de mi jardinero y la lección inolvidable de Isabel.

Hoy he visitado de nuevo a Isabel. Una circunstancia imprevista me llevo a su casa; pero esta vez, mis palabras fueron de esperanza y optimismo.

En el jardín había ramilletes hermosos y fragantes. Ella vendía flores, y con el producto había cambiado totalmente el aspecto de su casita humilde y limpia. Todo era fresco y poético, los retratos que colgaban de la pared, tenían marcos nuevos y brillantes. Isabel vivía de sus recuerdos, frente a su jardín alegre y ebrio de sol.

Yo pensé mirándole los ojos claros y llenos de esperanza: -¿Qué será de esas pobres flores si mi jardinero no viene pronto con su canción de agua fresca regar el jardín? Si él está enfermo, enfermarán ellas también y morirán de tristeza y sed. Y tomando un cántaro que había cerca, dije a Isabel que iba a regar su rosal, porque mi jardinero se encontraba en un lugar distante y tal vez tardaría en llegar.

Ella protestó, pero al fin, terminó por aceptar cuando le expliqué que la tarea era grata y beneficiosa. Mañana, con algún pretexto, volveré a la casa de Isabel si mi jardinero no puede ir con su canción de agua fresca a regar el rosal.

El Pozo

Él era como el pozo que había al lado de la casa: claro, generoso, pleno; y con las manos siempre prontas a dar. Todo el que tenía sed iba al pozo; por eso, él cuidaba de que estuviese limpio, sin alimañas ni bruscas amargas.

Un día, detúvose frente al pozo un lujoso automóvil, y el dueño –con voz de patrón intransigente-, pidió un poco de agua para sofocar el calor de la máquina.

Cuando el automóvil avanzó de nuevo por el camino arenoso y desigual, un pobre hombre que iba delante con una lata de agua al hombro, turbóse de tal manera, que la lata rodó al suelo empapándole las piernas.

El conductor del vehículo, volvióse rápidamente y gritóle que era un imbécil por obstruir el paso y pone poca atención en su marcha. Yo estaba en el brocal del pozo, y pensé que mientras el pobre campesino no podía caminar por el peso de la lata colmada, el rico propietario hubiera tenido que detenerse allí por falta de agua para el buen servicio de la máquina.

Tal vez, este mismo hombre hubiese dado agua de su lata, si el despótico conductor no se hubiera fijado en el pozo que se empinaba detrás de la cerca como para llamar a todos los sedientos del camino. Sin embargo, lejos de aliviarle la carga y llevarle de un lugar a otro, llenólo de improperios y burlóse de sus pocas fuerzas.

El aire mordiente y travieso que venía de la espesura, seguía agitando con sus manos transparentes el cabello suelto y liso de las campesinas que llegaban jubilosas y cantarinas a llenar sus cántaros.

Después se marcharon cantando por diferentes caminos. Yo también me alejé, pero iba pensando que todos en la vida vivimos de limosnas. El mismo conductor del automóvil recibió su limosna de agua clara; pero él se creyó merecedor de tal servicio, porque provenía de un hombre inferior a él. Y en este pequeño mundo, los superiores creen que deben ser servidos por los inferiores.

Pocas son las cosas que merecemos y muchas las que negamos; pero en las leyes de la compensación y la justicia, el bien con la maldad nunca se paga.

El Remanso

En otra oportunidad hube de hablar de los ríos; y como amo los ríos, amo todas las cosas que contienen una gota de agua, ya sea cristalina o turbia, porque el agua es el gran sostén del Universo. Y brota, desde el primer llanto hasta la última despedida hacia la tumba.

A considerable distancia de mi casa, hay un remanso que decora el paisaje, profundamente azul y divinamente claro.

Mientras las muchachas prietas de sol y blancas de espuma, tienden la ropa sobre los bejucos verdes y las piedras grises; los chiquillos rompen el cristal del agua con inusitado regocijo, y hunden las manecitas traviesas para perseguir los pececitos de colores que se ocultan entre las guijas rumorosas.

A la orilla de este remanso, he escuchado muchas historias de amor e infortunio, de pasión y de celos… Muchas veces, mientras Luisa entona una canción de esperanza cuando enjabona la ropa, Regina se torna taciturna y grave para rogarme, casi con llanto en los ojos, que no se lo cuente a nadie. Prometo ser discreta; pero más allá, empieza el hilo de otra y otra historia que no me importará revelar; porque la humanidad está llena de prejuicios absurdos que es necesario llevarlos al conocimiento de la misma humanidad para su propia evolución.

Por eso, creo que el agua es parte y esencia de mi propia vida. Esta vida mía, que al compás de su música suave y acariciadora, arrancó una página vivida de cada corazón que fue al remanso.

La Verdad

Dicen las Ciencias Herméticas: «Como es arriba así es abajo». Axioma este, que encierra acaso, toda la Gran Verdad del Universo.

En la ignorancia del sentido oculto de estas palabras, es común oír decir a la gente: «Siento grandes deseos de abandonar este mundo para descansar eternamente». Tal idea, demuestra un desconocimiento absoluto del proceso vital o conciencia evolutiva del ser humano, ya como componente físico o fuerza psíquica.

Aún los más recalcitrantes materialistas que así pensasen, correrían el riesgo de volver a la duda; por que como punto positivo, deberían aceptar que toda descomposición evidencia una transformación. Y si todo es inestable y nada se estaciona, ¿cómo impedir, entonces, la perpetua transmutación de nuestros átomos?

Si todo vuelve a animar a otra forma o cuerpo, -no importa la finalidad-, ¿podemos desear con verdadera certeza el gran paso hacia la Nada como punto concluyente de nuestro destino?

Si nada existe que no vibre y persista hacia la evolución; entonces, ¿por qué no repetir?: «Como es arriba así es abajo» y continuar conscientemente la ley del progreso hacia la Gran Verdad.

Los Días

Los días, ¿qué son los días? Eslabones de una cadena inmensa que nos llevará –tal vez-, al final de un nuevo principio.

Los días, ¿qué son los días? Cuentas de un valioso collar que romperá su hilo sutíl al impulso de un soplo invisible. Soplo cruel o piadoso, que no tomará en cuenta nobleza de cuna, ni edad ni posición monetaria.

El hilo maravilloso de la vida quedará roto irremediablemente; y las cuentas traslúcidas y serenas, o turbias y negras de tu existencia, quedarán en la humanidad para enaltecer tus hechos o ensombrece tu marcha.

He aquí, que debes pulir tu inteligencia y animar tu voluntad; para que esas cuentas, que un día quedarán en depósito para siempre; sirvan de talismán estímulo a los otros que habitarán el plano.

Deja tu obra, -perlas de tu collar-, la obra pequeña de sembrar una semilla o la obra grande de educar un pueblo; pues en la progresión incesante del mundo cósmico, no hay cosa pequeña ni superflua. Y en esta forma, el collar valioso de tu existencia, seguirá prolongándose en el supremo esfuerzo de los otros; que harán siglos de tus días; porque lo que perdura en obra de bien para la humanidad, es obra de tiempo eterno.

En la Bahía

Muchas de las personas que me leen, han permanecido horas y horas frente al mar; contemplando sobre la línea azul del horizonte, el vuelo de los pájaros marinos.
Velas blancas y rizadas de sol, surgían del espejo líquido y transparente de las aguas. La bahía pintoresca y risueña, era una evocación de encuentros y de rutas ignoradas.

El viento salobre y yodado de la costa, batía las cabelleras hirsutas de los hombres rudos y sencillos que se ocupaban de descargar los barcos. Pocos había en la rada, tal vez por estos tiempos de guerra; pero la afluencia de gente es siempre igual. ¿Qué atracción tan poderosa tiene el mar para el hombre, que sin poseer un barco o proyectar un viaje, viene a su encuentro atraído por el espejismo de sus olas? ¿Será que cada barco lleva o trae una nueva ilusión?

Mientras el sol cabrilleaba sobre las ondas, yo me daba a la tarea de pensar que el hombre es un eterno explorador; primero abrió los caminos en la tierra, después surcó los mares; y ahora, abre rutas en la estratosfera, algún día –tal vez-, descubrirá algún sistema que le permita visitar a Marte. ¡Ah! –me dije- deteniendo el curso de mis propios pensamientos: todos buscamos los puertos para soñar.

Impulsada por la emotividad del paisaje, miré a mí alrededor para exteriorizar mis propias ideas; y a mi lado, estaba el muchacho de aspecto soñador que pasaba horas enteras contemplando el mar.

Al principio, creí que se trataba de un aventurero que esperaba el momento oportuno para emigrar; pero los barcos anclaban y zarpaban nuevamente; y él, permanecía con una llama de inquietud en los ojos devorando el horizonte.

Al fin le interrogué:

-¿Espera Ud. noticias de algún familiar lejano, o viene a respirar el aire puro de la bahía?

-Ni lo uno ni lo otro –me respondió con algo de brisa y ola en su voz-. Yo vengo a este puerto, a admirar las banderas de los barcos. Le sorprende mi respuesta, ¿verdad? Pero la visión inmensa y lejana de la patria que un día abandonamos, se plasma íntegra y pura, en la gracia de una bandera ondulante y risueña. Cada vez que las contemplo en el mástil de un barco, imagino que es un saludo de paz que nos envían los países distantes.

¡Ah, si pudiera hacer de todas una gran bandera! Entonces, no habría guerra en la tierra; porque esa enseña de la Unión Universal, representaría el grande y único destino de los hombres de la tierra…

Él continuaba hablando; pero el viento que venía de la costa azul e imprecisa, recortaba sus palabras y se las llevaba muy lejos. Mientras que el sol, cada vez más alto, prendía en sus ojos una inquietud extraña. Así lo deje esa mañana, estático y soñador contemplando una bandera que se perdía en lontananza.

Antes de Partir

Te impacientas y quieres volar como los pichones recién nacidos, porque piensan que los árboles y el espacio son unos brazos inmensos que les llaman.
Espera un momento antes de partir. Nada significarián tus afanes y tus desvelos en la vida, si lo que has podido hacer antes de irte, lo dejas como una carga sobre los otros que ocuparán tu morada.

Antes de partir: abre todas las puertas de tu casa, limpia el jardín, quita el polvo de los vidrios y todo lo que pueda causar una impresión desagradable en el ánimo de los futuros moradores.

Cuando todo esté dispuesto en esa forma, entonces podrás decir con íntimo regocijo: ¡Ha llegado la hora de emprender el viaje!

No te impacientes por estos pequeños problemas que llenan tanto la vida de los otros; considera, que el que llega fatigado del camino polvoriento a ocupar tu morada, sentirá una satisfacción muy honda al ver la casa limpia, el jardín con rosas y los cristales claros para mirar la senda y el paisaje que se pierden en lontananza.

Y sin conocerte pensará: el viajero que abandonó esta morada, irá hacia un lugar más limpio o en busca siempre de algo que limpiar.

Los Ríos

Mi deseo más profundo ha sido el de vivir siempre a la orilla de los ríos. Los amo con una ternura inmensa porque son como las personas: rebeldes, tristes, cantarinos, inquietos, bulliciosos, claros, turbios, etc., según el viento que les acaricia y el paisaje que les rodea.
Los ríos son más humanos y tienen más potencia anímica que los arboles y las piedras, porque jamás se detienen y siempre arrastran o dejan algo a su paso.

Cuando un libro me satura el alma con la belleza de sus imágenes literarias, y encuentro toda la luz del universo cautiva en sus páginas elocuentes y plenas de optimismo para llenar la vida, pienso inmediatamente qué escrito a la orilla de un río bullicioso y alegre.

En el corazón de la selva, hay una extraña música que adormece los sentidos del caminante perdido. Al pie de la montaña, corre un hilo azul de agua purísima para los que bajan rendidos por la jornada del día. El rebaño se detiene al borde de los ríos; bebe cielo y agua, y decora los paisajes de Miguel Ángel, el Ticiano y Goya.

Las ciudades sin ríos son como los cuerpos sin brazos; jamás tocarán el cielo, ni saludarán el alba; por eso, compadezco a todos los lisiados de los brazos; pues como pueden dar, tampoco podrán recibir nada en la vida.

Si te sientes triste, fatigado y sin ánimo para la lucha; vete a la orilla de los ríos, dialoga con sus ondas claras y rizadas. Toma de ellos, la transparencia, inquietud y alegría; pues nada conforta tanto el espíritu como la lección de sus aguas que marchan sin detenerse ni retroceder jamás.

Piensa en la fuerza arrolladora de los ríos ante los obstáculos del camino, en la diafanidad de sus cristales y en el curso invariable y firme de su destino hacia la meta. Sé tú como los ríos que refrescan la tierra: luminoso, claro, fuerte, ¡sin detenerse jamás en el camino de la vida!

Otros Mendigos

Además de los que no tienen pan ni lecho, hay otros mendigos que piden con la voz del alma porque son ciegos de entendimiento.

La ignorancia es una venda espesa que les enturbia la existencia, no ven ni piensan más allá del estrecho círculo material que les rodea. Si no saben leer, jamás se irán por los anchos caminos de la tierra a contemplar las maravillas del mundo. No existe para ellos ni Europa ni América, ni cielo ni tierra; las cosas viven como muertas porque las estrellas no se llaman ni Sirio ni Venus.

En cierta ocasión, yo le decía a uno de mis alumnos: -Cuando sepas leer y escribir conocerás Francia, México y todos los países del mundo. Y él, vino a decirme después de haber transcurrido algún tiempo:

-He pasado los límites de la tierra. Conozco todo el Universo y el diámetro de todos los planetas. He viajado a través de los sesenta millones de kilómetros que nos separan de Marte; conozco sus polos cubiertos de nieve y los satélites que giran a su alrededor.

El ignorante jamás podrá apreciar el valor de las cosas. Y la mejor moneda para estos ciegos que trafican la noche de su ignorancia, es arrancarles la venda espesa que les veda el mundo.

El Juego

Los niños se sienten verdaderamente felices cuando juegan, y su pequeño mundo se reduce a balones, trompos, aros.

Frente a mi casa, a la luz que sostiene un poste que ilumina la calle recta y limpia, acuden todas las noches –como mariposas en torno a la llama-, un grupo de chiquillos que juegan, cantan y cuentan historietas o aventuras de viajes aprendidas durante el recreo.

Algunas veces, he tenido que suspender la preparación de estas cuartillas; porque la risa clara y las voces altas de los chicos, se cuelan por mi ventana y desvanecen el hilo de mis pensamientos.

Jamás he protestado por esto, pues el único tesoro de los niños es el juego. Y después de todo, si prolongásemos la infancia, la humanidad sería menos cruel y frívola. Cuando aún éramos niños que poseímos un ferrocarril de cuerda, nos divertíamos viéndolo rodar y admirando sus bellos colores; después, cuando fuimos grandes y llegamos a dominar una empresa ferroviaria, nos sentimos dueños del mundo y capaces de retirar al maquinista o a cualquier empleado, porque se retrasó unos minutos comprándole un pequeño juguete a su hijo para los días de Navidad.

Los niños pobres, en las piezas estrechas y obscuras, están esperando la caricia de un juguete para alegrar su infancia; mientras que allá en la taberna, los hombres hacen pequeños montones de monedas que pierden al correr de los dados.

Si para los niños el juego es un tesoro, para los grandes es la perdición o degeneración completa. El hombre que juega arruina su vida y su hogar. Y como puede observarse, esta es la ley de los contrastes en el mundo: los chicos lo hacen para complementar su vida, los grandes para destruirla; porque lo que se quedó en la mesa de la taberna, se trocó en hambre y llanto para el hogar ensombrecido.

Los hombres que se llaman líderes y que se dedican a guiar a la humanidad con la fuerza sutil y arrolladora de la palabra, debían ir a las grandes casas de juego, donde los hombres con la mirada llena de codicia y el ademán nervioso, quitan y dejan las piezas de plata que restarán el pan moreno a la mesa humilde.

Esos hombres que abren caminos en la humanidad, debían aproximarse y pedirles que les acompañaran al sitio del mitin para explicarles lo que sería la patria si todos fuesen a parar a las mesas de juego: los limpios no necesitan lavarse las manos para recibir el pan de la justicia y la verdad; son éstos los que necesitan la limpieza del espíritu y la rectitud en la práctica para ennoblecer su existencia y engrandecer la Patria.

La Lluvia

Del cielo, desciende rítmica y pausadamente la lluvia transparente y fina. Ni el surtidor, con su canción blanca y rumorosa, se adentra tanto en el alma como este collar de agua clara que humedece los caminos.

El campesino, cuando mira caer la lluvia desde la puerta de su rancho, sorprende todo el divino misterio que anima la creación. Por eso, la ama intensamente como ama al sol y los vientos que maduran los frutos de su huerto.

¡La lluvia es paz, alegría y esperanza! Desciende de lo alto en forma pródiga y elocuente como un mensaje de Dios.

El hombre, doblado sobre el surco, traduce el símbolo más alto de lo divinamente natural; porque todo cuanto le rodea en ese momento es Naturaleza: tierra, cielo, viento y sol Todo es Naturaleza, y la Naturaleza es Dios.

Los Misterios

Hoy tuve la oportunidad de hablar con un joven que se mostraba verdaderamente preocupado por los problemas e la vida y el Más Allá. Poseía una gran agilidad mental para expresar y defender tan intrincados asuntos; alrededor de los cuales, hubo de exponer razonamientos e hipótesis que nos llevaron por diversos caminos a investigar la ley de causa y efecto en todas las manifestaciones de la Naturaleza.

Cuando llegamos al punto de origen del hombre y su función como ser pensante, pareció perder el equilibrio de su razonamiento y exclamó: «La verdad es que eso es un profundo misterio que desconcierta al hombre. Ni el Génesis, ni Darwin, ni los más conspicuos investigadores, han logrado dar la clave exacta del impenetrable misterio que rodea el origen de la vida».

-¿Y eso lo llamas tu misterio? –me apresuré a interrogarlo-. Los científicos hablarían del protoplasma o capas celulosas que engendraron la vida en la gravitación evolutiva de los agentes psicofísicos. Sin embargo, esta composición de forma y esencia, escapa en su estado primario a la imaginación del hombre; pero, ¿crees que tal desconocimiento del principio vital o átomo-simiente debe llamarse misterio por el hecho de pasar ignorado por el hombre?

Si éste desde un principio hubiese estado capacitado para expresarse gráficamente por medio de un sistema invariable y único; tal vez, nadie hubiérase considerado impotente ante la extraña pictografía que usó el hombre primitivo para recordar los hechos y cosas que le rodeaban.

Si hubiera conservado el recuerdo de su formación y desarrollo, jamás habríase inventado la palabra misterio; porque en las leyes de la Naturaleza no hay misterios. Todo está sujeto a un ritmo determinado que –aun el hombre de la actualidad- no ha podido delimitar por su escasa evolución en el planeta.

Una Noche

La brisa viene de lejos y riza las aguas del fulgurante lago. Un murmullo de verdes palmeras y alas trémulas, embriaga la tarde que declina mansa y lenta sobre las hondas moribundas.

En el horizonte, se perfila ya, el fulgor vacilante de una estrella…

¡Algo penetra en el alma y nos aleja de toda sensación humana!

Es la hora de la marcha. El camino inescrutable de la sombra, se ha tornado ancho y claro para incitarnos al viaje. Deja el peso de tus inquietudes y entorna los párpados. Una mano de seda nos llevará al quimérico encuentro del lejano paraíso.

¡Qué emoción tan inmensa la del viaje!

En la punta luminosa de una estrella, enredóse el último jirón de nuestro traje; y cruzamos por la senda abierta, sin el peso de un hilo en nuestra marcha.

Y ahora, que hemos llegado a la cúspide de la real idealidad, dime ¿cómo describirías esta mágica visión del divino paraíso que una noche cruzamos en silencio?

La Luna

¡Cuán bella y pálida está en el cielo! Es u simple satélite de nuestro planeta, y casi lo envuelve con la gracia plateada de su lumbre.

Preguntad al Poeta: ¿Cuál es el influjo más poderoso de vuestra inspiración en el espacio?
Parece que en nuestro sistema planetario, fuera de este cuerpo de condiciones completamente negativas para la adaptación del hombre, el imán más atrayente que enrumba sus sensaciones por los senderos del ensueño y la belleza.

¿Habéis contemplado la luna llena sobre el mar? ¿No os parece que su fulgor es el más tenue de todos los fulgores…?

¿No habéis admirado el oro de sus rizos en los jardines de la noche?… ¿Y no os parece que es más fino y puro que el mismo polen de las flores recién abiertas…?

Esto es muy romántico, ¿verdad? Y hasta dirías que cosas tan tontas no debieran escribirse nunca… Pero yo he ido a los barrios miserables, y he visto un círculo de niños haraposos y mugrientos, pidiéndole pan a la luna.

¡Lejano e imposible juguete de los niños pobres que cantan a la orilla luminosa del camino!

Una vocecita trémula se levanta de la ronda pidiéndole más pan; y ella, plena y rubia en el espacio, como una hostia inmensa sostenida por manos invisibles, poco a poco se ha perdido en la noche; mientras que abajo, la ronda sigue cantando… la ronda sigue esperando, ¡que pase cerquita un día para irse con la luna!

La Dádiva

Al finalizar el día, ¿Puedes enumerar tus cosas malas y buenas? Todos podemos hacerlo, porque se trata de un pequeño esfuerzo mental. ¿Podaste los árboles de tu jardín, peinaste la blonda cabellera de un niño, admiraste una obra de arte en el museo más cercano, saludaste al cruzar la calle a la amiga de la esquina…?

Todo encuadra bien en el plan de tus actividades diarias. Pero, ¿has sentido verdadera satisfacción al hacer una de estas cosas?

Has visitado un hospicio de niños y dejaste un juguete de bellos colores, o llevaste una moneda a la pobre mujer que muere en el barrio miserable por falta de recursos. Pero, de nuevo vuelvo a interrogarte: ¿has sentido verdadera satisfacción al hacer una de estas cosas?

¡Pobre dádiva si no te ilumino por dentro cuando alargaste la mano! «La alegría más grande es la de dar», pero cuando se dá con la moneda o el mendrugo, un pedazo de alma y una sonrisa de satisfacción.

Si partieses tu pan con el hambriento, tu ración se mermaría. Pero, ¿se mermaría tu manantial de fe o tu fuente de sonrisas si llegasen a las puertas de tu alma todos los mendigos del mundo? ¡No! Por eso te repito: aprende a dar con verdadera satisfacción, y tu dádiva será la verdadera misericordia que piden los hambrientos de la tierra.

Cuando Vaciles…

Muchas personas a quienes he creído con verdadera entereza de carácter y extraordinario dominio de sí mismas; me han preguntado con profunda consternación en determinadas circunstancias: «¿Cómo haré para librarme de esto o aquello? ¿Qué camino tomaré?»

Si buscas algo que te guíe, si quieres una voz amiga y anhelas un brazo fuerte que te sostenga en la marcha; acude a tu propia conciencia. Ella es la voz misteriosa, capaz de darte el verdadero consejo que necesitas en tan difíciles momentos.

Pero, si cierras los oídos a esa vibración sobrenatural que viene de adentro, tu paso será siempre débil y seguirás dando tumbos por los zarzales de la vida.

Cuando vaciles, no te precipites al primer consejo ni retrocedas un paso, ¡párate un momento a escuchar la voz amiga, que si aún no se ha contaminado con el odio de tu corazón y las amarguras de tu existencia; saldrá pura, clara y fresca, a poblar de luz la ofuscada tiniebla de tu mente!

Los Dos Caminos

Solo hay dos caminos en la vida: Bien y Mal. No tienes porque atormentarte pensando en la desgracia y el dolor; porque nadie te empuja hacia éste o aquél lado de la senda. Solo tú, eres el dueño de tu destino y responsable de tu fracaso.

La oportunidad está delante de ti en cada minuto de, hora y día. En todo cuanto emprendas, encontrarás que l senda se bifurca en bien y mal, noche y día, felicidad o desgracia.

Nadie te engaña ni dice: «¡Toma de esta agua que es dulce y quita la sed!» Y el agua que era impura, te amargó los labios e hizo blasfemar: «estaba escrito». Solo los musulmanes en su obscura tradición, se inclinan ante la fatalidad y la aceptan como algo irremediable.

Nadie dice a la rosa: envío una fuerte racha para que destroce tus pétalos; ni las arenas del mar al niño; rompe el cristal del agua para que bajes a jugar conmigo; ni una voz misteriosa al hombre que pasa: ¡mata para que se cumpla tu destino!

Si la ley de la evolución, – y la evolución solo cabe dentro del propio dominio o libre albedrío- entonces, no se deben aceptar tales designios como leyes escritas.

En la vida, hay dos caminos para que tú puedas elegir: ¡la sobra o la luz!

Cuando Tu Duermes…

Cuando tú duermes en la mullida espuma de tu lecho, mil estrellas descienden del espacio infinito para besar tu frente –y en tu sueño-, la realidad de lo incierto, te hace millonaria de astros temblorosos y distantes…

Cuando tú duermes, la lluvia menuda de la noche baja silenciosa hasta el jardín y despierta los capullos que adornarán tu pecho…

Cuando tú duermes, las arañas incansables de la noche, tejen soles de oro en tu ventana para que te sorprendas en la mañana inmensa que e envolverá con las gasas flotantes de su luz…

Cuando tú duermes, una ráfaga de aire penetra en la estancia y juega con tu blonda cabellera…

Mientras tú duermes, la luna grande en el cielo, alumbra los caminos de tu sueño y llena de visiones tu esperanza…

Mientras tú duermes en el suave y blanco lecho de tu estancia, un niño huérfano y hambriento, se acurruca temblando de frío en el zaguán de tu casa…

Mientras tú duermes… hay seres que lloran la orfandad de su destino y estrellas que caen para alumbrar tu camino…

Comparte Tu Alegría

Cuando regresaba del parque, ví una muchacha que radiante de felicidad, saludaba de una manera efusiva y amplia a todos los amigos que encontraba al paso. Su acento era una canción de primavera; y sus rubios rizos, flotaban sobre los hombros al compás de su marcha rápida y precisa.

La muchacha penetró en una tienda de modas, midióse varios sombreros y charló largo rato con las empleadas de la casa. Cuando salió con su paquete, encontró un mendigo en la puerta que le extendió el brazo. Casi me pareció que lo atropellaba con la alegría de su sombrero nuevo; cuando de pronto, advertí que se paraba dejando caer algo sobre la mano escuálida del mendigo. Después, la ví perderse en el tumulto de la gente que llenaba las avenidas claras y limpias.

Pocas personas comparten su alegría con los hambrientos del camino. Llevan las manos llenas y no son capaces de arrojar una semilla en el surco crispado de sed.

El mendigo ignorará siempre su nombre; pero jamás olvidará, que una mano de seda perfumada, dejo en las suyas el pan del día que alivió su jornada.

Los Buenos Días

¡Cuantos afanes en un solo día de tu existencia! ¡Cuánto temor y consternación por aquello de la noticia inesperada y el trágico suceso del chico que se fue de bruces fracturándose un brazo…!

Y recuerdas esto diciendo: «En tal día y tal fecha ocurrió este serio percance en mi casa…»

¡Pobre barro, que se lamenta cuando los batracios mueven el pantano; pero jamás se estremece de alegría cuando desciende y lo besa una estrella! Pocas personas dicen: » El día más feliz de mi vida fué éste o aquél porque hube de realizar táles o cuáles cosas…»
Muchas personas anotan en una libreta que siempre conservan en lugar de preferencia, la fecha de nacimientos de sus hijos; pero si muere uno de ellos, no lo anotan porque tienen la seguridad de recordarlo siempre… siempre…

Aprende a recordar tus días buenos sin necesidad de acudir a tu diario o memorias. Y cuando sobrevenga algún percance doloroso, piensa en tus días de felicidad y dicha; e inmediatamente, tu angustia desaparecerá; porque en la vida, las proporciones mayores vencen a las menores.

Nunca digas como en cierta ocasión que un ciego se lamentó: «Jamás he sido feliz un solo día en mi vida porque nací ciego». Pues a su lado, un hombre que moral y físicamente padecía mucho se apresuró a responder: «Además de ciego, yo quisiera ser sordo e insensible como una piedra para librarme de este dolor que me devora por dentro».

Enumera tus días felices, porque todo grato recuerdo, es ya una prolongación de felicidad.

Palabras del Ritmo Interno

Alguien se anuncia a tu puerta. No vaciles ni digas cavilando: «¿Será la quimera?» ¿Por qué no piensas? «¿Será la primavera?»

***

Clásico o Poeta, Profeta o Vidente; hay un ritmo interno en cada ser pensante que puebla el mundo. Enseña tú esa música para que la humanidad no perezca ni se deje arrastrar por los bélicos sones de la guerra.

***

¿Dónde está, -dices- la esperanza que me acompañaba? Yo te respondería: Entonces, ¿tienes muerta el alma para negar toda posibilidad de reconquista?

***

En clase de filosofía o problemas metafísicos, ¿ha logrado tu maestro una certera visión para demostrarte lo que es el Alma? ¡Esencia, fluido, chispa, éter, todo y nada…! ¿Bastaría acaso la mejor explicación del mundo si persistes en decir que nunca la has sentido?

***

¿Qué harías tú si las cosas tardaran de tal manera que nunca llegaras a poseerlas? Adivino tu respuesta; pero yo te diría: ¡Sigue deseándolas!

***

Con frecuencia escucho decir: «Voy al cine, a la playa, al campo, etc.» Pero jamás solemos decir: iré al encuentro de mi propio Yo.

La primavera

«Cuando llegue la Primavera…» decían los campesinos, mirando desde las puertas de sus ranchos, la extensión calcitrante de la tierra reseca. Y yo, visionaria y niña aún, soñaba que la Primavera era una reina de carne y hueso; ataviada de gasas y lirios, con una diadema rutilante sobre la rubia cascada de sus rizos. Y pensaba que llegaría con su varita mágica, reverdeciendo los campos y regando violetas a su paso.

En las mañanas blancas y luminosas, yo la esperaba sobre un tronco rugoso del camino, e interrogaba al viento que pasaba: ¿vendrá por este o aquel sendero? Y vanamente oteaba el horizonte y buscaba sus huellas perfumadas por todos los recodos el camino.

¡Oh, Primavera! ¿Cómo será la Primavera?

-Es la hija más hermosa del tiempo- respondióme una vez el hortelano.

Y el tiempo manso y lento, matizó de capullos la pradera. Doráronse los frutos y hubo frescor y aroma en las laderas; pero yo, la soñaba tan humana, que un día enrumbé mis pasos hacia el punto más alto de la tierra en pos de la anhelada Primavera. Más allá del valle y la hondonada estaba la meseta solitaria; y más lejos aún, sobre un tajo saliente del cerro milenario, el rancho abandonado y semiderruido ofrecióle refugio a mi cansancio.

En la parte superior de la puerta, y ya casi apagado por el tiempo leíase este nombre: «La Quimera». Cuando mis ojos descifraron el enigma, parecióme despertar de un sueño amargo y sombrío. Un sol radiante y nuevo ardía en mis venas; miré en torno del rancho, y el paraje solitario y triste sin una flor ni un nido, se me antojaba un desierto donde no flotase ni un hálito de vida.

Entonces, desde el picacho helado de la cumbre miré hacia atrás. El campo verde me llamaba: rosas, campánulas, lirios, y violetas adornaban el paisaje y embriagaban el ambiente. Naturaleza toda sonreía; y yo, hechizada y sensitiva ante el regio conjunto de la vida, descendí de la cima a la pradera para estrechar en mis brazos a la dulce Primavera.

¡Ah, ésta es! –me dije- formando un búcaro con las flores azules del camino. En mis manos quedó para siempre un perfume grato y fresco que iluminará mi existencia. Y desde entonces, cada vez que contemplo una simple y menuda florecilla a la orilla del camino, me repito radiante de esperanza: ¡Ah, ésta es la Primavera, mi dulce Primavera!

La Guerra

¿Todavía los hombres se odian? Se odian y se matan como chacales hambrientos. ¡Qué conmoción tan honda sufre la humanidad cuando la ambición ilímite destierra la piedad y el amor del corazón de los hombres, y los lanza a una lucha sangrienta de hermanos contra hermanos!

Juan era feliz y vivía con su madre y hermanas en una casita que era todo primor y encanto. El era joven, sano y fuerte como un torbellino de esperanza. Poseía una franja de tierra a la cual mimaba con sus canciones mañaneras y llenas de sol.
Juan soñaba con la dicha de la humanidad entera cuando las flores de su jardín decíanle en plática de amor:

-Fíjate en nuestro destino: perfumamos el ambiente porque somos esencia y belleza de la vida. Después nuestros pétalos rodarán de aquí para allá al impulso del viento para constituir la vida de otras plantas. Somos parte de todos los jardines y esencia de todas las esencias.

Y Juan, interpretando a cabalidad el sentido de este evangelio agreste, solía responder a las flores:
-Yo también multiplicaré la esencia de mi espíritu y esta tierra será pan de hambrientos cuando doren los frutos…

Pasó el tiempo…
Un día sonó el clarín de guerra y Juan se agazapó contra la empalizada de su jardín para librarse del atropello; pero los hombres armados de fusiles se lo llevaron en nombre de la Ley.

Allá en el horizonte se levantaba una densa cortina de humo rojizo. Las ametralladoras funcionaban sin cesar en el ambiente convulso y trágico del campo de batalla; los aparatos de bombardeo cruzaban rápidos y violentos el cielo impasible y terso. Los hombres caían fulminados como hormigas y era un solo clamor la tierra hirviente.
Y en medio de estos horrores, Juan luchaba como una fiera destrozando pechos, atropellando niños e incendiando hogares.

Ahora presenciamos el regreso.

Aún hay sangre y lodo en la piel tostada de los hombres que vienen maltrechos de esperanza; pero ¡oh, destino! Juan encontró la casa vacía; y entonces, un desgarramiento fatal se apoderó de su alma, gritando con toda la fuerza de su esperanza herida, al tiempo que agarraba algo que brillaba en su pecho:

-¡Esto es el pago de tantas y tantas vidas, y dicen que la vida no tiene precio!
Y riendo y llorando como un endemoniado, arrancó las medallas de su pecho y las arrojó al suelo. Después, trataba de herir a los que pasaban con pedazos de hojalata, piedras y trozos de madera…

De nuevo intervino la ley, asegurando las puertas con soportes de hierro para que sirviese de manicomio su propia casa.

Yo he pasado muchas veces cerca, y cuando le grito desde el camino:
-¡Adiós Juan! El inclina la cabeza, llora por un momento y después rompe a reír estrepitosamente.

La Fuerza Oculta

¿Sabes que además de todas las fuerzas, hay una fuerza mayor que vive oculta dentro de ti?

Pero, ¿sabes a la puerta que has de llamar para encontrar esa fuerza…?

Yo no podría revelarte el secreto, porque fue algo creado exclusivamente para ti.

Yo no podría decirte: ¡esta es la puerta! Porque hay almas cuya puerta de hierro es impenetrable a todas las llamadas del mundo.

Otras puertas son tan frágiles, que una leve ráfaga las quebraría.

Almas hay, de puertas tan estrechas, que una hormiguita con su diminuto tamaño, no las pasaría nunca.

Busca tu mismo el camino, no esperes que un extraño trate de conducirte a tu propia morada, porque estarías perdido irremediablemente.

Ya seas ciego y sordo como una estatua de bronce, busca ese tesoro oculto con tus propias manos; pues tú mismo encontrarás el camino que conduce a esa divina puerta, donde está oculta la fuerza mayor que tú y solo tú, puedes y deberás buscar.

La Montaña Imprevista

¡Qué magnífico espectáculo! Cuando contemplamos una montaña inmensa. Creo que nuestros ojos no podrán admirar nada más majestuoso en la vida. Pero si tuviése que pasar esa gran montaña, ¡qué reacción tan fuerte sufriría nuestro espíritu! Entonces, la desearíamos pequeñita, sin guijarros ni ráfagas heladas.

El sol pasa todos los días en su punto más alto y sin detenerse jamás. El día de mañana es también una montaña pequeñita que pasaremos en un puñado de horas luminosas. Jamás hemos dejado de pasarla un solo día; pero con frecuencia nos detenemos en el árbol más frondoso, sorbemos de la fuente más clara y alargamos el brazo hacia la fruta madura. Sin embargo, sentimos una brusca turbación en el alma cuando el alba descorre su cortina de topacio y nos alumbra el día. Y pensamos con pasmosa indolencia: ¡quién hace esto o aquello, qué ruda la vida y estrecho el camino!

Piensa ahora, si el agua fuese amarga, el pan duro y la fruta ácida, ¿hubieras pasado una sola vez en tu vida esa imprevista montaña que se llama día?

Calza tus ligeras sandalias, baña tu alma en la gracia de la aurora y emprende la marcha hacia la meta azul de la montaña. Y cuando arribes a la orilla del nocturno puerto, di como el sol que siempre la cruza: mi verdadera tarea empezará mañana; porque hoy pase la montaña imprevista tan confiado y alegre, que fue un sueño mi viaje del oriente hasta el occidente de la tierra.

La Puerta Abierta

Abre de par en par las puertas de tu casa. El mendigo que recorre la calle en demanda de pan, llegará a tu puerta con plena confianza. El niño que pase, volverá su inquieta cabecita y sus azules ojos hacia el interior de tu casa. El sol y la brisa, entrarán iluminando y perfumando todo. Y cada día, un visitante inesperado llegará a tu puerta y se llevará o te dejará algo para engrandecer tu existencia.

Si alguien tuviese sed y marchase fatigado en pos de agua; sin duda, llegaría a la última casa si esta fuese la única que permanece abierta. Los presidios y los manicomios están siempre cerrados. En las casas cerradas, parece que se retiene algo o se niega la entrada a alguien. La felicidad jamás toca la puerta ni llama a grandes voces. Llega donde la esperan y donde hay confianza plena. Entra sin llamar ni saltar tapias; y con mucho sigilo, acaricia los niños y despierta los botones en los rosales.

Si en tu lugar se incuban las sombras; se entumecen los cuerpos y se mustian las rosas porque tu puerta permanece cerrada; entonces, no esperes nada de la vida, ya que el ensueño, la felicidad y el amor, son dones maravillosos que no llaman ni esperan para entrar.

Abre tu puerta, para que todo aquel que la mire sin ir a pedir ni a darte algo, diga siquiera al pasar: ¡Aquí vive la Esperanza!

No Busques Más Allá…

¿Por qué pierdes el tiempo y torturas tu mente tratando de pasar los límites de tus propias posibilidades…?

Entre los deseos y las realizaciones no existe ninguna muralla que te impida pasar; sin embargo, un hilo invisible corta tu paso y no sabes por qué. Entonces, maldices e increpas contra el destino, como si éste fuese algo que no puedes evadir. Caes impotente y te quedas allí limitado por las circunstancias; y si no resultase así, ¿cómo podrías saber de amarguras, deseos y esperanzas…?

La vida nos parecería un sueño y las cosas fútiles e irreales si todo nos llegara al primer esfuerzo mental. Y he aquí, que la gran satisfacción de haber llegado a la meta, se presenta en proporción a las heridas recibidas en el camino de la lucha.

¿Cuál sentirá más sed, el que llega por la sabana abierta sin refugio de sombra y azotado por el viento mordiente del mismo día; o el que se demoró bajo los árboles del camino y escucho el trino del pájaro que vuela entre la fronda? Ahora, preguntad a los dos:

-¿Cuál de estas dos aguas será más clara y dulce siendo del mismo manantial?

En el Universo todas las cosas se compensan de una manera u otra. Los ciegos somos nosotros, que pretendemos ir más allá cuando debemos detenernos; y nos quedamos rezagados cuando hay una sabana ríspida y ardiente que atravesar. Por ello, no maldigas ni increpes contra el Destino; tú mismo eres el camino y algún día tendrás que llegar.

Historias a la Orilla del Remanso

I
Carmen Lucía, estaba alegre y cantarina enjuagando la ropa de su nene. De pronto, sacó las manos del agua y se las llevó a los ojos para secarse las lágrimas. Extrañando tal actitud, le pregunte la causa de tan inesperado llanto.

-Es triste –me dijo-, el destino de ese pequeño ser que me alienta y llena de esperanza. Nació inválido ¿sabes? Va para cinco años y jamás ha dado un paso para alcanzar un dulce. Lleno de tristeza, mira saltar y correr a los otros chicos alrededor de la casa. Nunca se han burlado de él; pero si vieras tú cómo permanece callado y solo en un rincón de la pieza.

-¿Y por qué cantabas? –Le pregunté cuando advertí que las lágrimas de nuevo afluían a sus ojos-.

-¡Ah, porque es mi única esperanza y alivio en este mundo! No tengo a nadie más que viva ligado a mi existencia. El no camina. Vive como un árbol o una piedra, pegado siempre al mismo pedazo de tierra; pero sé; que alguien me espera cuando regreso del remanso, tornando su tristeza en alegría cuando me ve llegar.

Y sacando la ropita blanca del agua, la abrió sobre unas piedras grises y luego partió, hacía donde aguardaba su esperanza como un punto débil de su propia vida.

El viento de la mañana pasó sobre el remanso, estremeciendo la fronda y despeinando los pinos. Las huellas de las lavanderas volvieron a cubrirse con la arena dorada que volaba de un lugar a otro; y las hojitas verdes de los bejucos tiernos, se doblaron lentamente hasta tocar las aguas que se mezclaron esa mañana con las lágrimas de Carmen Lucía.

II
Elena, ¿cuántas docenas de piezas lavas en la semana?

-¡Jesús! Señorita, estas manos que Ud. ve, las tengo y desechas de tanta enjabonadura, que hasta el alma me sube la lavaza prieta y agria como el mismo dolor.

-Elena, tú hablas cosas muy bonitas e interesantes. Si esa lavaza en vez de fregarte el corazón te puliera la inteligencia, entonces…

-Entonces… ya lo creo, señorita. Ud. viene a distraerme en este remanso y no ve más que las burbujitas que hace la espuma al correr el agua, cuando todas las penas se arremolinan en el alma.

-Dudo que tu alma abra sus puertas al dolor; porque tú eres de esas personas que cantan con el agua la canción leve y blanca de la espuma.

-¡Vaya! Que al fin anda muy cerquita de esas cosas del corazón, que unas veces son turbias y otras veces claras como el agua. La verdad fue que, una tarde cálida y llena de alas, yo abandoné ese mismito lugar con la esperanza de verlo regresar después de tanto tiempo de ausencia y olvido. Yo me decía mientras cruzaba el sendero: todas las aves tienen nido y él volverá porque lo espero. Este pensamiento me consolaba en la soledad del camino. Y adornando mi cabello con las florecitas azules que encontraba al paso, llegue cantando a mi casa. ¡Ni para qué contarle mi entusiasmo, señorita! Sólo le diré que esperé y esperé en vano todo el tiempo. Sin embargo, siempre lo espero como si nunca hubiese partido. Ahora, ya lo demás lo sabe, ¿verdad?

-Comprendo, Elena; la prieta lavaza de una esperanza absurda anega tu corazón. Despliega las alas de tus sueños porque la sombra anuncia la luz, y ¿sabes cuáles son las aves que entonan con más armonía las notas de sus trinos? ¡Son las aves que no tiene nido! ¡Las que esperan como tú, a la lumbre misteriosa del camino!

III
Lindo traje, ¿verdad? ¿no sientes verdaderos deseos de tener sobre tu piel la suavidad de tantos encajes níveos y vaporosos como las alas de los arcángeles?

-No, Carlina –respondió la interrogada-. Yo fuí una vez muy considerada y verdaderamente solicitada en los centros sociales, lo que no dejaba de costarme algunos sacrificios de orden material o monetario. Y a propósito, te lo contaré todo para que veas si hay sinceridad en mi respuesta. Pues bien, en el baile de esa noche, lucía y un traje como éste: alegre, diáfano, y brillante como un tul enjoyado de luceros. Manos ágiles y expertas, habían confeccionado detalle a detalle el precioso modelo que tanta admiración y asombro causó en la selecta concurrencia. Cuando yo desfilé, en franca disputa por obtener el premio al mejor traje de baile; él, constituido en miembro del jurado, alargó hasta mí, el búcaro fragante de rosas recién cortadas, declarando ante la concurrencia, que era yo la dama mejor ataviada de la fiesta.

Lo confieso, un gran rubor coloreó mis mejillas y estremeció mis manos. Ya lo comprenderás, toda la noche fue mi pareja de baile y yo la insubstituible triunfadora, triunfadora del corazón, ¿entiendes?

Con joyas de fantasía y artículos importados, yo alardeaba de holgada posición monetaria; aunque tuviese que caer en manos de prestamistas y usureros. Un día nos casamos y fuimos felices al principio. Como él era apuesto y fuerte, todas las amigas se estrecharon en torno nuestro y nos daban pic-nic y fiestas lujosamente preparadas en la orilla del mar o los campos. Y cuando él, convencido ya de mi inestable posición social me abandonó, todos me abandonaron también…

Ya ves, ¿no me hubiese convenido más esa noche llevar sobre mi cuerpo el humilde traje de una aldeana? Ahora, ya no dudarás de la sinceridad de mis palabras; pues he llegado al triste estado de tener que lavar ricos y bellos trajes de acomodadas señoritas para poder cubrir mis propias necesidades. Decía esto, exprimiendo con extraordinario cuidado, los finos y blancos encajes del vestido; mientras que el sol, allá en el horizonte, seguía el rumbo cierto de su carrera ascendente.

IV
-Nunca has llegado tan temprano como hoy. A ver, ¡cuéntame! Pues tengo la seguridad de que algo inesperado está sucediendo en tu casa.

-Pues sí, la señora dio a luz un hermoso niño esta madrugada, y he venido a toda prisa a lavar estas piezas.

-Y ¿qué harán con el niño que levantaron de chico; le seguirán queriendo con el mismo cuidado y cariño?

-La señora había peleado varias veces con su esposo antes de encerrarse en su cuarto; pues ella dice que su hijo será muy feliz, porque antes de nacer, ya su estrella le había deparado un pequeño servidor para que le cuide, limpie y entretenga.

-¿Y el señor que dice?

-Que no debe considerar las cosas así; pues a pesar de ser un niño recogido en un Asilo, debe considerarlo como hermano mayor que lo guíe y acompañe en todas sus andanzas por la vida.

-¿Y cuál de las dos opiniones crees que dominará?

-Es triste ver cómo la señora manda y regaña al pequeño niño huérfano cuando su esposo está fuera del hogar.

-¿Y tú qué piensas de todo lo que pasa?

-¡Líbreme Dios! ¿Una triste sirvienta como yo pensar algo? Pues sabe Ud., yo no he pensado nada; pero sí tengo el propósito de hacer algo. Por eso he venido muy temprano, ya que después de arreglada la ropa se la llevaré a la señora y me iré con el niño a otra parte; y no quiero que llegue el momento de escuchar que le digan delante de rosado chiquitín: «Este es el rey de la casa, y debes obedecerle hasta en sus fútiles deseos. Cuando su mano caiga sobre tu cuerpo, recuerda que eres un agregado en esta casa y tienes que aguantar como cualquier hijo de vecina.

-Me dijiste que no pensabas nada.

-No lo pienso; pero si lo haré tal como se lo estoy diciendo, y por eso me despido de una vez, rogándole que guarde el secreto.

V
-Hace tiempo que no venía Ud. por estos lados, señora Inés. ¿Estaba tal vez en la ciudad?

-¡No, mi hijita! Estaba dispuesta a dejarme morir de abandono en medio de mi propio infortunio.

-Y ¿habrá un dolor tan grande que la empuje a tales extremos en la vida?

-¡Oh! Si estuvieras en mi caso, quién sabe cómo pensarías; pues hace unos meses que mi hijo fue arrebatado por la corriente impetuosa de los vicios; y estas manos arrugadas y torpes, ya no saben ni dónde encontrarlo para hecharle la bendición y ampararlo. Llega todos los días ebrio y sale como un loco de la casa a continuar su cadena de horrores en el prostíbulo o casa de jugadas clandestinas.
Antes solía decirme: «Apúrate con el flux, viejita; mira que tengo una cita con la muchacha más linda de este lugar». Y aquí, como tantas veces tú me has visto, yo he lavado con gran esmero su ropa, pensando en lo apuesto que se vería con todo bien lavado de su viejita.
Hoy no hace eso, y se enfurruña conmigo cada vez que le pregunto por la ropa que le he de arreglar; porque ya y que no es un patiquín para andar siempre como un cigarrillo de blanco y estirado. Además, todas sus mejores prendas de vestir las ha vendido a precios irrisorios para dejar esas monedas en las casas de prostitución.

Ahora, ¿dime, cómo habré de consolarme de este dolor?

-No piense Ud. en cosas irremediables, amiga mía –le dije con el alma llena de compasión-, todo tiene su término en este mundo lleno de abrojos. Consuélese pensando en las muchas veces que sus manos extenuadas y bienhechoras, lo encontraron limpio para bendecirlo y ampararlo. No sume su dolor y desesperación al extravío de su hijo; pues en vez de una vida, serán do las que se verán arrastradas por la tempestuosa corriente de la desgracia y el dolor.

Salga Ud. de nuevo para que vuelva a ser lo que antes era; pues en esta salida, ha ganado el oxigeno puro y vivificante de la mañana y mi modesta contribución de esperanza por la vuelta del hijo pródigo al hogar triste y sin luz.

Al día siguiente volvió con la ropa al remanso; pero esta vez, advertí en sus ojos, una chispa luminosa y clara que hacía pensar de la fe en su hijo hacia el camino de la regeneración.

VI
-Graciela, ¿cómo es posible que tú marchites así esas lindas manos; dignas acaso, de llevar finas joyas y guantes exquisitamente perfumados?

-Ya ve, señorita; estas lindas manos como Ud. dice, han nacido para mendigar el pan de puerta en puerta. Bueno, me explicaré mejor: no han nacido para eso; pero, en merecimiento de lo que han hecho –si es que existe la justicia divina-, debían sangrar dolorosamente como las manos de un leproso.

-Tus palabras envuelven un misterio, y no sé a qué atribuyes la desgracia de tu existencia.

-¡Manos como para llevar joyas!, ¿verdad? –y diciendo esto-, levantó del agua cristalina y mansa, las dos manos finas y perfectas, que parecían níveas palomas en actitud de vuelo.

-¡Joyas y guantes…! –repitió- e inmediatamente, como presa de un repentino ataque de locura, las llevó a su boca mordiéndolas desesperadamente hasta hacerlas sangrar.

Trabajo me costó serenarla y lograr que olvidara tan inesperada reacción de su tragedia oculta.

Después nos vimos muchas veces. Jamás llegó a revelarme nada, y cuando solíamos encontrarnos frente a frente; un denso velo de infinito silencio, parecía cubrir la perfecta forma de sus manos liliales.

VII
-La jornada de hoy debe haber sido muy larga María Luisa; porque a pesar del viento fresco y puro de la mañana, advierto en tu rostro huellas de un profundo y largo quebranto. El cansancio de tu voz y lasitud de tus brazos, traducen todo el rigor del áspero camino.

-Quizás, no será la jornada del camino peñascoso y rudo. Los desvelos de tantas noches largas, han trenzado en mi alma la red tormentosa de la desesperanza y la duda. Un hilo tibio y salobre, corre sin cesar por mis mejillas cada vez que comparo mi triste situación de estos momentos con los años cortos y dichosos que pasamos en la ciudad.

-No veo necesidad la necesidad de establecer comparaciones para llegar a conclusiones tan fatales y dolorosas. Y creo que tu mejor medicina será salir todas las mañanas a recorrer las cabañas de los pastores y departir con ellos, ese residuo de esperanza que nos reserva la vida en un rincón oculto del camino.

-¡No, no es eso lo que quiero! Necesito quedar ciega e insensible como las piedras para no sentir el dolor que repica en mi corazón.

-Eres la antítesis de la razón y la justicia. Todos quieren la luz y tú la sombra. Todos la amplitud sensitiva de la vida para poder extenderse hacia el gran todo, y tú deseas ser un vago jirón de tinieblas para perderte en la nada. ¿Es que no esperas nada de la vida?

-¡No, no espero nada! Vinimos a este pueblo para ocultar nuestra miseria. Pero un mal día, se apagó la lumbre y no hubo ya pan ni agua en el hogar. Era preciso que mis hijos buscaran otro destino para no morirse e hambre entre las cuatro paredes de la casa; y no sé si los dos, cobardes ante la miseria, han tomado la senda sin regreso…

-¿Y tú también vienes con ese propósito a este remanso? –le pregunté- cuando advertí que buscaba con la mirada aquella parte lejana y ancha, donde se desbordaban tempestuosamente las aguas bullangueras y cristalinas.

-No, en este momento puedo decirte que no. Si tuviera un cántaro, llevaría un poco de agua para mitigar la sed de ellos cuando regresen, ya que me has hecho creer que regresarán algún día.

-María Luisa, ¿conoces la historia de la fuente de Jacob cuando Jesús pidió agua a la Samaritana?

-No. –me respondió-. Y cuando hube concluido el relato, regresó con el alma desbordada de esperanza, creyendo –tal vez- que aún hay aguas milagrosas que curan las heridas de la vida.

La Vida Es Sueño

Un notable poeta dijo: «la vida es sueño»; y díjolo, tal vez, por la verdad de esta frase que encierra todo el encanto de una parábola romántica y divina.

Muchos dicen que no se puede ni se debe ser iluso en medio de la aspereza y el desconcierto de la vida; y agregan, que para orientar nuestra existencia, hay que tomar por norma la realidad y distinguir lo falso como falso.

Esos seres que tienen el pensamiento en el estómago, jamás se elevarán un milímetro de la tierra que pisan, ya que la región del ensueño les está vedada por la crudeza de sus pasos.

Y dicen los que no saben del oculto paraíso: «Soñando no se puede llegar a las estrellas, ni se alcanzará nada que no sea ficticio y vano».

Los que así piensan, llevan en el alma un pesado lastre de piedra, que no les permite remontarse a las regiones del ensueño. Y viven detrás de un muro punzante y frío, mordiendo la aspereza de su propio destierro.

La vida es sueño, y el sueño nos impulsa hacia lo noble y lo bello. ¿Quién no se ha sentido feliz, soñando con encajes de espuma y riberas de lotos? ¿Quién no ha pensado en los paisajes luminosos de las ciudades distantes? ¿Quién no se ha transportado hacia el país glorioso y lejano, cuya epopeya amamos desde el colegio cuando engalanamos nuestro álbum con vistas de plazas, jardines y hombres célebres?

¡Idealizar, soñar y transportarse, es ya, amar la vida con el perfecto sentido de las cosas divinas!

Idealizarlo todo, transformarlo todo, sentirlo todo, es percibir total y profundamente, la fuerza anímica que integra la evolución del Cosmos. Los seres que no sueñan, viven como Prometeo, atados a la roca brava y áspera del humano vivir; porque para ellos, la tierra es una vasta extensión de granito que les desgarra las plantas. El hombre u no sueña, jamás contemplará el horizonte y las estrellas, porque vive a ras del suelo como los pobres gusanos de la tierra.

¿No fue un sueño la «República Ideal» de Platón? ¿No soñó Jesús que su doctrina de amor y esperanza uniría a todos los hombres de la tierra? ¿No soñó Colón que la ruta azul del océano era el camino de un nuevo destino para el mundo? Y todos los maravillosos inventos de la ciencia, ¿no han sido primero un sueño en la mente del hombre?
Si has soñado alguna vez, ¡alégrate! porque un poder oculto te ha revelado la senda del ideal perfecto.

Un hombre de acento profético y alma inmensa, soñó un día con la libertad de los pueblos oprimidos; y entonces, desde el Monte Aventino hasta San Pedro Alejandrino, hizo de sus sueños la realidad más grandiosa de la historia.

…Y una tarde, en el páramo desierto de su agonía, plasmó en el corazón de todos la última esperanza de su sueño al decirles, que enterraba su corazón para que se consolidara la unión en los pueblos que libertó su espada. ¡Sublime ensueño: sacrificarlo todo por la visión de una patria libre, unida y fuerte!

¡Sueño inmenso y glorioso el de Bolívar!

La Música

Dice Thoreau: «podría, según pienso, escribir un poema que titularía: Concordia. Y serían sus capítulos: el Río, los Bosques, los Lagos, las Colinas, los Campos, las Lagunas y las Praderas…»

¿No os parece que cada uno de estos capítulos evoca un ritmo en tono suave, ya dulce, ora infinito y recóndito, que se adentra en el alma y la llena de armonía?

Yo os diría: con silencio y más silencio podría lograrse las notas inauditas que atraviesan las capas fluídicas del Universo, para sumergir nuestro sensorio-luz, en un éxtasis de profundo arrobamiento.

Los colores, ¿quién diría que los colores emiten sonidos armoniosos y extraños? Pues bien, los emiten en forma tan sutil y vaga, que bastaría contemplar –en divino trance de percepción anímica- el verde delirante de la montaña enhiesta para sentir la música celeste de la altura.

El viento, el arroyo y las olas plañideras, dan música a los senderos del ensueño. Ensueño: divina escala para traspasar los límites de lo burdo y material.

¡Alma, tú también eres música! Pliega tus alas hacia el sideral encuentro. ¡Alma, tu vuelo silencioso, será un oasis de ternura! ¡Alma, prepárate para el encuentro con la gran armonía de la Muerte!

Límite

Es muy lamentable, que todo en la vida tenga un fin, límite, o destino; a pesar de que ese límite implique o reste un beneficio a la colectividad.

Fuera de nuestra percepción objetiva, ¿existen o no el tiempo y el espacio? Necesariamente, el hombre ha tenido que limitar todo lo concerniente a su existencia para ordenar su vida conforme a las circunstancias de su medio.

Yo hubiera querido prolongar esta obra a todo lo largo de mi existencia; pero el tiempo no se debe a un solo fin, y el espacio –por razones de orden económico-, es limitado para llenar de motivos todos los claros de la vida.

He olvidado la arista, el gusano, la nube, el granito de arena, etc. Pero alguien vendrá después a concluir mi tarea; por eso, no diré que ésta es la última página. En la humanidad, continuamente y hasta con precisión matemática, los hechos y las cosas se repiten de una manera u otra. Por ello, precisa el encadenamiento de todas las fuerzas o mentes que hoy, mañana y después, seguirán abriendo e iluminando el sendero para el nuevo destino de la humanidad.

Viento Ebrio

Filed under: Viento Ebrio — by rosavirginiamartinez @ 12:15 am

Viento Ebrio fué el segundo libro producido por la poetisa venezolana Rosa Virginia Martínez (1915-1983). Fue publicado por la Editorial Arte de Barranquilla en Colombia, en 1952. Con su aparición se consolidó definitivamente su condición de fina escritora y digna representante del grupo de mujeres que luchaban por ocupar su puesto, dentro de un mundo de hombres que se resistía a la presencia y permanencia de las féminas en sus áreas de desarrollo. Rosa Virginia Martínez luchó y se ganó ese puesto con merecidas y sobradas razones: Su amor por la literatura, su delicada producción de poesía, prosa, cuentos y teatro infantil; y por sus luchas sociales por los más débiles.

Canciones de América

América

América:
qué nombre tan dulce quiebran tus cristales,
qué esencia tan pura vierten tus rosales.
!Qué dicha!
tu raza de bronce dicen que es de locos,
porque paso a paso,
tu millar de pueblos
se irán confundiendo en un largo abrazo.
Mañana, -en tu día-
o cuando amanezca;
desde mis llanuras, montañas y ríos
hasta el Chimborazo do soñó el Vidente,
un viento de triunfo pasará sembrando
la nueva simiente…
la nueva simiente,
en todos los surcos de la tierra ardiente.

América:
yo te quiero en el jugo de la fruta bermeja;
en el cielo, en la brisa,
y en la luz de tu sol.
Yo te amo en el indio
de linaje altanero,
que al impulso de un nuevo derrotero
se fundió de otra raza
en el vivo crisol.

Yo te amo en el grito
de tus mares salvajes;
en la curva empinada
de tus verdes montañas;
en los rojos celajes,
en el cardo,
en las flores;
y en toda la gigante voluntad de granito
que hiciera de tus hombres dioses-libertadores.

Yo te amo en el ruego bendito de las madres
por los hijos que marchan en pos de la victoria;
los mismos que mañana te ceñirán de gloria
!Oh, colosal abrazo:
pueblo a pueblo
en un lazo,
cual una fortaleza
de UNIDAD y de PAZ!

Montañas

Mis montañas caminan hacia un fin muy remoto;
en sus flancos se enreda la caricia del viento,
de sus ojos profundos se derraman mil ríos
que rubrican la tierra de mi América inmensa:
inmensa por la gracia de ser rubia y morena,
inmensa por la doble ternura de su fuerza.

Mis montañas se elevan hacia un vasto horizonte.
Conquistadores nuevos de todas las alturas,
los hombres de mi raza socavaran los montes;
sobre las piedras bravas dejaran sangre viva,
y subiendo y subiendo conquistaran la aurora
de esta tierra que sueña bajo un cielo radiante.

!Despiértate mi América! Agita tus dos alas
que el mundo necesita la claridad de un vuelo.
!Levántate, mi América, que el mundo marcha herido
por la pendiente obscura y trágica del duelo!
!Oh, tierra generosa,
magnifica y lozana;
extiende tus dos brazos al Viejo Continente,
y aplica con ternura en su costado ardiente,
el bálsamo purísimo de tu celeste acento.

América:
tierra prieta de esperanzas,
tierra rubia de quimeras;
palpitante de asombros y frescas primaveras
un nuevo sol se alza
sobre la cima absorta de mis montañas vivas.

Mis montañas caminan hacia un vasto horizonte.
!Mis montañas de fuerza, mis montañas de sol!

Poemas del amor y la distancia

La Espera Inútil

!Cuán inútil empeño! Tu voz sonora y grata
enredaba en mi alma, madejas de ilusión;
pero yo no escuchaba la dulce serenata,
porque estaba dormido mi joven corazón.

Con ansiedad extraña se alargaron tus manos,
para estrechar las mías en un rapto de amor;
y llena de inquietudes, las oculte con vanos,
temblores de azucenas bajo la noche en flor!
Pasaron muchos soles de interminable espera,
rozaron veinte lunas la seda de mi sien;
y mientras esperabas las mieses de mi era,
tu voz agonizaba, prendida a mi desdén.

(Luz)

Yo me volví a tu rostro, pálido y apasionado,
y riendo locamente de los sueños errantes
que surcaban la bruma de tu pecho angustiado,
te hablé de cosas vanas, sutiles y distantes.

!De pronto, no sé porque me eché a correr! Acaso,
respondiendo al impulso de mi sangre impetuosa;
te abandoné en la senda abierta del ocaso,
en mitad de la tarde, profunda y luminosa.

!Qué alegre me sentía! El cristal de mi risa
rompió el silencio absurdo e todos los jardines.
Bebí en la fuente mansa que detuvo mi prisa,
y calmó mi tortura, sedienta de confines.

(Penumbra)

Después… absorta y grave regresaba al paraje,
con el alma profusa de un extraño fulgor;
pero tú ya no estabas en la paz del ramaje,
y se lleno mi alma de un extraño dolor!

(Sombra)

Ahora siento algo que exacerba mi vida,
algo que va llenando mi triste soledad;
es la huella profunda que dejo tu partida,
es la sombra que llega, que llega sin piedad.

Aunque tú nunca vuelvas y espere en vano,
yo seguiré soñando, trémula de ternura;
que vienes por la cima, o vienes por el llano,
a jugar con los rizos de mi melena obscura.

Aunque tú nunca vuelvas, al borde del camino
y seguiré esperando con el alma en pedazos;
hasta que al fin la eterna llamada del destino,
deje estremecimientos de noche entre mis brazos.

De noche cual ninguna que se irá por mis venas,
trepando lentamente hasta cubrir mis ojos;
y no te veré entonces, venir por las morenas,
laderas de mi tierra, a besar mis despojos!

Tú,
que en mí puedes la magia
de todos los prodigios,
¿hoy me pides flores?
¡Bésame las manos,
tendrás primaveras de capullos rojos
en mis blancas manos!

¿Me pides estrellas?
¡Bésame el cabello,
y en mi pelo negro como noche espesa
nacerán estrellas!

¿Hoy me pides mieles?
¡Bésame los labios:
te sabrán más dulces
que frutas maduras
y rubios panales!

Tú,
que en mí puedes la magia
de todos los prodigios.
¿Hoy me pides sueños?
Bésame los ojos,
y bajo el embrujo de la tarde incierta,
y el fragante asombro del rosal despierto,
te daré el más grande de todos los sueños
que acaso forjara la mente de Dios!

Algún día te irás

Sin soñarte jamás, sin esperarte,
sin presentir tu voz en el sendero,
te acercaste a mi alma ¡noble arquero!
Como las cosa buenas de la vida:
silencioso, radiante, dulce y leve,
hiciste en mí, evaporar la nieve.
Como la brisa que despierta el lago
como la inquieta luz de la mañana,
matizaste de ensueño mi fontana.
Eres más dulce que la caña,
eres más suave que la esencia ignota
de una soñada flor que nunca brota.
Como el viento y la luz, como la onda,
como todo azul que no responde,
algún día te irás sin decir dónde.
Porque si esperarlo tú has llegado,
así mismo presiento tu partida,
como las cosas buenas de la vida.
Sin preguntar ¿por qué…? ¡toda silencios!
te miraré perder tras el paisaje
como una nube que se va de viaje.

Una hojita

Si yo fuera una hojita,
me iría con el viento
por todos los caminos
que te vieron pasar.

Si yo fuera una hojita,
¡qué andariega sería!
Los niños en los parques
al verme gritarían:
«Mira qué hojita esa,
¡parece que va loca por llegar!»

Un día,
al encontrarte me posaré n tu pecho
y al verme pensarás:
-!Qué hojita tan brillante
en este gris otoño,
mañana será abono de algún árbol fecundo,
o polvo del camino
que arrastra el huracán!

Yo volveré a cantar
la canción vieja y triste,
que acibaró mis labios
cuando te vi partir:
¡Qué corazón tan duro
hay en tu pecho frío,
tal vez será de piedra
para ignorar que existe,
la primavera eterna
de mi profundo amor!

Regreso

Torna a mis brazos la brisa,
de tu risa marinero…!

¿Qué enredo de algas marinas
sembró tu voz en el puerto
de mi corazón abierto.

¡Estrellas locas de rumbo,
te clavaron mi destino
en el mástil de tu sueño!

¡Qué alegre fiesta!
En tu barco me trajiste:
sirena e piel rosada
y caracolas traviesas.

Marinero:
bebamos juntos la brisa,
en la copa de tu risa,
cálida de sol y sol.
Quiero embriagarme en tu puerto
para volver a cantar:
¡Marinero, marinero,
seré tu estrella y tu norte
en la tierra y en el mar.

Renuncia

¡Dios mío! que triste cosa has hecho tú conmigo:
darme tantas riquezas y un alma de mendigo.
¿Para qué estos caudales? si yo solo te imploro,
que me des de limosna una estrellita de oro.
Aquella que fulgura pobremente en tu cielo,
bastará, si me escuchas, para calmar mi anhelo.
Respondes que me has dado mil dones en la tierra;
¿Pero sabes, acaso, lo que mi pecho encierra?
¿Para qué estos manjares y este exquisito vino,
si el sol de la inclemencia se vierte en mi camino?
Ni el surtidor sonoro, ni la limpia cisterna,
apagarán mi sed… devoradora… eterna!
En vano yo mendigo de su boca distante
la frescura del beso que cubra mi semblante.
¿Para qué este derroche de encajes y de velos,
si el alma me la hiciste con jirones de anhelos?
Quiero vestir de harapos y renunciar ¡Dios mío!
si he de seguir por dentro, siendo sombra y vacío.

Aquella tarde

Al trémulo desgajo de la tarde
bajo la sombra azas de trepadoras;
te esperé vanamente muchas horas,
coqueta y fácil, en sensual alarde.

La tarde evaporó su veste lila.
En grave plenitud de ensueño trunco,
abandoné en la paz, discreto junco,
con requiebros de luz en la pupila.

Al regresar, mi bien… sobre la hierba,
vibró en la plenitud mi pena acerba
como flauta doliente en los senderos:

Y a lo lejos las notas pastoriles,
ahogáronse detrás de los rediles
bajo un cielo llorado de luceros.

Acerca tu boca

Hoy siento que todo
se arraiga en mi vida
el surco, la brisa,
la estrella
y la flor.
¡Hoy siento que todo huele
a primavera,
en esta mañana borracha de sol!

Hoy siento que vuelves.
escucho tus pasos
rondando en la grama de mi corazón.
Acerca tus manos,
acerca tu boca,
y troncha mis lirios
de fuego y pasión.

Acerca tus labios.
Tómame en la brisa
del regio paisaje.
Tómame en la rosa,
en el agua mansa,
en las dulces frutas
doradas de sol…!

¡Acerca tu boca:
quiero que me bebas
sorbo a sorbo, amado;
como el agua clara
de algún manantial!

Triste alegría

!Qué manera tan rara
de quererte:
es dicha y es dolor
esta ternura,
que duplica mi vida en llama
obscura!

No sé cómo has podido
vencer la gran muralla que hay en mí,
y transformarme en algo
que jamás presentí:
gajo de luna tierna,
corola pensativa,
alborada de ensueño en tu sendero,
leve espuma de mar de otro planeta,
desnudez y silencio de lucero!

Si estoy cerca de tí
me invade todo
un júbilo de estrellas temblorosas.
Si estoy lejos de tí,
siento en el alma
un florido desvelo de tristezas.

Cerca y lejos de tí:
mi sangre en rojo lento
se desata;
mi sangre en agonías
se matiza;
para volver ¡por tí! en ciega prisa,
a ser dicha y dolor;
sombra espesa y fulgor,
sonrisa y llanto,
por esa pena de quererte tanto…!

Raíz

¡Oh madre! que me diste tu sangre y tu ternura,
en el fresco remanso de tu fe nazarena:
¿Por qué soy tan distinta, y en mi psiquis obscura
no revienta una clara semilla de azucena?

Madre que eres agua y trigal, sonrisa y luna,
despertar de jazmines cuando en la tarde llueve:
¿por qué yo de tus ansias no me plasme en alguna,
y nada llevo en mí de tu existencia leve?

¡Oh, padre, padre mío! qué esfuerzo tan profundo
hiciste de tu carne y de tu sueño ardiente;
para dejarme todas las locuras del mundo,
en este ritmo inquieto que martilla mi frente.

Soy violenta y altiva como tú me querías,
soy salobre y desnuda como el grito del mar;
y todas estas cosas, que tú llamabas mías,
de tu sangre impetuosa las hube de heredar.

Por tí soy indomable como un potro salvaje,
a través de la vida si el paso alguien me cierra;
yo siento que me empuja con tremendo coraje,
tu corazón dormido, debajo de la tierra.

¡Oh, madre: cuán lejos de tu alma y de tu vida!
¡Padre: cuán cerca de la tuya, a pesar de la muerte!
Pero fue ayer no más, ¡ay, de amor estoy herida!
y al mirarme en sus ojos, sentí padre, perderte.

Me aprisionó la magia celeste de su arrullo,
y ahora soy un copo de ensueño y de quimera;
más dócil que la seda, más tierno que el capullo
que lleva en sus entrañas la fresca primavera.

Padre mío: ¡Qué lejos de tu huella y tu destino!
Madre mía: hoy que estás en mi ser, múltiples veces,
¡bendita sea la gracia de hallar en mi camino,
este amor que ha domado, todas mis altiveces!

A la orilla del río

Si vieras que sueño he tenido
a la orilla del río:
soñé que era todo el paisaje
color de tus ojos,
y en su fondo de luz presentía,
otro extraño color que escapaba
a la inmensa visión de mis ojos.

Si vieras que sueño he tenido
a la orilla del río:
soñé que era fruta madura
tu boca encendida,
y al probarla hecha miel en tus besos,
otro extraño sabor me embriagaba
a la orilla del río.

Si vieras, ¡Cómo he despertado
a la orilla del río:
una inquieta y menuda hoja seca
golpeó mis mejillas.
Después, bajo el coco
rumor de la fronda,
tu nombre, en sus ondas,
pronunciaba el río!

Tarde cautiva

Tarde de lirio y raso,
afelpada de ensueños,
aturdida de alas
pasando entre los dos.

El sol se astilla inquieto
sobre los pinos verdes;
con su gracia de mago
y sus hilos de luz.

¡Qué claro es tu silencio
en los surcos del viento,
que nos barrió la inmensa
locura de llorar!

Estás frente a mi ruego:
callado, indiferente,
como una estatua viva
que ignorase el dolor:

¡Mírame:
estoy toda desnuda
bajo el cielo de enero!
Toda yo transparente,
fragante, pura y leve;
con manos de celajes,
con rumores de selva,
y mil cristales nuevos
rompiéndose en mi ser.

¡Mírame!
Mi palabra es de brisa,
mis cabellos de musgo
y mi boca de sol.
Estoy toda encendida
bajo el cielo de enero;
con esta tarde inmensa
cautiva entre mis brazos,
y un arrullo de pájaros
golpeándome la sien.

Corazón

Corazón mío:
ya no eres el mismo de antes,
sereno y risueño
como la ribera de un lago pequeño.
Te has vuelto
estruendoso y gigante como el mar.
Te agitas y subes
escalando estrellas,
bólidos y nubes.
Colmado de anhelos,
te han nacido en torno
rutas paralelas;
y hasta la raíz
salobre y henchida de un nuevo vigor,
te siento embrujado
de luna y de amor.

Corazón,
como una montaña estas creciendo
dentro de mi ser.
Te han nacido árboles
con melenas de ausencia;
volcanes de alegría enardecidos,
cordilleras de luz y de silencio,
ríos de miel, con peces encendidos.

¡Dulce corva dorada!
donde una mano trémula y soñada,
rompe la linfa pura
y aprisiona tus barcos,
tus lianas de ternura
y tus algas de besos.

Corazón:
como un sol deshecho,
en raudales de lumbre te desatas
desde el pecho.
Quieres liberarte,
gritar,
y andar jubiloso
sin un solo minuto de reposo.

¡Qué extraño te siento:
más grande y ligero
que mi pensamiento!

¡Corazón mío:
ya no eres tranquilo y pequeño
porque tienes dueño!

Horizontes

Espiga

Campesino de mi tierra:
ebria de soles desnudos
y de vientos sin regreso,
en los caminos del tiempo
está creciendo una espiga
para los surcos futuros.
En estación no lejana
de fragante primavera,
reventará la promesa
en la orilla de tus ansias.

Segador de madrugadas:
sobre la cumbre empinada,
está madurando el alba
tu vigilia de luceros.

Una hoz trilla el silencio
de tus gavillas despiertas…
En desvelo de distancias
y de rutas sin regreso;
sueñan nuevos horizontes
tus cien caminos inéditos.

Campesino de mi tierra:
¡Una hoz trilla el silencio
de tus gavillas despiertas!

Caravana

¿Qué ruta prosigue la gris caravana?
¡Caravana obscura, caravana parda…!

¡Cómo marchan todos: iguales y firmes,
rumiando muy hondo canciones de angustia
bajo los aleros de un yugo tan largo!

Van rudos e inquietos
de frente al destino,
sembrando de voces los anchos caminos;
de voces que acaso, bajo de las piedras
se irán enredando con fuerza tremenda.
De voces que acaso irán alcanzando,
las extrañas rojas
y las fibras vivas
de los otros hombres que pueblan la tierra.

Y sus hijos de hoy, pequeñitos,
con musgo en el alma de llanto y miseria,
¡qué gozo mañana sentirán al ver
las puertas abiertas a un nuevo destino!

La Escuela Rural

Hoy tiembla el campesino
de emoción rara y suprema;
nunca sintió esa dicha
tan honda como hoy.

El milagro está inédito
en sus manos morenas,
en el surco dormido,
grávido de semillas,
y en el eco impreciso
de la palabra nueva.

Hoy sabe el campesino,
por qué es el trigo rubio
y verde la campiña,
y piensa lo que vale
su área limpia
de tierra humedecida.

Hoy piensa
con orgulloso encono,
que si los ricos viven
es tan solo por él,
y sueña,
vencer a los de arriba
en la lucha futura.

Hoy, ya sabe por qué
viven los ricos;
así lo ha comprendido,
en la lección primera
de la Escuela Rural!

El niño futuro

El niño futuro será fuerte y ágil.
Llevará en sus manos: lo duro,
lo frágil,
el símbolo, el libro, la luz!

El niño futuro llevará en su boca:
la grata, la inquieta
palabra bendita de la libertad.

El niño futuro abrirá el sendero,
marcándole a todos triunfal derrotero
como heraldo nuevo
de la humanidad.

El niño futuro odiará la sombra,
las claudicaciones, la violencia ruda,
y todos los males que siembran los hombres.

El niño futuro amará los libros,
la ciencia, la escuela,
abrirá horizontes de luz y verdad.

Heraldo triunfante del verbo y la idea,
llevará en sus labios
como luz febea,
la palabra inquieta
de la libertad!

Del corazón en llamas

Ídolo

Más allá de los límites del tiempo,
de la vida, de la muerte y el espacio;
yo me sentía
poderosa y gigante como dios.
Y quise fabricar un hombre nuevo,
un hombre hecho de ensueños y quimeras,
de cosas invioladas e imposibles;
porque así,
sólo así será posible
me rindiera a sus pies.

Su materia fragante, pura y leve,
yo la amasé con carne de los lirios
qué púdicos se abren a la luna.
Y me decía:
¡este será mi hombre verdadero!
y temblaba en mis venas la alegría
de plasmarlo,
a punto de azucena y de lucero.

Yo logré de la noche
la raíz más espesa para su cabellera;
musgo suave, sus manos;
corazón de alba;
boca de sol que inunda la pradera…
Mi hombre era
luminoso y perfecto;
más perfecto y radiante
que la obscura y menguada
obra del mismo Dios.

¡Mi ídolo!
hecho con sueños míos,
fraguado en mis dolores,
en mis delirios todos,
en el oleaje ardiente de mi sangre
y en la fértil espuma de mi risa…!

Yo nada puse en él de piedra ni de lodo,
nada de sombras…
¡era mi Dios, mi todo!

Y así, para adorarlo muy lejos de lo humano,
con un amor sin límites que pasara lo arcano,
con él me fuí a la torre más alta de mis sueños;
la torre que no alcanzan el águila altanera,
ni la flor,
ni la nube,
ni el viento,
ni el lucero!

Allí,
en la emoción erótica que embriagó
mis sentidos;
y la carne en deseos,
de todos los deseos que conservé dormidos;
yo desnude mi cuerpo de de gasas y de tules,
y solté mis cabellos,
y perfumé mis senos,
y me rendí a tus pies.

¡Mi ídolo!
adorable, divino… pero muerto.
¡Pobre ídolo mío!
sin hálitos de vida para calmar mi sangre,
sin torturas de hombre para vaciarse en mí.

Herida de impotencia,
descendí de la torre otra vez a o humano
a caza de la vida en el negro pantano.
Hombre:
aleación misteriosa de la invisible mano,
palpitación de ensueño y lumbre conmovida.
Hombre:
heme a tus pies,
¡vencida!

Y besé muchas bocas:
bocas fieras de Judas, de diablos y de santos;
bocas rojas y ardientes de ángeles perversos,
y me queme en la llama, como se quema un verso.

¡Hombre,
ceniza o lodo,
materia palpitante de América o del Congo:
eres mi Dios, eres mi todo!

El poema del alma ignota

A través de todo mi cuerpo menudo
quisiera encontrarme.
Contemplo mi barro:
es frágil y fuerte, es rudo y lozano…
tiene de seda y roca, tiene de sombra y sol.

Yo enlazo mis manos con febril empeño
por saber si entienden del lirio que tocan.
Fueron cuencas tibias para el peregrino,
amasaron trigo, tejieron el lino;
y en más de una noche sutil y aromada
grabaron mis versos…
¿Y no saben nada de la propia hazaña?
¿Será igual la araña,
ignora que el viento destruye sus soles
o teje por dentro un sol de paciencia?

Yo palpo mis ojos,
y aunque los apriete descubren paisajes;
y siguen mirando, mirando, mirando…
¿Será que hay un mundo de raudos celajes
en todos los ojos que viven soñando?

En mis senos intactos y tibios
yo siento que inquietos dos ríos se estancan.
Y siento que al tiempo
mis óvulos vivos se van madurando.
En vano esperando
la humana simiente,
¡al fin ya deshechos
emigran… emigran…!

¡Mi pobre cabeza!
Yo soy un minero que busca en sus áreas
un filón de ensueño, de lumbre y belleza.
Yo miro y escucho por dentro mi cuerpo,
y me voy hundiendo
en la enredadera de mis nervios locos.

Se agita mi sangre,
y allá en las paredes de mi carne viva,
yo busco la fuerza divina y cautiva
que impulsa mi arcilla;
que plasma en mi barro la gran maravilla
del milagro eterno
que algunos llaman
Alma
o esencia de
Dios!

El gesto inmóvil

Tengo el gesto tendido hacia tu inmensa calma;
quiero sentir muy hondo tu garra de pasión,
¡tan hondo! que no quede un rincón en mi alma
donde clavar la zarpa de otro impulso ancestral.
Siento fiebre en las venas…
Me asaltan los deseos de mezclar en l copa
el zumo de los lirios, con el lodo y la luz.
Quiero hallar en tu barro, toda la esencia plena
del gusano y la estrella, de lo negro y lo azul!
Quiero alcanzar tu noche y tu aurora radiante
por la escala encendida de mi renunciación.
Renunciación de todo:
de tus ojos, tu boca, tu sonrisa, tu ensueño,
tus manos torturantes y tu forma exterior.
Quiero encontrar intacta la fuente de mi empeño
donde la bestia anida como una maldición.
¡Será el momento enorme de ebriedad y tormento,
que sin romper cristales pueda palpar tu Yo!
¡Así sabré si eres un corpúsculo cósmico,
o un fragmento de cieno, sin esencia ni luz!

Rasgos

Me sorprendió la tarde con el alma desnuda…
mi psiquis derramaba la erótica belleza
del placer… Mi ansiedad oscilaba de duda,
y mi barro era ánfora de ancestral impureza.

La sombre se hizo en torno… Sobre la cima muda
yo esperaba el milagro de la naturaleza.
¡Oh, mi ansiedad profunda se fué tornando cruda,
cuando la noche augusta alzo su fortaleza.

Rasgóse la tiniebla y apareció la luna
rielando por el éter, sin dejar huella alguna;
semejaba un topacio de resplandor llameante.

II

Allí temblaban rosas sobre agitados senos
que idealizaban símbolos de indescriptible vicio;
allí rodaban besos de mieles y venenos
en alas de placer, como flores de hospicio.

Bajo frondas de algalias y entre ritos serenos,
practicaban las diosas el rojo sacrificio
de las pagodas… Huían, a los fulgores buenos,
del astro que alumbra sus fiestas de artificio.

Yo me alejé turbada de la pagana orgía,
y cuando el astro único derramaba a porfía
el lumínico efluvio de su esplendor nitente.

Volví inquieta mis ojos hacia la verde loma,
y en vez del templo entonces, creí ver a Sodoma
ardiendo en la pira flamígera de Oriente.

Enamorada

Estoy enamorada del mar…
Y me vendo, me vendo por una canción.

¡Ah! si él quisiera desnudarme
y poseerme como a la Storni:
con su sal y mi sal,
con sus peces de lumbre apagada
y mis sierpes de sangre encendida;
con sus ojos de selva inviolada
y mis ojos de sombra vencida;
con mis brazos de espuma
y su espuma de abrazos;
con su angustia rebelde de hombre
y mi suave pasión de mujer;
con sus manos de lianas espesas
enredadas en mi cabellera;
huyendo de ondinas y de calamares,
con él yo me iría cruzando fronteras
de rojos corales.

Yo estoy enamorada…
¡Y me vendo, me vendo por una canción,
que venga del mar, cantada por él!

Raudal

Poema al hijo soñado

Si yo tuviera un hijo,
¡qué alegría infinita rebosara mi ser!
poca sería mi alma para tanta ternura,
y en sueños,
jamás me ganaría otra mujer.

Yo he trenzado en mi vida como sueño impoluto
la esperanza rosada de tener un afán,
para ir por la tierra, voceando entre la brisa:
¡tengo un hijo de nieve, hermoso como un Dios!

¿Qué ropa le pondría?
No hay hilado tan fino que soportar pudiera
su cuerpecito blanco y frágil como el lirio
que nace entre la espuma y el oro del trigal.

Si yo tuviera un hijo,
¿Cómo le llamaría?
-ni el poeta de «Poda» lo diría mejor-,
un nombre que evocara todas las cosas bellas,
tan musical y raro,
que solo se escapara
en un sueño de Dios.

¡Hijo, mil veces hijo de mi sueño infecundo,
por tí surca mi vida un río de ansiedad
que va inundando todo: mi corazón, el mundo,
en ímpetu creciente y a fuerza de esperar.

Por todos los caminos abiertos a la vida,
quitando las espinas yo tendría que andar;
y así, sobre la inmensa piedad de las arenas,
sus diminutas plantas irían por el mundo,
dejando en cada paso, levemente marcada:
una rosa de carne, ¡nacida de mi ser!

Mensaje a la Francia liberada

«La risa de Francia suena
limpia y clara, y no pierde sus
derechos ni aún en la hora más
trágica.»

Marialcira:
tú que tienes la prestancia
de reírte como Francia,
llévale un mensaje mío
en tu risa de mujer;
en tu risa clara y fina,
como el agua cristalina
del arroyuelo
en el rubio amanecer.

Un mensaje de esta tierra
que la sueña y que la quiere:
libre, fuerte, altiva y pura;
sin nazismos ni torturas,
sin cruces en los caminos
de los soldados que caen
bajo el furor asesino.

Marialcira:
tradúcele mis palabras
en el rítmico tesoro
de tu lenguaje sonoro.
Ella no sabe de otoños,
ni de tristezas cobardes;
ella no sabe de llanto,
aunque empañara su tarde
-como luz de camposanto-
una gran estrella obscura,
que acechándola en el aire
rondo por tierras y mares…
rondó la swástica el suelo
de mis más caros anhelos.

¡Qué se desangra mi Francia!
Mía, sí, porque la quiero,
y por que en ella reside
mi espíritu aventurero.

Marialcira:
en tu copa de alegría,
a las mujeres francesas
llévales mi rebeldía;
a los pobres viejecitos
que han perdido l esperanza:
¡mis sueños de bonanza!
A los niños:
¡mis cariños!
Y a los soldados heridos:
¡transfusión de sangre nueva
les ofrezco de mis venas,
para que rompan mil veces
del nazismo las cadenas.

Que se choquen, Marialcira,
los cristales de tu risa
con la risa de mi Francia;
que sea doble su alegría,
que la gracia de tu triunfo
pase en sueños
su glorioso Arco del Triunfo;
que se vuelque todo el día
en la regia gallardía
de este cálido mensaje…!

¡Ríe, ríe Marialcira
con tu limpia carcajada.
Ríe siempre en homenaje
de la Francia liberada¡

La Navidad del niño enfermo

Preguntóle el niño con voz fatigada
a la madre enferma de melancolía:
¿vendrán en noche, o en la madrugada,
o no vendrán nunca, buena madre mía?

Dí que es cierto, madre, que vendrán los Reyes,
cubiertos de regios vestidos pomposos,
cual todos los años por divinas leyes,
trayendo a los niños juguetes costosos.

Apártalo todo con mucho cuidado,
ese estante roto, y esa silla vieja.
¿Qué dirán si llevan el traje rasgado,
o en su cuerpo advierten, herida bermeja?

Que ningún objeto dañe sus sandalias,
que pasen marcando su paso bendito,
esparciendo en torno, perfume de dalias,
hasta en la pobreza de mi zapatito.

¿Qué piensas?… ¡Oh, madre! ¿Por qué la tristeza
vela en tus pupilas la lumbre infinita?…
¿por qué vacilante, doblas la cabeza,
con afán perenne de rosa marchita?

¿Qué quieres? No espero ni grandes ni chicos
extraños juguetes de bellos colores,
pues es privilegio de los niños ricos
que duermen en lechos de gasas y flores.

No sé por qué sufres, cuando solo quiero
pequeña cajita con varios creyones;
así tendré todo: la fuente, el lucero,
la casita blanca, nardos en botones.

¡Qué frío tan frío penetra en la estancia!
¡no madre, no cierres, no cierres la puerta,
que después los Reyes que aroman la infancia,
pasarán creyendo la estancia desierta…!

Y durmióse el niño, febril, delirante,
soñando travieso, que sus manecitas,
dibujaban rosas del prado distante,
y la blanda nieve de las margaritas.

Después que la incierta claridad del día,
derramó doquiera su sonrisa franca,
la mujer enferma de melancolía,
tendió sobre el niño la mortaja blanca.

Tuvo muchas rosas regadas con llanto,
colores del alba, oración de angustia;
menos la cajita que soñara tanto,
en las navidades, de esperanza mustia.

La estrella sumergida

Para vivir la espera está mi sangre
como un brote de luz, fuerte y ligera.
De la aurora,
me quedó esta libre fragancia
que no implora ni se mengua.

La sembraré de nuevo
entre guijarros;
en la violencia azul de las espinas;
entre las gritas de los anchos
oscuros,
donde duermen los niños
pegados a los muros.

La sembraré como un credo,
que irá diciendo a todos
el milagroso don del árbol nuevo;
de la piedra pulida
por la mano del río,
y la rosa en suspenso
que esmaltara el rocío.

Así,
entre la voz amarga
de los hombres,
que vieron el naufragio
de la estrella.

Ahora,
mientras hago la siembra:
hijo, ¡no vengas!
A tu virtud no ascenderá
ni un trino,
están llenos de limo
los caminos.
¡Si supieras del íntimo reclamo
de la rosa y del viento,
de la aturdida mariposa leve,
de los peces sin lágrimas ni acento!
¡Hijo, te quiero iluminado y fresco
como pulpa de fruta sazonada!

Si vienes en estación de luz menguada,
se tronará ceniza
tu pequeña palabra atribulada.

Por tí,
desde la estrella sumergida
hasta la luna llena
yo seguiré mi sino:
incólume fragancia de azucena
sembraré en los caminos.

Quizás,
tarde o temprano,
la espiga de la fe romperá
el muro,
y marcharán tus plantas
hacia un glorioso amanecer futuro.

Raíz cósmica

Yo quisiera decir

Gira la estrella,
gira l tierra,
se va la flor.
Y yo aquí clavada como un árbol,
sin alcanzar el límite
de una nube,
sin poder en mi acento
para domar el viento.
Sin huella, sin historia y sin destino,
como una piedra lisa
al borde del camino.

Yo no soy dueña de mi misma.
¿Y todavía hablan de libertad los hombres?
Sí, libertad para decir palabras locas,
para mover las manos  desgarrar entrañas,
para empujar la bestia que llevamos por dentro,
desde el equilibrio
de nuestro propio centro.

Yo quisiera decir:
¡soy libre!
Caminé sobre el mar,
he girado m{as que la tierra.
Vengo de la Atlántida sumergida,
de la Lemuria oculta entre los siglos;
de la India fantástica y ungida
con la apacible lumbre
que vierte el Ramayana.

Yo vengo del Egipto milenario,
y cuando quiera me iré tras la brisa;
me perderé en lo azul como las aves,
o seguiré la ola
que la espuma acaricia.
¡Pero es mentira
la libertad del hombre!
Esta carne rosada me aprisiona,
infinitas murallas se interponen
entre la nube y yo,
y si pretendo
cruzar el mar con mi menudo paso,
me hundiré para siempre
en su regazo,
porque es mentira la libertad del hombre!

Campanas

Mi carne, ¡Pobre carne mía!
Mi sangre, ¡Pobre sangre mía!
Y pensar que soy nada
con un poco de todo:
hierro, fósforo, oxígeno.
espuma, sal, tormento…

Mi cuerpo menudo:
tibia montaña de átomos.
Mi sangre impetuosa:
río ciego hacia el destino,
sin orilla ni camino.

Mi pobre esqueleto:
árbol nuevo de gajos floridos,
con campanas locas
de amor y alegría
gritándole al tiempo:
«¡Qué alegre es el día!»

Mañana, ¿qué será mañana?
¡árbol viejo tendido en la tierra,
cubierto de sombra,
gusanos y cuervos!

¡Pobres campanas mías!
que nunca preguntan
a la noche oscura:
¿Qué vendrá después?

Yo soy cosmopolita

Amo todos los puertos, los mares, los caminos,
las islas solitarias, las ciudades pomposas;
amo todo lo extraño,
sueño todas las cosas que no han visto mis ojos,
arder bajo la lumbre de los ocasos rojos.

¡Amo todo lo ignoto!
Polvo de cien jornadas pido para mis plantas
de eterna peregrina.
Quiero viajar sin rumbo a través de la escarcha,
de la sombra,
del viento, de la rosa y de la espina.

¿De dónde me viene este afán de ser gitana,
y esta locura inmensa de emprender
cada mañana un viaje,
hacia un lejano y nuevo fantástico paraje?

¡En esta tierra esférica
y llena de caminos,
yo estoy como clavada
en un puerto de América!

¿Quién me ata a este suelo?
Desnuda estoy de anhelos pequeños…
¡Patria!
Inmensa patria mía, sin dueños ni fronteras,
yo juraré en la tierra defender tu bandera:
¡la bandera infinita de los cielos!

Yo soy cosmopolita,
y el mundo es en el Cosmos una pequeña islita…

¿Por qué bulle en mi sangre
esta impaciencia loca,
que fustiga mis plantas
y en versos se desboca?
¿Soy la reencarnación del errante Judío,
o llevo cromosomas del loco Don Quijote
que a punta de molinos ensartaba luceros?
¿Es retorno de psiquis,
o es herencia de sangre de algún aventurero
que trajinando siglos volcó su chispa en mí?
No sé, que responda la Ciencia.
Isis tiende su velo y enturbia mi conciencia.
Yo solo sé que anhelo trillar
cualquier camino:
sin brújula, sin norte, ni punto de destino.

Yo soy una amalgama de razas y de voces,
y se engaña la gente
al verme tan serena, sin inquietud ni prisa
atravesar la calle.
Y pensará:
que vida tan sencilla esa muchacha pasa:
versos, libros, quimeras
y un jardín en su casa.

¿Nadie advierte que llevo
grilletes y cadenas?
¿Nadie escucha las voces
de mi profunda pena?

¡En esta tierra esférica
y llena de caminos,
yo estoy como clavada
en un rincón de América!

Cuando yo muera

Cuando yo muera, madre:
no dejes que me recen otros labios extraños,
ni me vistan de blanco
manos torpes y hurañas.
Quiero manos de artistas que tallen mi cintura,
que sobre el pecho me coloquen rosas
perfumadas y hermosas;
que me peinen los rizos
y me pinten los labios
con inmensa ternura.
Manos leves y buenas que no tiemblen de espanto,
ante el barro ya inmóvil que aguarda el camposanto.

No quiero agua bendita ni palabras dolientes,
¡ni una lágrima, madre!
por mí viertan tus ojos.
Tú que un día me diste dos alas impacientes
para escalar la cima,
no llores ante el hielo de míseros despojos.

No me cierres los párpados:
quiero ver el misterio
que me espera en el fondo
de la noche más honda.

No me cierres los párpados,
que en la mansión desierta
(si todo será nada),
quiero hallarme entre rosas
y durmiendo despierta.

¡Nada! ¿será posible?
¡Yo volveré!
Inextinguible es la materia y todo.
Yo volveré en la brisa, fugitiva y traviesa,
a coronar de ósculos tu nevada cabeza.

¡Oh, Dios!
por ella te pido:
no me tornes espina,
ni guijarro, ni roca;
si mi ternura es poca para seguir su huella,
o mi ambición es loca;
si no puedo ser roble para darle mi sombra,
ni fuente que la nombre,
ni viento que recoja su gran palabra santa;
déjame ser entonces, en mi regreso cierto:
menuda florecilla que creciera en el huerto,
para morir de nuevo, ¡perfumando su planta!

agosto 26, 2009

Libros Publicados por Rosa Virginia Martínez

Filed under: Libros Publicados — by rosavirginiamartinez @ 9:21 pm

La obra publicada de Rosa Virginia, es la siguiente:

MOTIVOS DE LA VIDA, Prosa. Edit. Elite, Caracas. 1.944

VIENTO EBRIO, Poemas. Edit. Arte, Barranquilla. 1.952

REENCARNACION, Ensayo. Edit. Prismas, Maracaibo, 1.953

TIERRA HERIDA, Cuentos Campesinos. Tip. Vargas, Caracas (Publicación de la Universidad del Zulia) 1.954

SIGNO, Poemas. Tipografía. Sol, Maracaibo, 1.961

-VISIONES DEL RAMASEO, Poemas. Tipografía Sol, Maracaibo. 1.965

EL CUADERNO DE LA ALEGRIA PLENA. Impresos Táchira, Maracaibo, 1.966

ESPIRITISMO PARA NIÑOS. Tipografía Unión, Maracaibo. 1.978

LA LUNA VIENE CANTANDO, Poemas y Teatro para Niños. Gráfica Italiana (Publicación del Instituto Zuliano de la Cultura), Maracaibo. 1.978

EL PUERTO ES UNA ROSA DESVELADA, Sonetos de Ayer y Hoy. Gráfica Italiana, Maracaibo. 1.980

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