Rosavirginiamartinez's Blog

septiembre 1, 2009

Signo

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Signo
Poemas

Con alto aprecio dedico al Dr. José Antonio Campos Delgado, Mecenas de este libro.
R. V. M.

Desnudo el corazón

¡Oh, si todos fuésemos
por la vida con el corazón desnudo!
si el pecho fuera de cristal,
tan claro y tan fino,
que nada en el mundo
pudiera cubrirlo:
ni la seda,
ni la noche,
ni las montañas,
ni los mares,
ni la muerte.

Si pudiéramos ver
todos los corazones
a través del pecho:
¡Cuán luminosos unos,
cuán tenebrosos otros!
Corazones cantando,
corazones llorando.
Corazones llagados
y encadenados
a los odios
y a la sombra
de la avaricia y del mal.

Cuántos corazones
turbios
como el de Midas y Judas.
Cuántos corazones negros
como aquel de Torquemada,
que viven siempre deseando
la terrible inquisición.

Si todos llevásemos
el corazón a flor de piel
para reír y cantar:
cuántos hombres
como niños,
y niños como ángeles:
alegres de claridad.

Vamos a pedirle a Dios
que nos deje el corazón
desnudo.
Vamos todos los hombres
y las mujeres de la tierra.
Pero nadie se mueve.
¡Nadie!
Tal vez Jesús y Gandhi,
y otro puñado de hombres
en cada ciudad del mundo,
se hubiesen movido
para pedirle a Dios
que nos deje el corazón
¡Desnudo!

La palabra inicial

Al amigo Dr. Carlos Gil Rincón,
Afanoso investigador del mundo de la mente.

¿Quién pronunció la
primera palabra en el mundo?
¿Fue de amor o de dolor?
¿Quién?
¡Tal vez el agua, el viento
o la lejana estrella!

¿Quién enseño al hombre,
a llorar y a reír como los ángeles?

Es tan difícil saber
quién caminó con la primera aurora.
Cada siglo del pasado
es una puerta de extraviadas
llaves;

a la cual,
muchos sabios como Darwin
han llamado.
Y aún cuando pudiésemos
mirar hasta la Edad de Piedra
o más allá
por la vieja cerradura;
n sabemos si fue de
amor o de dolor
la palabra inicial.

No sabemos nada ¡nada!
del hombre UNO que apareció
en la tierra.
Después:
diez, cien, mil, un millón,
más un millón, más un millón,
más un millón…
Y se agotan los números,
pero los hombres
siguen llegando a la tierra
incesantemente;
e incesantemente,
nos preguntamos unos a otros;
pero nadie sabe nada:
ni yo, ni tú, ni ellos…

Acaso, y acertadamente
¿responderán los hombres
que llegarán después?

¡Es tan breve la vida!

Caminamos todos los
días,
hacia los meses y los años;
hacia la aurora
de un nuevo
amanecer…
Hacia las estrellas,
hacia lo eterno,
hacia el MAS ALLA.

¡Cuántos cardos
en el camino.
Cuántos guijarros
y sinsabores;
pero llegaremos
para que se cumpla el:
“nacer, morir,
volver a nacer,
tal es la ley”!

Muchas veces
he deseado,
quedarme un siglo
o más,
descansando a la sombra
de un ciprés;
pero este árbol
también se va y regresa,
en cada semilla
que cubre la tierra.

Nadie ha logrado
aferrarse a la vida,
hasta ver encanecer
a las estrellas.

Nadie ha visto secar
un océano,
ni el lento diluir
de una montaña.

¡Es tan breve la vida!

Caminar.
Caminar de este mundo
a otros.
Ir y volver,
-como del trabajo a la casa-
pero cada vez
más cerca de la cima,
más cerca de la luz
y de lo Increado.
Cada vez,
más cerca de la
Verdad.

Sed

Al Dr. Ramón Soto Matos

Todos tenemos sed.
La piedra se calcina de sed.
y el pajarillo
inútilmente vuela
para alcanzar la nube.
El pozo tiene sed
de estrellas;
y el salobre mar,
de la gota de lluvia
para endulzar su pena.

¿Quién no tuvo sed
alguna vez en la vida:
sed de amor, de vino,
de triunfo o de placeres?
¿Quién no tuvo sed de
oro,
de grandeza o de
poder?

Jesús que nada ambicionaba,
y que todo lo daba,
tuvo una vez sed,
¡mucha sed!
Una sed espantosa
de agua,
¡simplemente de agua!
Y le dieron hiel
¡pobre humanidad!
que le negó a un Hermano Mayor,
lo que Dios nos dio a todos
sin medida
desde el Alfa al Omega:
el llanto y en la lluvia,
en los ríos y en los mares,
en los lagos y en las nubes.
¡Pobre humanidad!

¿….?

¿Cuánto, cuánto he caminado
por los mismos senderos
de la tierra?

¿Cuántas veces…
con las plantas del mendigo,
con los piececitos blancos,
con los piececitos negros
de algún niñito africano?

¿Cuántos siglos he mirado
la misma luna en la altura?
¡Lucerito de miel fresca,
lucerito de ternura!
¿quién me dará la respuesta?

¿Sabe el árbol
que ha cambiado
su vestido de hojas verdes
muchas veces?

¡Zumba la abeja en la rama!
¿De alegría abre la flor?

¿Quién me dará la respuesta?
¿Quién?

No quebrantes la ley

No hagas prisioneros
a los pajaritos,
que vuelan y cantan
en las ramas verdes
de los limoneros.

Tanto a ti como a ellos
Dios les ama,
y les dio libertad;
para que ascendieran
en pos de claridad.

No quebrantes la ley:
Si el mundo entero
es cosa ya pequeña
para el hombre
que pretende llegar
a otros planetas,
¿cómo quieres que el ave
viva feliz en la dorada jaula?
¿Acaso dijo Dios que había
un límite,
para el inquieto remo
de sus alas?

No quebrantes la ley.
Pájaros y nubes,
son los banderines
que agitan muy alto,
manos invisibles
de azules querubes.

La gotita de rocío

¡Cuán poca cosa
es la gotita de rocío!
Mas,
ella brilla,
tiembla y sueña sobre
la rosa.
Ella es vibración,
color
y alegría,
en la escala infinita
de la creación.

¡Cómo será de humilde
y de poeta,
ese Dios de grandes y
pequeños;
de mansos y soberbios,
que no olvido en su
Plan Divino,
de hacer a la gotita
de rocío!

La gotita de rocío,
se evapora silenciosa
como el alma
de las rosas.

La gotita de rocío:
¿se transmutará en conciencia
en la ronda de los siglos?

Ese Dios
sencillo y fuerte,
sabiamente en sus
arcanos,
guarda todas las
RESPUESTAS.

La oración

“Tanto la intención cruel
sólo a este fin enderezan,
que si el Padrenuestro rezan,
es porque piden con él”
Ruiz de Alarcón

Si quieres
orar,
vete como Jesús
a la montaña:
donde la brisa
canta,
y es más clara
la luz.

Camina hacía los
valles y las colinas
donde la vida
es agua mansa
y cristalina.

Vete
al huerto solitario
del propio corazón,
donde solo se escucha
la voz de la razón.

La multitud
es para cantar himnos,
para romper cadenas,
para pedir el pan…

Cuando el Maestro
sintió deseos de orar,
pidió a sus discípulos
que lo dejaran solo
¡solo!
en el fragante olivar.

Si todos orasen así…
Pero no,
la gente va a los
templos,
para exhibir sus prendas
y para que digan:
¡está orando!
aunque saben que Dios no los
escucha.

¡Pobre mujer!

Pobre mujer desconocida,
pobre hermana de otras
vidas:
Yo la vi tendida
en el lecho,
enferma, desnuda
y hambrienta.

¡Pobre mujer sedienta
de caminos,
de agua, de luz
y de amor!

¡Yo le di unas monedas;
pero eso no calmaba
su dolor…!
La herida estaba
más allá de la carne;
tal vez en el pasado
o más allá de otras
vidas
vividas en la sombra…

Yo reí y le dije:
Dios es bueno y alegre.
Entonces,
se estremeció en el lecho
y me pidió que abriera
la ventana para verlo.
Entró el sol,
la brisa y el rumor
de los campos.

Ella sonrió,
y se durmió tranquilamente,
tranquilamente…
para no despertar.

La cruz

¿Por qué tenemos
que amar
lo que es símbolo
de tristeza
y de dolor?

Acaso,
¿no es Dios alegre
como los pájaros del bosque?
¿Quién le ha visto
llorar en sus cosas
más puras y hermosas,
como las estrellas
y las flores?

Es mejor no amar
la cruz,
porque allí murió
Jesús.
Y con ella nos engañan,
y la llevan prisionera
los malvados sobre el pecho,
para hacernos creer
que llevan a Dios.

Pero Dios
anda con los pájaros,
las nubes,
las flores
y las mariposas…
¡Libremente!
No en una cruz de oro
o de zafiros,
que el hombre hiciera
para venderlo.

Dios está más allá
de todas las gemas
y el oro del mundo.
Más allá de todo
ruin propósito.
Dios anda libre
en el viento,
en la luz de las estrellas,
y en todas las cosas bellas
que sabiamente formó.
Dios anda libre,
Libre,
Libre…

Luz

Dios mío:
yo te amo en la luz.
Y te suplico,
que dejes a mi lado
una gota de claridad
para sentirte cerca.
Nadie sabe
que te arrebujas
en la intimidad
del rocío,
y en el polvillo
de oro
de las mariposas.
A veces lloro,
para tocarte
en la luz diminuta
de una lágrima.

Mi Dios:
¿qué puedes ser
si no eres la luz?

No conozco nada
más puro para envolver
la tierra;
ni nada mejor
para entibiar los nidos
cuando los pichones
quedan huérfanos.
No sé de nada más claro
para mirar la vida
y la risa de los niños.

¡Oh Dios mío!
si algún día
quedasen todas las estrellas
oscuras
como las casas vacías;
y muriese la claridad
sobre la tierra;
entonces,
sabré que

no eres la luz.

Canto a la muerte

A todos los que creen
en la Reencarnación

Te llaman Muerte, ¡hermana mía!
pero nadie sabe tu nombre;
tu nombre de racimo transparente
y claridad marina.
¡Dulce nombre
de pájaro en el viento,
y de fruta
que nadie ha inventado
todavía.
Nombre de miel,
de rumor en el bosque
y pétalo de aroma
en la distancia!
¡Oh Muerte:
caminas por la tierra
con el paso fluyente
de un lucero;
y va tu luz extraña,
por los campos de trigo,
hacia lejanos yermos,
a ranchos y palacios,
mares de espuma y besos…!

Te llaman Muerte,
y sacudes al viento
tus burbujas vitales.
Clavel de llama viva
florece en tu silencio,
y un soplo de esperanza
navega en tus raíces.

¡Nadie sabe
por qué eres tan profunda
y tan sola,
tan callada y tan plena
de invisible presencia!
¡Nadie alcanza el enigma
de tu raíz nocturna,
ni el polen de tus manos
que siegan
en esta tierra mía,
para sembrar acaso,
en otra tierra incógnita!

¿Por cuál razón nos atas
a tu leve cintura
de melodioso junco?
Quizás,
porque eres más que hermana,
más que madre,
más que la Verdad,
el Bien
y el Sueño…!

Yo te amo, Muerte,
porque te sueño
saturada de esencias
como la primavera.
Y amo,
el jazmín ilusorio de tu frente,
y tu boca sellada
de palabras ausentes;
tus cabellos eternos,
tus ojos de remanso,
y tus manos tan claras
como la lluvia fina.

¿Quién sabe
del frufrú de tu falda,
y tu vaga sonrisa
que retoña en el viento?
Sin embargo,
cuando llamas,
no hay pasos rezagados,
ni dedos que hagan signos
de espera en la distancia.
¿Quién dijo que eres lúgubre?
si los niños
abandonan sus juguetes
para ir como racimos
prendidos de tu falda.

¡Oh Muerte:
he soñado tantas veces

con tu alado horizonte
de sonámbulas
rosas!
con el movible mar de tu ternura,
que lentamente
nos arrulla y duerme,
que nos sella los labios,
y apaga el corazón
con el soplo desnudo de algún signo impreciso.

¡Oh Muerte, hermana mía:
qué reposo de piedra
aguarda en tus fronteras;
zumo de tantas noches
en los párpados rotos…!
-Eso cree la gente-.
Más,
yo sé que eres el día
sin aurora ni ocaso:
que hay savia milagrosa
en tus ramas tendidas;
que te cantan alondras
en las manos dormidas;
que eres azul y tierna
como un cuento de la infancia;
que vienes despacito,
como una buena madre
Hacia el hijito
enfermo;
y al besarnos la frente,
nos dices la palabra
de la conquista eterna:
la mágica palabra,
la terrible palabra,
que en nuestro idioma es
¡MUERTE!
pero acaso en el tuyo
no será más que duerme.
¡Duerme!
Y todos dormiremos
para volver un día,
a sembrar en los vientos
canciones de alegría.

Teosófica

A Ovelio Riera, que conoce
El Sendero

Ya no hay caminos tristes ni oscuros en mi vida.
Ya las rudas espinas no me hieren los pies;
al fin logré la senda de la fuente escondida,
donde Dios se hace sombra, de un humilde ciprés.

Yo no sé si otras veces fue bálsamo en mi herida,
si un día la hallé al paso o la perdí una vez;
pero en su claro espejo me veo confundida,
con la nube que pasa y la dorada mies.

Igual que Dios en todo: yo daré mi alegría,
multiplicada en voces de lumbre y poesía,
porque soy viento y agua, igual a Dios también.

¡Ser pródiga, ser pródiga! Aunque jamás comprendan
que el pan viene del árbol, para que no sorprendan
el inmenso derroche, que hace el Supremo Bien.

Tránsito

¡Qué reposo tan hondo
embargará mi cuerpo,
de mis negras pupilas
se fugará
la luz!

El racimo maduro que
endulzara mis labios
no volverá a posarse
con divino temblor.
Y estas manos mías
que acariciaron tanto,
la cabellera oscura,
el pájaro
y la flor:
se quedarán inmóviles
como lirios de cera,
sin sentir la brisa
el beso perfumado,
que llegará en silencio
de las frondas
y el mar.

Y después del tránsito,
¿habrá una zona fría,
un cuerpo astral y…?
¡Dios mío!
¿Qué mirarán mis ojos,
los ojos de mi espíritu
abiertos a otra luz?

Mientras tanto, mi arcilla,
(allá abajo, muy hondo)
disgregada en mil átomos
volverá a flor de tierra
y tornará por leyes
de evolución eterna,
a ser perfume
y brisa,
piedra, torrente,
flor…

¿Será dual mi Destino:
transformación arriba,
transformación abajo,
y en la marcha,
animada
de un destello divino?
¡Qué se cumpla mi
Karma
hacia el lodo
o la estrella;
pero quiero en la marcha,
-consciente de mí misma-
eternizar la huella!
Quiero dejar la esencia
de mi alma en un grito,
abierto, como escala,
de luz a lo infinito.

El nombre

Dedico al Dr.
J. R. Silva Cedeño

Yo no sé cómo te llamo.
Si alguien preguntase
mi verdadero nombre,
haría un signo de vuelo,
de lumbre
y de ternura.
Tal vez,
diría el nombre
del Orinoco niño,
cuando apenas era una astilla
de agua cristalina,
bajo el viento deleitoso
de lejana estación.

El nombre de la hormiga,
¡tan grande para ella!
Los nombres primitivos
del halcón
y la rosa;
que duermen hace siglos
en los misteriosos archivos
del Prana universal,
o en la memoria yerta
de las piedras lemurianas.

Yo no sé cómo me llamo.
Pero sé que tengo savia
de algún árbol
que cantaba y reía
en el paraíso terrenal.
Entonces,
era el tiempo dorado
de la leyenda mágica,
cuando la serpiente
sonaba sus crótalos
para despertar a la mujer.

Eran los nuevos astros,
las nubes y los mares:
todo tenía la primera
fragancia
de las manos de Dios,
cuando hablaba a los vientos,
y creaba la ternura
de los pájaros,
y la flor menudita
de los prados.

Entonces,
yo miraba el mundo recién nacido
desde las verdes hojas;
o tal vez,
era chispa que dormía
en el duro pedernal.

Yo no sé cómo me llamo.
Este nombre de ahora,
es como el repetido nombre
de la hoja;
pero la savia,
es de todo un bosque que viene
desde los primeros días
de la creación.

¡Ah, si se pudiera regresar
hasta la Edad de Piedra!
o más allá,
para encontrar
mi verdadero nombre…
Pero es inútil,
nadie desando tantos siglos
para hallar una cosa tan simple
como el nombre.
¡Nadie, nadie,
ni acaso el mismo Dios!

La Ley

Hermano:
Vibran las campanas.
Tu hogar está triste
por la madre que
perdiste.
Gime la tarde,
llora la estrella,
llora tu alma…
¡pero es la Ley!

Hermano:
eres dulce y bueno
como la miel.
Das alegría, dinero, pan…
I sin embargo,
el envidioso te hiere
y da a beber su hiel.
Pero no te quejes,
porque eso,
también es la Ley.

Hermano mendigo.
Hermano de la miseria
y de la soledad:
pides al que pasa,
una moneda para comer.
Pero nadie te escucha,
nadie te mira,
nadie te ayuda.

Más,
tú no comprendes
la indiferencia de la gente
que a tu lado pasa;
si Dios es UNO
para ricos y pobres.
Pero yo te digo, hermano,
esa es la Ley.
Quizás negaste un día
siendo rico,
y hoy
¿qué puedes esperar?
¡Vuelve a nacer:
una y mil veces,
un millón y otro millón
para que comprendas
que esa es la Ley!

Polvo eres

Al Dr. Humberto
Delgado Rivas

¿Para qué palacios,
sedas ni topacios…?
Si Jesús no tuvo
humilde cabaña,
ni mullido lecho
ni trigo en granero…
Jesús era dueño
del cielo y la brisa
del mar y el lucero.

¿Para qué las pieles
o linos de Irlanda?
si Lahiri Mahasaya
no usaba más que un taparrabos,
y el hermano Gandhi
una simple saya.

Si nada llegamos
al mundo redondo,
y así partiremos
de la tierra al fondo.

¿Para qué las guerras,
odios y rencores?
si quedará todo,
en las duras manos
de los opresores.

Arriba es la fiesta
de los tertulianos.

I abajo:
sin risas ni lumbre
se hartan los gusanos.

La materia es polvo,
polvo, ¡nada más!

El alma en su vuelo,
ni un gano de oro,
llevar podrá nunca
a lo azul del cielo.

Voces

Yo he escuchado
muchas veces,
voces extrañas
dentro de mí.
No son del viento,
ni de la gente.
No son del rio
ni de mi sangre,
que es fuerza y ritmo
en mi interior.

Como el caracol,
yo llevo por dentro
alegre rumor.

Yo escucho voces
dentro de mí:
voces que crecen,
hasta que adquieren
forma y color.

Voces que llegan,
quien sabe cómo,
de alguna esfera
o de otro plano
muy superior.

Caronte

¡Caronte, Caronte:
ven a mi ribera.
Te espero hace tiempo,
oh, torvo barquero!

Sueño con tu barca
de sombra y silencio.
No cambies el rumbo,
eterno remero.

¿Cuántos pasajeros
viajaremos juntos,
en el mismo día
y a la misma hora?

¡No importa, Caronte,
que me toque sola,
cruzar el abismo
de las negras olas!

¡No importa!
Si tú infundes miedo
a toda la gente;
yo espero, Caronte,
tu barca, impaciente.

¡No tardes!
Hace mucho tiempo
que en esta ribera,
espero tu barca
sombría y ligera.

La Ronda de los ojos

I
¡Yo siento muy adentro,
que toda mi sangre,
florece y florece
misteriosamente…!
Florece en mil ojos
de ágata y cielo,
de lumbre y rocío:
son los tiernos ojos
de todos los niños
que viven en mí.
Ojitos azules,
ojitos castaños
que miran la luna,
y hallé en los caminos
soleados de abril.

En mis manos y mis hombros,
mis cabellos y mi frente,
se asoman mil ojos tiernos
para contemplar el mundo:
ángeles de fresca hierba
con piececitos de espuma;
trompitos de chocolate
en un jardín que se esfuma.
Pasa un tranvía de azúcar
y un jinete de aserrín.
La ciudad de los enanos,
cabe toda en un jazmín.

Quisiera con estos ojos
mirar por siempre la vida.
¡Mirarla, mirarla siempre
sin espinas, sin enojos!

II
¡Alegría, alegría!
Primavera de ojos claros
embriagándome la sangre:
senderos todos abiertos,
ciudades que van cantando.
Ojos de caminos anchos
que se asoman a mi carne.
Ojos que encienden mi sangre
como hachones fulgurantes,
y me cantan en las venas
como ríos desbordados.

¡Cuánto amo estas miradas
impacientes y sedientas
de profundas esperanzas,
de locuras y borrascas,
de amores tristes y alegres…!
¡Oh, son los ojos soñadores
de la juventud que avanza!
¡Cuánto amo estas miradas
por su fiebre de alegría:
con estos ojos de ensueño
yo siento que el mundo es mío!

III
¡Oh, Dios mío!
En las noches desoladas
me torturan unos ojos
por su limo de tristeza
y su lluvia de quebranto.
Son los ojos de las madres
en desvelo,
por los hijos que se pudren
en las míseras prisiones.
Ojos, millares de ojos,
con su racimo de lágrimas
inundándome la carne.
Llueve y llueve
hasta mis huesos,
con relámpagos de angustia
y centellas de tormento.
¡Ay, los ojos de las madres
que jamás tuvieron cerca,
una vena de agua dulce
para regar su plantío;
ni un pan fresco para el hijo
ni toldo para la siesta!

¡Frio invierno
de salobres transparencias
en mis hombros y cabellos!
¡Cómo me hieren la carne
estos ojos de las madres
sin consuelo,
floreciéndome en silencio
como rosas en desvelo!

IV
Otras veces,
más allá del negro otoño
de los cuerpos;
donde corren silenciosos
negros ríos de ataúdes;
donde juegan los gusanos
con los cráneos
de la inmensa noche oscura…
Desde ese mundo sin tiempo,
sin estrellas y sin voces,
me persiguen y se alzan
hasta el cielo de mi sangre
multitudes de ojos sombríos:
son los ojos de los muertos
que me hielan toda el alma.
Son los ojos del abuelo
y el cacique que hace siglos
combatió en mi patrio suelo.

Ojos vagos, sin matices
de vitales sensaciones,
que torturan mi existencia
y revelan el enigma
del inmenso más allá.
Sé de cierto
que algún día,
esta sombra de ojos muertos
poblará todo mi cuerpo,
ahogará todas mis ansias,
romperá todos los lazos
que me amarran a la vida.
I después mis propios ojos,
con los ojos del abuelo,
de los héroes y los santos;
de los niños y las madres
que murieron hace siglos,
subirán con loco anhelo
a mirar no sé en qué manos,
qué cabellos o qué frente,
los paisajes de la Vida
desde el hondo MAS ALLÁ.

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